Cuando recibí el libro "Viejos Choros, Historias Constructivas" en el seminario de la construcción en Atacama, no imaginé que me conectaría tan profundamente con la figura de Raúl Oriel Tapia, "el Rulo", lector habitual de mis columnas de opinión, quien falleció el pasado 17 de abril a los 70 años.
Raúl, oriundo de Huasco Bajo -tierra noble y forjada por el esfuerzo- fue hijo único de doña Sara, esposo de María Estela, padre de Alejandra y Rodrigo, y abuelo de Isidora y Vicente. Marcó profundamente sus vidas y las de muchas otras personas. Su huella fue más allá del círculo familiar: con su nobleza, su buen corazón y una confianza inquebrantable en los demás, fue capaz de multiplicar impactos y abrir caminos.
Escuchar a su hija Alejandra relatar su historia de vida es como oír a mi propia madre. Personas que, más allá de su formación formal o informal, cruzan fronteras para cumplir propósitos, acompañar trayectorias y sostener a otros. Raúl fue un amante de la naturaleza, uno de los fundadores de Atacama Soul Expedition, y un apasionado del buggy - campeón nacional UTV 2017 -, pasión que compartió con su hijo Rodrigo, quien gracias a ello descubrió la Duna Cantora -un geositio ubicado detrás de Chamonate, dentro del cordón ferroso- reconocido incluso por medios nacionales.
A lo largo de su vida, Raúl fue agricultor, transportista, empresario y pequeño minero. En todo lo que hizo, dejó una marca personal, con compromiso genuino, pese a las dificultades que enfrentó. Siempre decía: "cada día tiene su afán". Era un hombre sabio, con alma noble, siempre dispuesto a aprender: estudió inglés, seguía los precios de la bolsa de metales, conocía a fondo el derecho minero y la realidad de las pertenencias, y en los últimos años podía explicar con claridad el impacto del litio en nuestra tierra.
Más que un padre, fue un verdadero amigo. Conoció a muchas personas destacadas del mundo de la minería y la cultura. Jugó un rol importante en el ámbito de la pequeña minería y llegó a relacionarse con figuras como Amy Zhou y Juliette Binoche. Además, participó en el proyecto que dio origen a la película Oro Amargo, filmada en su mina Chago Mario, gracias a una valiosa alianza con Carlos Pizarro y al compromiso del director Juan Olea.
Amaba el mar, la pesca, acampar y estar cerca de la naturaleza. Navegaba desde Taltal hasta Playa La Virgen, y tenía esa mirada distinta que solo otorga el mar.
Raúl fue un viejo choro en el mejor sentido de la palabra: Mentor, generoso, inquieto y profundamente humano. Su legado quedará en quienes tuvimos el privilegio de cruzarnos con él.