Cada día se confirma el presagio de que el agua dulce se convertirá en un bien tan preciado como el petróleo o los metales preciosos. El paso de los años y el inquietante cambio climático han hecho que los desiertos avancen inexorablemente por la ausencia de lluvias , provocando que los acuíferos estén prácticamente secos.
En nuestra provincia sabemos de esa realidad y como ha costado entregar agua potable para el consumo humano y la destinada para el uso agrícola.
La industria minera ha sido voraz por la necesaria demanda para sus procesos extractivos. Esto ha significado una devastación de muchos de los caudales loínos.
Hasta el día de hoy gran parte de las mercedes de agua sobre los cursos superficiales están en manos de mineras, quienes a sabiendas de la escasez han optimizado su uso y han avanzado en su reutilización. Pero la demanda sigue creciente, lo que ha hecho mirar obligadamente a la desalinización de agua de mar.
De hecho, la mayoría de los proyectos mineros hoy la consideran porque saben que no hay más acuíferos que explotar sin alterar el medioambiente. Son las nuevas exigencias sociales y que necesariamente tiene que ser escuchadas si es que los proyecto quiere ver la luz.
Por eso cuando el gobierno defiende el agua del río Siloli o Silala es porque es un bien que no se puede entregar así sin más. Esto más allá que hoy esté en manos de privados, pero el recurso sigue siendo vital para faenas mineras y para pequeñas comunidades.
La propiedad es un problema interno y que en su debido momento tendrá que enfrentarse. Lo importante es mantener esa propiedad porque en cualquier momento puede ser de gran utilidad para dar vida a la región.
Entonces claramente hay que respaldar al gobierno en su batalla legal y también apelar a lo que hizo el alcalde de Calama, Esteban Velásquez quien llegó hasta el nacimiento del Siloli para pedir un gesto de humanidad entre países hermanos, porque entiende que esas aguas tienen que defenderse por el beneficio de todos.