Nunca he comprendido a los profesores lateros y eso que he conocido a muchos. El campeón era un hombre de unos setenta años que se sentaba en el escritorio y leía con una voz muy monótona un cuaderno de páginas amarillentas. En él se recogían las clases que leía año tras año sin agregar absolutamente nada. ¿Cómo lo sé? Porque algunos compañeros míos se habían conseguido los cuadernos de años anteriores.
Lo único divertido era cuando contaba un chiste. Alguien advertía en voz baja, pero audible para los cuarenta o cincuenta estudiantes que estábamos en la sala: "-Ahora viene el chiste del mecánico". Y, como quien cumple un ritual, venía su chiste. La gente se reía mucho, para delicia del profesor, que no se daba cuenta que se estaban burlando de su monotonía. Era un espectáculo penoso.
En todo caso, debo decir en su favor que en esas clases se dormía muy bien, y como nunca miraba a los alumnos, uno no corría el riesgo de ser descubierto.
A partir de mi propia experiencia, yo le advierto a mis estudiantes que en mis clases pueden dormir, siempre que no ronquen. Lo que me desespera, en cambio, es que alguien converse o se mueva, porque hacer una clase requiere una concentración máxima, semejante a la de un director de orquesta.
Pero volvamos a los profesores lateros. La receta para ser uno de ellos incluye varios ingredientes. "Haga clases sentado; hable en voz baja y monótona, evite modular bien; jamás mire a los alumnos, sino que dirija siempre la vista al papel de sus apuntes o a un punto indefinido de la parte superior de la pared del fondo; enseñe todas las materias con el mismo énfasis, de modo que los estudiantes no puedan notar qué es lo realmente importante; evite los ejemplos y, muy especialmente, las anécdotas; no haga preguntas en clases, que le permitan saber si la gente entiende lo que usted enseña. Y, por sobre todas las cosas, absténgase de mostrar la belleza de la materia que usted enseña: no entregue la más mínima pista que permita a los oyentes descubrir qué lo llevó a enamorarse de esa asignatura a la que dedica su vida".
Esas siete reglas hacen al profesor aburrido.
En todo caso, no me parece que la solución para los profesores lateros consista en pedirnos a todos los académicos que gastemos un tiempo que no tenemos en asistir a toda suerte de cursos de innovación docente. Eso sí que es una lata, que a veces se impone a todos los profesores jóvenes para desgracias de ellos. Habrá que resolver el problema caso a caso y no molestar a todo el mundo para paliar las deficiencias de algunos.
Dejemos de lado a los académicos y te invito a hacerte una pregunta. Estamos de acuerdo en que hay profesores lateros y algunos laterísimos, pero ¿no habrá también alumnos lateros? ¿Te habías planteado la cuestión?
El prototipo del alumno latero se muestra en todo su esplendor en las clases remotas, cuando pone una pantalla en negro donde ni siquiera se ha tomado la molestia de subir una foto suya o al menos de su superhéroe favorito. Nada, sólo se ve una negra superficie. Uno se distrae pensando: ¿habrá alguien ahí?, ¿estará durmiendo o cortándose las uñas?
Por supuesto que puede haber razones para no conectar la cámara, comenzando por el simple hecho de que a veces uno no tiene cámara, o hay más gente, o la habitación está desordenada, o lo que sea. En esos casos, la solución es tan simple como mandarle un correo al profesor donde uno le explica uno va a tener la cámara apagada. El profesor quedará feliz y entenderá que la falta de imagen no significa carencia de interés.
Con todo, hay otros tipos de alumnos lateros. Está, por ejemplo, el moai: una persona a la que no se le mueve un músculo de la cara durante toda la hora de clase, y que permanece tan silente como esas esculturas pascuenses. O aquellos que no estudian clase a clase, de modo que uno intenta construir un segundo piso cuando en realidad les falta el primero. También están los que jamás contestan las preguntas y uno no sabe si lo suyo es ignorancia o simple timidez.
Tengo una idea para resolver nuestro problema: en las distintas carreras podría haber secciones especiales para profesores y alumnos lateros. Puede que entre ellos se entiendan e incluso se entretengan. En todo caso, no seré yo quien vaya a averiguar cómo lo pasan.