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con toda la información y le dijeron que no a un texto muy malo para Chile. Uno esperaría que al menos quienes fracasaron en este texto respetaran un poco la voluntad electoral y no siempre estuvieran haciéndoles una crítica a los electores.

-¿Cambió algo en el gobierno después de la derrota?

-No hubo ningún cambio. Piensa que el propio Presidente le echa la culpa a que ellos van demasiado rápido, más rápido que el pueblo. Cambian un par de ministros por otros ministros, pero la agenda sigue siendo la misma. Entonces, aquí no se entendió de parte de los promotores del Apruebo ni tampoco del Gobierno, que lo que Chile rechazó fue un proyecto ideológico y por eso el hito es tan importante, porque aquí hubo una coalición, que era la que controlaba la Convención, que puso por escrito su proyecto político y a ese proyecto Chile le dijo que no.

-¿Necesita Chile una nueva Constitución?

-Bueno, casi el 80 por ciento dijo en el plebiscito de entrada que quería una nueva Constitución y yo creo que, obviamente, dado ese resultado, es que el proceso ha seguido abierto. El proceso que está en curso tiene que ser capaz de ofrecerle a Chile no algo mejor que la Convención, que fue poco, sino que tiene que ofrecerle algo que en el fondo sientan que garantiza mejor que hoy derechos que ellos han defendido y que no quieren dar por perdidos.

-¿Pero usted qué piensa, más allá de lo que votó la gente en el plebiscito de entrada?

-Cuando el 80 por ciento dijo que quiere una nueva Constitución, hay un plebiscito de entrada y en base a eso es que el proceso sigue abierto. Lo que es fundamental es cerrarlo de buena manera.

-¿Y qué expectativas tiene del proceso en curso?

-Primero, todas las partes tienen que acercarse a este proceso de buena fe. Aquí no basta descansar en un acuerdo de 12 bases, porque al final dentro de esas 12 bases caben bastantes constituciones muy distintas unas de otras. El proceso está en marcha y habrá que irlo evaluando en su mérito paso a paso. Sí creo que es importante que todos los órganos que lo componen, ya sea la comisión de expertos, después el consejo elegido, los árbitros, etcétera, no se midan con el estándar de la Convención. Nunca puede ser parámetro un texto que fue rechazado por el 62 por ciento de los chilenos. Hacer algo mejor que eso no puede ser el estándar. Durante muchos años los chilenos dieron por descontados distintos aspectos que vieron que en la Convención se ponían en riesgo, desde la unidad de la nación chilena, la estabilidad de la democracia, sus libertades individuales, el derecho de propiedad. Eso es lo que van a proteger en cualquier proceso que venga.

-¿Qué le han parecido las primeras decisiones del Consejo de Expertos, por ejemplo, la no inclusión de un capítulo especial para las Fuerzas Armadas y de Orden?

-Creo que es un error y ahí están repitiendo un error de la Convención. Lo que uno vislumbra, y que espero que no sea algo permanente durante este proceso, es que no pueden acercarse con complejos a que cualquier cosa que sea regulada en la Constitución actual no puede mantenerse. El deber es cambiar lo que no funciona, pero sí mantener lo que funciona, como por ejemplo que las fuerzas armadas y de Carabineros tengan un capítulo aparte donde son reguladas al detalle con todas las herramientas que se requiere hoy día, para que tengan los instrumentos para enfrentar los problemas que existen en Chile de violencia, narcotráfico, inmigración ilegal, y por supuesto, siempre subordinadas al poder civil, como lo están hoy día. Eso requiere, a mi juicio, un capítulo aparte y es una buena señal que lo tengan. Por eso a mí me pareció una mala señal que se eliminara esa propuesta.

-¿Se refiere a los consejeros de su sector cuando dice que no tengan complejos?

-No, al revés, porque los expertos de nuestro sector votaron a favor de tener ese capítulo aparte. Lo que uno siente es que hay varias instituciones que en Chile son fundamentales y que por el solo hecho de estar en la Constitución actual algunos las quieren cambiar o eliminar. En ese sentido fueron más bien los expertos del frente. Espero que eso no sea una tónica para lo que viene hacia adelante.

-Se ha dicho que el actual proceso está demasiado controlado por un comité de expertos y árbitros. ¿Le gusta como está, le parece que es lo que la gente quiere?

-Yo siempre fui partidaria más bien de que este proceso hubiera seguido en el Congreso. Creo que Chile tiene un Congreso plenamente democrático y me parecía que después del rechazo el proceso tenía que encausarse a través de lo que son nuestras instituciones. Pero ya estamos en este proceso. Por lo tanto, independientemente de la opinión que una hubiera tenido en ese momento, las fuerzas políticas acordaron un proceso distinto. Y está el proceso en curso. Por lo tanto, creo que es muy pronto para hacer una evaluación al respecto.

