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Perú: las dos caras de las protestas según policías y manifestantes

CRISIS SOCIAL. Esta semana, las multitudinarias marchas en Lima comenzaron a decaer en número y energía, mientras crece el hastío de los ciudadanos por el olor a lacrimógena y el caos en la capital.
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Agencias

Bombas de gas lacrimógeno y piedras se han cruzado en el aire durante semanas en las marchas antigubernamentales de Lima. Policías y manifestantes se encuentran en una suerte de rutina en las calles donde los gritos de "policía, asesina" rebotan contra los escudos antidisturbios, que callan sus agónicas demandas.

Las protestas contra la presidenta de Perú, Dina Boluarte, se han desarrollado durante dos meses en diversos puntos del país, pero esta semana comenzaron a mostrar claros signos de cansancio por el paso de los días y por la realidad de que, tanto el Ejecutivo como el Legislativo, se aferran con fuerza a sus puestos.

La rutina de la protesta

Son las 13.00 horas y la unidad policial de Servicios Especiales "Las Águilas" de Lima, ya ataviados con el material antidisturbios, grita consignas y vítores para subir la moral a sus efectivos instantes antes de salir a las calles.

"Estamos un poco mermados en el personal, porque tenemos muchos lesionados dado la magnitud de los enfrentamientos (...) pero siempre con la moral alta porque eso nos enseñaron en una disciplina castrense", explica a Efe el capitán Guevara Llanos.

Tras los gritos de ánimo, los propios agentes marchan entre aplausos de los compañeros en vehículos, buses turísticos, camiones de la Infantería de Marina y otros, rumbo al Paseo de los Héroes Navales.

El monumental arco urbano que conforma el paseo muestra una imagen insólita en la democracia peruana: miles de policías, como en un cuartel, desfilan entre cánticos propios de su cuerpo e inundan toda la zona.

Durante horas y bajo el ardiente sol peruano, aliado de los heladeros ambulantes de la zona, más de 10.000 efectivos exhiben su fuerza frente al Palacio de Justicia.

Mientras tanto, del otro lado, los manifestantes apuran sus platos de guisos de arroz repartidos en una olla común en la histórica plaza Dos de Mayo, a las puertas de la sede del CGTP, listos para marchar una jornada más por las calles del centro histórico de la ciudad.

El secretario general adjunto del principal sindicato del país, Gustavo Minaya, ultima en su despacho un correo electrónico a una congresista en el que planean elevar la denuncia de la detención de un líder sindical esa misma mañana.

"Ahora a la policía ya no se puede denunciar nada (...) la respuesta de esta dictadura es terrible", cuenta el dirigente a Efe, al relatar que tanto él como sus compañeros han recibido amenazas contra su vida.

"Exigimos la renuncia inmediata de la señora Dina Boluarte y que se ponga en manos de la Justicia para responder por estos crímenes contra los derechos humanos", declara minutos antes de salir a manifestarse.

Las ventanas abiertas dejaban pasar bocinas y proclamas de "Dina, asesina", que gritan escaleras abajo cientos de personas congregadas, en una suerte de desahogo protegido por el anonimato de la masa.

EL MIEDO y la violencia

Una persona murió en Lima tras el impacto de una bomba de gas lacrimógeno y las imágenes de violencia entre las dos partes han sido constantes en las últimas semanas. Cuando se les pregunta a los manifestantes si tienen miedo, algunos responden automáticamente que no.

Pero otros como Dina, una señora que marcha con una bandera de Perú negra, en símbolo de luto, explica que como todo ser humano tiene miedo, pero que lo tiene que vencer para salir a la calle: "Sin lucha no hay victoria".

El agente Ramírez Medina, del otro lado de la muralla policial, señala que puede comprender las ideas de quienes protestan, pero hace hincapié en que "la violencia no se justifica de ninguna manera".

Entre manifestantes y policías sobresalen personas con cascos blancos o azules y con batas médicas. Son las autodenominadas brigadas médicas y espontáneos que normalmente simpatizan con los manifestantes y que salen para ayudar a los heridos.

Con botellas de bicarbonato, esponjas con vinagre y mochila-botiquín caminan tres mujeres enfermeras que llegaron a Lima hace 15 días desde Tacna, en el sur del país.

"Para ayudar y porque queremos a nuestra patria", dice Flor Mamani.

El fuerte cordón policial dio la bienvenida a los manifestantes y les mostró que no les iban a dejar pasar al Congreso. Normalmente, es en este momento cuando alguno de los presentes en primera fila desafía a las fuerzas del orden con alguna agresión y luego comienza el lanzamiento de bombas de gas lacrimógeno y de piedras.

Pero este jueves, la fuerza de la protesta era menor, algo que se tradujo en el abandono entre gritos de "cobardes" de uno de los sindicatos que encabezó la marcha.

El destemplado ambiente con el que finalizó la manifestación parece augurar un fin cercano a las marchas multitudinarias en Lima, donde el gas lacrimógeno y la violencia dejan de ser rutinarias postales por el hastío de la población.

Aunque a las pocas horas Boluarte reconoció que sus compatriotas viven en "una democracia frágil" y volvió a pedir al Congreso que adelante las elecciones, la rutina de las protestas se repetía en el aeropuerto de Juliaca, donde nuevamente un intento de toma dejaba un muerto y más de 20 heridos, totalizando 70 víctimas fatales desde que el expresidente Pedro Castillo fue destituido del cargo y enviado a prisión tras intentar un autogolpe de Estado.