Este viernes comienza a regir la "Ley de 40 horas" que desde su origen viene con un problema conceptual y que eventualmente podría haber confundido cuando fue promulgada, como es que la iniciativa no parte con "40 horas", sino que con 44.
De todas formas un problema muy menor, comparado con la batahola formada ante la reducción de una hora, dado que se ha interpretado que es posible reducir 12 minutos cada día de la semana para cumplirla. Incluso la ministra del Trabajo, Jeanette Jara, debió salir a aclarar el tema y dijo que la jornada laboral es de horas a la semana, no de minutos, ni segundos, ni "suspiros", al tiempo que reconoció que si las partes llegan a un acuerdo se podría trabajar con esa fórmula.
Más allá de lo técnico, llama la atención que por una hora de trabajo como país -porque esto involucra a todos- no nos pongamos de acuerdo. Se partió mal porque este concepto no fue contemplado con suficiente claridad y de eso se deben hacer cargo en el Ministerio del Trabajo, pero sí es cierto que complicarse a esta altura es un deporte nacional y que cuando el tema está en marcha cada uno debe poner lo suyo.
Si fuera el paso de 45 a 40 horas se entendería la batahola, pero ¿por una hora?
Y es que por más que desde las autoridades del Trabajo digan que todo se define tras un acuerdo entre las partes, en este caso la empresa y trabajadores, la complicación llega sola cuando se encuentra un "vacío" que termina convirtiendo la idea en incertidumbre, al punto que en muchas empresas no hay avances en sus planes de pasar 45 a 44. Más responsabilidad tienen, en este caso, las empresas que no cuentan con sindicatos y que, ciertamente, pueden llegar a tener más poder en este ámbito. También cabe la responsabilidad de los trabajadores que "sacan la vuelta" y fomentan trabajos poco productivos.
Bueno sería tomar el ejemplo de empresas o instituciones que hace años ya partieron con jornadas de 40 horas, sin complicarse y tras un diálogo fluido entre actores. En Atacama hay ejemplos de sobra.