-Todas las encuestas demuestran que la gente no confía en los parlamentarios.

-Al final creo que esto es un círculo, porque si los parlamentarios se desligan de sus atribuciones, lo único que van a producir a la larga es más desconfianza. Esta era una oportunidad para haber ejercido sus atribuciones plenamente y haber propuesto a Chile el texto que los chilenos se hubieran sentido representados. Pero eso ya es historia, ya no fue y este es el proceso que está en marcha y creo que hoy debemos involucrarnos para que resulte de la mejor manera posible.

-Usted fue ministra de Educación. Esta semana se conocieron los casos de colegios que debieron suspender sus clases por un narcofuneral en Valparaíso y un ataque con cuchillo a un asistente de la educación en Puente Alto. ¿Qué se puede hacer para superar estos niveles de violencia?

-Son dos cosas distintas. Una es la suspensión de clases. Me llama mucho la atención, porque la ministra el Interior dice que los funerales narcos, o el narcotráfico, no van a definir el calendario escolar, pero bueno, sí lo hizo. Y el ministro de Educación valora la suspensión de clases de esos niños en vez de garantizarles a todos los niños y padres de familia la seguridad para que puedan asistir a clases tranquilos. Entonces, ahí más allá de un problema de coordinación de declaraciones, hay una decisión. El Gobierno debe tomar la decisión de proteger a los alumnos y a los apoderados para evitar que ante estas amenazas al final los perjudicados sean los niños y jóvenes de nuestro país que no pueden asistir a clases tranquilos. En el segundo tema, la violencia en los colegios, lo primero para enfrentarlos es asumir la realidad de la violencia. Aquí de nuevo hemos tenido una coalición desde hace años que estando en la oposición, o ahora en el Gobierno, tienen un tremendo complejo para asumir la violencia. Nosotros impulsamos en su momento en el Ministerio de Educación la ley Aula Segura para dotar a los directores de colegios de herramientas que no tenían en ese minuto para enfrentar este tema. ¿Y cuáles son las primeras declaraciones de la alcaldesa de Santiago? Que poco menos que no quiere aplicar la ley. Es decir, renuncia a ejercer herramientas que tienen y además tampoco proponen ninguna herramienta nueva. El resultado es que ganan los violentistas y pierden los niños y jóvenes que quieren estudiar.

-Esto puede ser finalmente el reflejo de una sociedad cada vez más violenta.

-Por lo mismo es importante recuperar los consensos. Uno, el consenso de que no se valida la violencia como forma de acción política. Pero cuando tú actúas a medias tintas con la violencia y la vas validando porque te sirven a tu agenda o a tus intereses, obviamente que se debilitan las instituciones en el país y se aumenta la violencia. Y, en segundo lugar, se ha roto también el proceso de respaldar el uso de la fuerza legítima dentro del estado de derecho para enfrentar la violencia. Al final, no tienes herramientas y los que pierden son las víctimas inocentes.

-Están quienes dicen que no se le puede atribuir a este gobierno la responsabilidad por la violencia, que ha sido el Estado el incapaz de controlarla.

-Pero a las autoridades se les puede pedir claridad respecto de la condena de la violencia y respecto de fortalecer herramientas para enfrentar la violencia. Piensa que la propia Convención eliminaba estados de excepción de emergencia, les reducía las atribuciones a las policías y a las fuerzas armadas y tuvimos una Convención que no solamente en el texto era una Convención de la inseguridad, sino que se hermanó desde el inicio con la violencia. Las primeras declaraciones eran para liberar a los presos que estaban por hechos de violencia en octubre, que fue en definitiva lo que terminó haciendo con el indulto el Presidente Boric. Entonces, sí hay responsabilidades con las señales que se dan para enfrentar la violencia.

-¿Cómo ve los liderazgos de su sector de cara la próxima elección presidencial? Ya se perfilan alguno como Rodolfo Carter, Evelyn Matthei, o el mismo Sebastián Piñera, quien no ha descartado ir de nuevo.

-No, es muy luego aún, así que no voy a responder.

-¿Y usted, vuelve a la primera línea de la política?

-Después de mi trabajo convencional estoy dedicada 100% a la actividad académica.

Portada de "4/9 el rechazo de chile, en el que escribe marcela cubillos.

"Uno esperaría que al menos quienes fracasaron en este texto respetaran un poco la voluntad electoral y no siempre estuvieran haciéndoles una crítica a los electores".

"No basta descansar en un acuerdo de 12 bases, porque al final dentro de esas 12 bases caben bastantes constituciones muy distintas unas de otras. El proceso está en marcha y habrá que irlo evaluando en su mérito paso a paso".

"Aquí de nuevo hemos tenido una coalición desde hace años que estando en la oposición, o ahora en el Gobierno, tienen un tremendo complejo para asumir la violencia".

