La fiesta después de la guerra
Fiestas iluminadas por las burbujas doradas de la champaña bajo el claro de luna, atardeceres en cámara lenta para encender las luces del pequeño muelle de la mansión y, con ellas, responder al foco verde cuyo reflejo se diluye en las aguas de la Costa Este de Estados Unidos, frente a la opulencia de Nueva York: esa es la parte linda de "El gran Gatsby", novela de Francis Scott Fitzgerald que hace unos días cumplió 100 años.
Celebrar sería una exageración, porque, al igual que durante los días inmediatos a su publicación, no pasó mucho, aunque se trata de un libro que siempre está disponible hasta en el más pequeño y lejano mesón, a precio accesible y con portadas poco llamativas para lo dorado de su contenido, como ha ocurrido con la obra completa de Fitzgerald, el autor que retrató la opulencia norteamericana tras la Primera Guerra Mundial.
"El gran Gatsby", si nos remitimos a las definiciones del escritor italiano Italo Calvino, es un clásico, porque, según el primero de sus 14 enunciados en "Por qué leer los clásicos", corresponde a uno de "esos libros de los cuales suele oírse decir 'estoy releyendo' y nunca 'estoy leyendo'". Siempre se vuelve a la historia del solitario millonario Jay Gatsby, contada por el joven vecino Nick Carraway, quien es primo de Daisy Buchanan, su amor imposible de la juventud: ahí comienza la tragedia.
Porque ser joven es vivir con un pie en el vacío, al igual que enfrentar aquella estantería con libros bajo el rótulo "clásicos", donde todo parece urgente y necesario, la angustia crece ante nombres citados por todos, la mayoría de las veces sólo de oídas, por personas de "vastas lecturas", como dice Calvino y consuela con que el criterio social "no vale para la juventud, edad en la que el encuentro con el mundo, y con los clásicos como parte del mundo, vale exactamente como primer encuentro".
El amor real siempre se siente como el primer amor.
Así lo concibe Fitzgerald, cuando por boca de Gatsby dice a Daisy que "'si no fuera por la neblina podríamos ver tu casa al otro lado de la bahía. Ustedes mantienen una luz verde encendida toda la noche al final del muelle'. (...) Es posible que se le estuviera ocurriendo que el colosal significado de aquella luz se hubiera apagado para siempre. Comparado con la gran distancia que lo había separado de Daisy, le había parecido muy cercana a ella, casi como si la tocara. Le parecía tan cercana como una estrella lo está de la luna. Ahora había vuelto a ser tan sólo una luz verde en un muelle. Su cuenta de objetos encantados se había disminuido en uno".
La distancia más larga está entre el corazón y la cabeza: esta última fue arriesgada por el misterioso millonario luego de que EE.UU. abandonara la neutralidad y declarara la guerra a Alemania. "Alguien me dijo que creía que una vez había asesinado a un hombre", se escuchaba tras sus fiestas. "Es más bien que fue espía alemán durante la guerra", era otra teoría de los invitados. "Me lo contó un hombre que lo sabe todo acerca de Gatsby, pues creció con él en Alemania", corroboró otro y una chica respondió que "eso no puede ser, porque él estuvo en el Ejército americano durante la guerra".
Nick, quien también volvió de Europa tras el conflicto armado, camina por el jardín de su vecino millonario junto a la campeona de golf y amiga de Daisy, Jordan Baker, quien afirma que "una vez me dijo que era exalumno de Oxford": aquí es donde entra Fitzgerald en un acto tan post posmoderno (y criticado) como la autoficción, porque "El gran Gatsby" lo publica en 1925, cinco años después de su debut con "A este lado del paraíso" y a tres de "Hermosos y malditos", novela donde comienza a narrar cómo las luces de la fiesta tras la guerra se van apagando.
Calvino, desde su mirada, recuerda que "un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir", porque seis años después de Gatsby, en 1931 Fitzgerald, convertido en una celebridad, empieza a mostrar la ciudad desde el "yo", con una suma de artículos que desembocan en "El crack-up", publicado en febrero de 1936, en los albores de la primavera en el Hemisferio Norte.
"Toda vida es un proceso de demolición", son las primeras palabras de quien, luego de varios intentos por partir, sólo le quedan cuatro años en este mundo hasta la llegada de un infarto. Su esposa, Zelda, está internada en un psiquiátrico, y su hija, Frances, asiste a escuelas privadas que a ratos su papá, uno de los pocos escritores que se ha hecho millonario estando vivo, no puede pagar.
Bajo esa lluvia, Fitzgerald anota en "El crack-up" la frase recordada por cada insomne que goza de cierta cercanía con las letras: "En una noche del alma realmente oscura, día tras días son siempre las tres de la mañana", porque "uno está siendo testigo involuntario de una ejecución, de la desintegración de su propia personalidad", como la humanidad entera sintió, con estas palabras u otras, durante la pandemia, una guerra química para todos, donde no hubo fiesta posterior.
Fitzgerald, ante el campo de batalla devastado en su interior, rememora que "tuve que marcharme de Princeton en el segundo curso", por motivos de salud. Gatsby dejó Oxford para alistarse en las tropas. "Otro episodio semejante a la situación que estoy contando ocurrió después de la guerra, cuando volví a sobrepasar mis límites. Era uno de esos amores trágicos condenados por la falta de dinero, y un día la chica lo clausuró basándose en el sentido común", al igual que Daisy.
Una historia que termina mal como "Romeo y Julieta", de William Shakespeare, porque "los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres)", agrega Calvino. En paralelo a la escritura de "El crack-up" y cuando Calvino todavía era muy joven, Carl Gustav Jung está dando su conferencia sobre el "inconsciente colectivo", que marcará hasta hoy la forma en que se conciben las ideas.
Fitzgerald, naipes sobre la mesa, reconoce que tras el rechazo de la citada joven "en vez de cartas escribí una novela", a lo largos de años donde "vi hombres honestos sumidos en una bruma suicida. Hubo quienes se entregaron y murieron; otros se adaptaron para seguir adelante y tuvieron un éxito más grande que el mío". La rudeza de Ernest Hemingway fue mucho más celebrada en vida que el rejuvenecimiento de "El curioso caso de Benjamin Button".
La traducción de "El crack-up" usada en este texto es de Marcelo Cohen ("El fin de lo mismo"), con prólogo de Alan Pauls ("Temas lentos"). Escritores, periodistas y críticos literarios, tal como el autor de "El gran Gatsby". Sin embargo, los argentinos tuvieron la gracia de incluir casi al final de su edición una carta de Fitzgerald a su hija, donde aconseja "preocúpate por el coraje, preocúpate por la eficiencia. (...) No te preocupes por la opinión general. No te preocupes por las muñecas. No te preocupes por el pasado".