Constitución I
A propósito de la solicitud de una nueva Constitución y de las manifestaciones sociales, sabía usted que los cacerolazos están expresamente prohibidos según nuestro Código Penal que en el Artículo 123 dice que "los que tocaren o mandaren tocar campanas u otro instrumento cualquiera (como cacerolas) para incitar al pueblo al alzamiento y los que, con igual fin, dirigieren discursos a la muchedumbre o le repartieren impresos, si la sublevación llega a consumarse, serán castigados con la pena de reclusión menor o de extrañamiento menor en sus grados medios, a no ser que merezcan la calificación de promovedores".
Sergio Zarricueta Astorga
Constitución II
Cuando le correspondió asumir el mando del nuevo Estado, Bernardo O´Higgins promulgó dos constituciones, una en 1818 de carácter provisoria y otra en el año 1822, siendo las primeras a nivel nacional, si se considera que previamente solo hubo un reglamento constitucional de corta vida y alcances.
Llama profundamente la atención que el cuerpo del documento, partiera enunciando los derechos de los seres humanos, para luego caer en los deberes, dándoles sentido social a los integrantes del Estado Nación.
Se evidencia clara y contundentemente, que son los habitantes del país la principal preocupación, en las dos cartas magnas.
Pero también es atrayente la concepción que expresa el documento de los tres poderes del Estado, el ejecutivo, el legislativo y el judicial, a los que fija y regula, tanto en sus atribuciones, como en sus limitaciones.
Habida consideración del lenguaje, levemente diferente al que hoy empleamos, pareciera al leerse la mayoría de sus contenidos, que estuvieran inspirados en conceptos e ideas actuales, demostrando porque Bernardo fue un adelantado a su época, como asimismo, cual es el origen de su legado, que tanto bien nos haría imitar en la actualidad.
Antonio Yakcich, presidente del Instituto O´Higginiano de Rancagua
Piñera y Zweig
En entrevista publicada por "La Tercera" el 13.marzo.2011, Sebastián Piñera calificó al 2010 como "un año excepcional", y cifraba esperanza en que el 2011 fuere "un año más normal", y manifestó: "Si estimo necesario cambiar las formas de conducir -"gobernar"-, lo voy a hacer". Pero también dijo: "Lo que es imposible, es cambiar el carácter y la personalidad".
A fines de 2011 trascendió que estaba leyendo el libro "Momentos estelares de la humanidad", del escritor austríaco Stefan Zweig (1881-1942). Debería releerlo para que le dé luces "más claras" sobre el por qué Napoleón perdió la batalla de "Waterloo", entre otros momentos estelares que cambiaron el curso de la historia, y aplicar esas enseñanzas a la más pronta solución de las "demandas sociales" que hoy en día -en la mitad de éste su segundo período presidencial- lo tienen "con mucha humildad suya" entre "la espada y la pared". ¡Lo toma o lo deja!
Se lo digo "desde el fondo del alma", como "chileno de buena voluntad" -entre tantos-, "bendecido por Dios", además. Si lo hiciere y lo lograre, "empujado" -sin querer- por sus opositores, a lo mejor, tal vez, quizás, no sé, estaríamos frente al líder político que con sabiduría supo imponerse a la adversidad y pone a Chile en marcha de nuevo, con una nueva institucionalidad, haciendo cantar a toda la numerosa familia de la señora Juanita, ya no anestesiada, sino totalmente despierta: "Llegó, la alegría llegó. Llegó, la alegría llegó", como nunca antes ¡Irisada!, aportando también su propio esfuerzo a la prosperidad de nuestra amada patria.
Jorge Saavedra Moena
La palabra
Como unidad léxica de la lengua, la palabra es objeto de estudio de la Lingüística. Es la unidad mínima de significación que como hablantes poseemos para referirnos al mundo de las cosas, acciones y atributos. En el Génesis ya se destaca su valor al indicar el poder creativo desde la divinidad. Clayton (2004) en "El Lenguaje de Dios" escribe que es el medio por el cual "el Creador proyectó los mandatos del Eterno". Así, tiene el poder de curar, enfermar, enseñar, dañar, amar u odiar. La palabra todo lo puede. Por eso es que debemos siempre prestar atención al uso más allá de las simples estructuras verbales y/o posiciones sociales.
La palabra debiera ser un prototipo de perfección en la armonía al pronunciarla convenciendo, felicitando, expresando acuerdo o desacuerdo y no convertirla en un arma de doble filo (verdad/mentira). Como hablante tenemos la responsabilidad de exaltarla elevándola hasta lo más alto, y no convirtiéndola en un infierno de difamación.
Omer Silva Villena, profesor y lingüista