Atrapados por la irracionalidad
Los chilenos estamos conscientes de que el estallido social puso al desnudo la rabia acumulada durante décadas. Creo que no hemos tomado conciencia, sin embargo, es que, además, se ha desatado una irracionalidad inimaginable en Chile. El país de la loca geografía de Benjamín Subercaseaux, pero con una historia cuerda, como aseguraba un distinguido profesor brasileño.
Ese país ejemplar ha desaparecido. Resulta imposible entender, después de las manifestaciones masivas, por qué subsiste la violencia contra el Metro, los buses y las instalaciones urbanas, aparte de los ataques contra negocios grandes y pequeños, iglesias, comisarías y monumentos públicos. También resulta irracional la actitud contemplativa de un sector opositor que se resiste a condenar categóricamente la violencia. Y, lo que parece peor todavía, es que hay fuerzas oficialistas que no solo predican lo que no han practicado en 30 años de democracia, sino que además han optado por el matonaje, de hecho y de palabra.
Hasta ahora, todos los llamados a la paz y a los acuerdos han sido desoídos. Cuando todavía no terminaban las vacaciones, un grupo variopinto, en el cual había personeros de la Concertación, hizo un llamado a un gran acuerdo nacional, aseverando que "en democracia, los acuerdos entre adversarios políticos o sociales son legítimos y deseables cuando por sobre las diferencias se yerguen las razones del bien común. Es el caso de Chile hoy, donde se enfrenta una crisis que afecta la convivencia democrática y afecta también los derechos y seguridad del pueblo que cada uno dice representar", afirmaron.
Desde que se hizo pública, no tuvo mayor eco. Mientras resurgía la violencia, el llamado fue calificado de "patético" por algunos sectores, los que criticaron que no se hiciese una mención mayor al plebiscito ni a las víctimas de la represión.
La reacción oficial del PC tampoco es sorprendente. En palabras de su presidente, Guillermo Tellier: "Ya pasó el tiempo de la 'política de los consensos' o cocinas".
En un país cuerdo, con una economía abierta como la nuestra, debería ser posible importar un poco de racionalidad en esta coyuntura.
Abraham Santibáñez
Secretario general instituto de Chile