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Búsqueda de otras "Tierras" sigue a 30 años del hallazgo del primer exoplaneta

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En 1995 los científicos suizos Michel Mayor y Didier Queloz confirmaron por primera vez la presencia de un planeta en otro sistema diferente al solar, un hallazgo conmemorado desde este viernes por la Universidad de Ginebra en la que ambos trabajaban, y que permitió que la Astronomía se abriera a la búsqueda de exoplanetas capaces de albergar vida, como la Tierra.

El prestigioso centro de investigación, de cuyo Departamento de Astronomía formaban parte los dos expertos en 1995, inauguró una exposición en el centro de Ginebra, a orillas del lago Lemán, para conmemorar la efeméride, y organizará varias conferencias con el mismo fin, una de ellas con la participación de Mayor, ya jubilado.

El 6 de octubre de 1995, siendo él profesor y Queloz estudiante de doctorado bajo su supervisión, ambos anunciaron la detección de un planeta que denominaron 51 Pegasi b, posteriormente también conocido como Dimidium, un logro que casi un cuarto de siglo después, en 2019, sería premiado con el Nobel de Física para ambos.

El descubrimiento del astro a casi 51 años luz, de un tamaño similar al de Júpiter aunque mucho más próximo a su estrella que éste del Sol, se logró mediante el sistema de velocidad radial, que mide a través las ligeras oscilaciones de una estrella causadas por la proximidad de un planeta.

Queloz y Mayor utilizaron para ello los datos obtenidos por el espectrógrafo ELODIE en el Observatorio de la Alta Provenza (sureste de Francia), donde ya en 1994 comenzaron a sospechar que un objeto orbitaba cada 4,2 días alrededor de la estrella 51 Pegasi, aunque tardaron un año en estar seguros de que era un planeta.

Más pequeños y "fríos"

Aquel descubrimiento abrió la puerta a una nueva rama de la Astronomía, la Exoplanetología, en la que se han descubierto ya más de 5.000 planetas, seguramente una fracción ínfima del total, si se tiene en cuenta que sólo nuestra galaxia, la Vía Láctea, tiene cientos de miles de millones de estrellas.

Al principio sólo podían observarse los exoplanetas más grandes y próximos a sus estrellas, pero especialmente en los últimos 10 años se ha logrado afinar más la búsqueda hasta cuerpos cuyo tamaño más pequeño o su mayor lejanía de sus "soles" pueda permitir con más probabilidad la vida, con planetas rocosos en vez de gaseosos, atmósferas más estables y temperaturas adecuadas.

Ya se está consiguiendo analizar las atmósferas de algunos de esos exoplanetas, algo clave para buscar posibles indicios de vida, en astros del tamaño de Neptuno, explicaba Queloz en una reciente entrevista para la televisión nacional suiza RTS.

El satélite CHEOPS o el espectrógrafo ESPRESSO, instalado por el Observatorio Europeo del Sur (ESO) en el sistema de telescopios del desierto de Atacama, lideran la actual búsqueda con nuevos sistemas como el llamado método de tránsito, que detecta pequeñas caídas periódicas en la luz de una estrella cuando un planeta pasa por delante de ella.

¿Al fin otro con vida?

Las noticias de nuevos exoplanetas candidatos a ser "Tierras B" se suceden con cada vez mayor frecuencia, y por fin en abril pasado se anunció el hallazgo mediante el telescopio James Webb de "indicios de actividad biológica" en uno de esos planetas, a 124 años luz del nuestro.

Los investigadores identificaron en el exoplaneta, denominado K2-18b, moléculas como el dimetilsulfuro, que en la Tierra están asociadas con procesos biológicos, aunque esto no alcanza el umbral necesario para confirmar que exista vida.

Sufrir sucesivas catástrofes climáticas se asocia a más deterioro de la salud mental

Un estudio australiano realizó un seguimiento a miles de personas que tuvieron daños en sus viviendas por inundación o incendio entre 2009 y 2019.
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Experimentar catástrofes relacionadas con el clima está asociado con un deterioro acumulativo de la salud mental, según un estudio australiano con datos de 5.000 personas que constata que los efectos se agravan con los sucesivos eventos.

Los detalles se publican en la revista The Lancet Public Health, en un artículo en el que los autores subrayan la urgencia de considerar estas exposiciones múltiples a desastres en los servicios de salud pública y bienestar social.

El trabajo se basa en datos entre 2009 y 2019 de 5.000 personas que sufrieron daños en su vivienda después de al menos una catástrofe (inundación, incendio forestal o ciclón), a las que se realizó un seguimiento desde los años previos al desastre hasta los posteriores a cada exposición.

Según los autores, adscritos entre otros a la Universidad de Melbourne, experimentar sucesivas catástrofes relacionadas con el clima se asocia a una mayor gravedad del deterioro de la salud mental.

Así, la recuperación a la situación inicial previa al desastre se retrasó más con las repetidas exposiciones. Se observaron mayores deterioros en la salud mental cuando los desastres ocurrieron más cerca de la exposición previa (con una diferencia de uno a dos años) que cuando se produjeron más lejos (con tres o más años de diferencia).

Los más propensos

Asimismo, se descubrió que las mujeres, los individuos más jóvenes, las poblaciones indígenas y los habitantes de zonas rurales tenían más probabilidades de experimentar un deterioro de la salud mental después de desastres repetidos.

También que las personas con enfermedades, deficiencias o discapacidades de larga duración, aquellas con escaso apoyo social, así como los propietarios de viviendas con hipotecas y los arrendatarios, experimentaron un mayor deterioro de la salud mental entre la primera y las siguientes catástrofes.

Los autores admiten que la investigación tiene algunas limitaciones. Por ejemplo, la medida de exposición al desastre se basó en los daños a las viviendas causados por un desastre reportados por los propios participantes.

Además, el modesto tamaño de la muestra para tres desastres (o más) introduce incertidumbre y limita la capacidad para extraer inferencias sólidas sobre el efecto.

No obstante, defienden sus conclusiones y afirman que los hallazgos ponen de relieve los efectos acumulativos en la salud mental de la exposición a múltiples catástrofes relacionadas con el clima, lo que debe tenerse en cuenta y abordarse urgentemente en los servicios de salud pública.

Los investigadores afirman que por primera vez han demostrado estadísticamente que la acumulación de dos o tres catástrofes naturales, especialmente entre personas vulnerables, provoca con más frecuencia trastorno de estrés postraumático, ansiedad y depresión que la ocurrencia de una sola catástrofe o ninguna, explica el psiquiatra Paul Valent.

Con el cambio climático produciendo más catástrofes naturales, advierten de que la salud mental de la población empeorará. "Su lógica, respaldada por abundantes estadísticas, parece inatacable", señala el investigador, que no participa en el estudio.

Sin embargo, este se limita a "un pequeño puñado" de síntomas medibles que -dicen- representan la salud mental, describe Valent, presidente jubilado de la Sociedad para estudios sobre el estrés traumático de Australasia, en declaraciones a la plataforma de recursos científicos Science Media Centre.

"Este supuesto es cuestionable". Los síntomas no incluyen una amplia gama de otros síntomas psicológicos como el duelo, la ira, la culpa, la vergüenza e injusticia. Y no dicen nada de las consecuencias psicosomáticas de las catástrofes, como infartos de miocardio, accidentes cerebrovasculares y una gran variedad de síntomas físicos.

arrendatarios, mujeres y jóvenes son más propensos a sufrir problemas de salud mental en reiteración de catástrofes.