El problema está en todos
El caso de Ambar recuerda que la injusticia no solo está en el hogar, sino que en el sistema; en los abogados que litigan y defienden casos de violación argumentando estado de ebriedad; en ciertos funcionarios policiales que revictimizan a denunciantes; en culpar a una falda y no a un agresor.
El caso de Ambar nos recuerda que vivimos de explicaciones, excusas y de leyes con determinado nombre, para salir del paso a cuestiones que seguirán sucediendo porque vivimos en una sociedad, donde el diagnóstico se centra en "el" o "los" casos, "el" o "los" agresores y no en un macro problema y un cambio cultural urgente.
Partamos de la base que en el caso de Ambar el informe de Gendarmería, ese mismo que tuvo un costo monetario para el Estado, fue desechado por un tribunal que en 2016, dice haber actuado en Derecho. Descomprimir cárceles y reinsertar es la premisa, aunque claramente hubo deficiencias dado que a pesar del informe, pagado por todos los chilenos, Héctor Bustamante recibió la libertad condicional.
Pero ¿qué pasa con los otros poderes del Estado? En el caso del Gobierno en 2019 cambió la esencia de esta libertad, que pasó a ser un beneficio y no un derecho y por ende entregó más restricciones. "El señor Bustamante Pérez aún estaría privado de libertad", indicaron en el Ministerio de Justicia y esto tiene asidero: en Atacama las libertades condicionales han bajado considerablemente.
Pero el problema trasciende los poderes del Estado. Está en nuestro sistemas, como el policial donde aún hay funcionarios que revictimizan a mujeres que denuncian hechos al cuestionar su relato sin revisar todos los antecedentes; está en los abogados que litigan y defienden casos de violación recalcando el estado de ebriedad de una mujer; está en las Fiscalías que dicen a denunciantes de acoso que su caso es probable que quede en nada; está en la palabra desagradable escondida en en otras intenciones; está en culpar a una falda y no a un agresor.
Hay niñas, adolescentes y mujeres que viven un temor constante a un ataque sexual, a un abuso, a ser asesinadas, a ser discriminadas laboralmente -en el caso de quienes están en edad para trabajar-, a recibir palabras que no quiere, a ser revictimizadas por ciertos funcionarios del Estado, a ser enjuiciadas por personas de su mismo género, que incluso hoy piden justicia por el caso de Ambar, pero que mañana validarán acciones nefastas que puedan sufrir las suyas, sus vecinas y las que no conoce.
La sociedad dice basta, pero mantiene su status quo y sigue sin entender el fondo de todo esto: las mujeres viven en permanente indefensión dado que se siguen perpetuando y validando acciones como las descritas, que terminan con ellas prefiriendo no hacer denuncias y que cuando se deciden a hacerlo, son cuestionadas. "Y por qué no denunció antes" y "ha pasado tanto tiempo", es la respuesta clásica.
Esto no es solo un basta por Ambar o por Catalina en Copiapó, sino que por las millones de mujeres en Chile que piden justicia por víctimas de horribles actos y que termine la violencia visible y escondida de género.