El descubrimiento del doctor
Joaquín García-Huidobro
Hace dos mil años las ciudades más relevantes no se llamaban Nueva York, Londres o París, sino Alejandría, Roma o Antioquía. En esta última ciudad, un gran centro del comercio internacional ubicada al sur de la actual Turquía, se concentraban personas de todas las naciones conocidas, aunque la cultura predominante era griega y de hecho se hablaba esa lengua, que por ese entonces era aún más imprescindible que hoy el inglés.
Allí, vivía un médico particularmente culto, amante de la historia, de nombre Lucas. No sabemos mucho de su vida, salvo que en algún momento hizo un descubrimiento que cambió por completo su existencia. No encontró una nueva medicina, ni un tesoro o unas tierras desconocidas, sino algo que contiene todo lo anterior y mucho más. Lucas descubrió, a través de relatos de muchos testigos, a una persona, un rabí judío que se llamaba Jesucristo.
Se fascinó con su figura, pero no como a alguien le puede interesar un determinado personaje histórico (tengo un amigo que ha leído absolutamente todo lo que hay sobre Churchill). Él, como miles de millones de personas a lo largo de los siglos, no sólo admiró a ese hombre, sino que creyó algo que a muchos les parece imposible: creyó que ese carpintero judío, ese hombre que había caminado, comido, dormido, hablado, llorado y reído unos años antes en una tierra a setecientos kilómetros de distancia, ese hombre era al mismo tiempo Dios: Dios encarnado. ¿Has escuchado una afirmación más fuerte que esa?
En Antioquía había otros como él, y cada vez fueron más. De hecho, en esa ciudad empezaron a llamarse "cristianos".
Era tan fascinante el mensaje de Jesús que decidió escribir un relato de su vida, el famoso Evangelio de Lucas. Seguramente conoces distintos pasajes de él, como la parábola del hijo pródigo; sin embargo,¿lo has leído? A lo mejor sí, pero ¿sólo una vez? A nadie se le ocurriría decir: "No voy a escuchar Bohemian Rapsody o Hey Jude, porque ya oí esas canciones una vez, cuando era chico". Con textos como el de Lucas pasa lo mismo y más: cada vez que se leen pueden descubrirse nuevas cosas, que, si el lector está bien dispuesto, llegan a lo más hondo del corazón.
Ciertamente puede haber frases o pasajes que no entiendas, si bien eso no tiene nada de especial, porque es una experiencia que nos sucede a cada rato con muchos otros textos, y basta con preguntarle a alguien que sepa más sobre el tema. Además, Jesús juega constantemente con las paradojas, y de ese modo estimula nuestra mente. "El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará", dice en un texto que recoge el propio Lucas.
En esas páginas encontrarás una lógica muy diferente a la que estamos acostumbrados a ver. Por ejemplo, no se trata de la autoafirmación, ni de acumular dinero, influencia o poder, sino de poner la vida al servicio de los demás. No es un libro de autoayuda, ni nada que se le parezca. Su personaje central no es un líder, sino más bien un anti-líder, alguien que hace todo lo contrario de quienes se consideran gente exitosa.
El doctor Lucas no se limitó a escribir la vida de Jesús, sino también compuso un relato (los Hechos de los apóstoles) donde cuenta la vida de la primitiva Iglesia. Hoy, cuando muchos dicen: "Cristo está bien, pero no quiero saber nada con la Iglesia", Lucas nos dice algo muy distinto. Nos narra no las aventuras de unos superhombres, sino lo que hacen personas que están llenas de limitaciones y defectos.
Lucas no es implacable con los fallos ajenos, como nuestras redes sociales, sino que se detiene especialmente en destacar un rasgo de Jesús: su misericordia. Porque el cristianismo no es para unos tipos perfectos, sino para la gente mala. Nuestro doctor tomó buena nota de una frase de Jesús: "No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos -contestó Jesús-. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores para que se arrepientan".
Los enemigos de Jesús, según nos cuenta Lucas, le reprochaban su cercanía con personas muy poco ejemplares. Ellos querían una religión para los impecables. Si tú piensas lo mismo, si te apartas horrorizado cuando ves que la Iglesia está llena de enfermos, cobardes y mediocres, quizá ha llegado el momento de tomar esas páginas de Lucas y disponerse a oír la voz de alguien que pensaba de otra manera.