Columna

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Precoces

Me he tratado de acordar cuál fue la primera señal. ¿Cuál fue el momento en el que la nueva generación de políticos, cuando todavía éramos unos anónimos estudiantes universitarios, me hizo fruncir el ceño? Nada fácil. Yo, por entonces, asumía que quien se atrevía a pedir la palabra en una asamblea, tomaba el micrófono y discurseaba ante una multitud supuestamente ilustrada, lo hacía porque tenía muchas cosas importantes que decir, de las que se hallaba demasiado seguro y que, en aras del tiempo, casi nunca alcanzaba a detallarlas. Yo, en cambio, me sentía tan ignorante que jamás se me hubiese pasado por la mente hacer lo que en mi caso hubiera sido un ridículo, más todavía en los primeros años. ¡Había tanto por aprender! La única vez que lo hice fue para elevar una excéntrica protesta. Dije que no podía ser que un compañero anduviera en hora de clases por los pasillos de la Universidad tocando un tambor para llamar a la insurrección. Como me puse nervioso, no hallé las palabras, y agregué que esa persona "me violaba" en vez de "me violentaba", lo cual desató las carcajadas.

Con el paso del tiempo me di cuenta que había un verdadero arte en discursear teniendo poco que decir, nada o, por debajo de la nada, algo que ya se hubiese dicho en la asamblea. El arte de exprimir lo poco que se tenía. ¿Hasta dónde seguir acumulando palabras, datos, argumentos, antes de atreverse a organizarlos y decirlos? Los de mi época eran precoces, yo, un retardado.

Los precoces siguieron su carrera de grandes hablantes y, en un poco más de una década, conquistaron el poder no de recónditas municipalidades, sino de la cabeza del gobierno y el Estado. Yo, en cambio, después de impartir clases como académico invitado durante esa misma década, recién me convierto en profesor de rigor en la misma Universidad en la que compartimos.

Se dirá que tuvieron mucha suerte. No lo niego, ¿pero qué político no la tiene? Un político sin ningún golpe de suerte nunca llega a existir. Se dirá que jugaron al filo de todas las reglas, ¿no es eso parte, lamentablemente, de aquel oficio? O que son quejumbrosos, incapaces de soportar el mismo trato que propinaron. ¿Quién, si se le da, no pide, o hasta exige, clemencia?

No es que quiera defenderlos.

Sobre la tragedia de los políticos se ha escrito mucho, pero hay ciertas obras de Shakespeare que dan miedo. Él mostró cómo es que la antiquísima rueda de la fortuna eleva rápido y alto para dejar caer. Cualquier carrera meteórica obedece a esta ley cada día menos oculta. Contra ella no habrá nada que podamos hacer. Nos cautivará, nos encumbrará y, de sopetón, nos devolverá al polvo inmóvil, para mostrarnos al próximo incauto.

Pero, históricamente, la moda de los genios fue muy poderosa. Se dice que empezó con el Romanticismo, una época en que jóvenes daban muy pronto todo de sí, dejaban atónitos a los viejos y, si no triunfaban en vida, quedaban consagrados más allá de ella. Fue el sabio Goethe quien se rebeló contra esa idolatría. Es más, vio en todo ese movimiento juvenil una especie de enfermedad mental.

Ocurre que se suele confundir la precocidad con la valentía. Por eso que la pregunta de los antiguos estrategas griegos por la valentía debería llamarnos a reflexionar. Se la hacían a propósito de la educación de sus hijos, que veían como una preparación para el momento en que se desperdigaran por el mundo. Es el tema del diálogo de Platón "Laques", recientemente traducido al español por los jóvenes profesores chilenos Patricio Domínguez y José Antonio Giménez (Editorial Universitaria, 2022). En él, se debate sobre la extensión de la valentía. Y, como en "Jacinto Chiclana", la milonga de Borges sobre un valiente de los arravales, se canta "lo que se cifra en el nombre", pero también se desmenuza criticamente esa "virtud" que a veces se la confunde con la insensatez. ¿De quién? Del que, de tan talentoso, no ha estudiado, o lo que es lo mismo, oído y callado antes de hablar. Pues, en uno de los pasajes de este diálogo, Sócrates (que alguna reputación como guerrero tenía) enseña que en ciertos casos la valentía no debe ser una resistencia tozuda, sino una retirada inteligente. Eso que se llama en lengua bélico-política "repliegue estratégico".

Y bueno, este repliegue sea tal vez una de las señales. Señal de que la precocidad ha dado paso a la maduración. Ha madurado, a su vez, el que ha meditado lo suficiente antes de actuar, no ha tenido, por lo mismo, que replegarse tanto y, en consecuencia, podrá vivir sin alegar en su defensa: echar a perder para aprender.

En el fondo, quizá es ese el genuino precoz. Pero no somos capaces de verlo.