A menor delito, más miedo
A diferencia de lo que muchos pueden pensar Chile es un país punitivo, cuenta con la mayor tasa de personas en prisión de Sudamérica, 279 reclusos por cada 100 mil habitantes, con un promedio de reincidencia en delitos generales que supera el 50%, lo que evidencia que su efectividad como castigo podría estar en tela de juicio sin problemas.
Lo paradójico del país radica en que si bien no hay un incremento de delitos en relación a periodos pre pandemia hay una manifiesta inseguridad en la percepción de la población frente a estas materias. Diversas encuestas evidencian el temor de la ciudadanía frente a la delincuencia e inseguridad ciudadana poniéndolo como principal tema de interés por sobre las pensiones, la salud y la educación.
Y es que efectivamente en el país ha habido un incremento en los delitos violentos y un mayor uso de armas de fuego, generando un ascenso en el miedo de la población por las consecuencias que esto trae consigo, incorporándose también nuevas formas de criminalidad, incorporadas del extranjero, que han generado nuevas exigencias a las policías.
El endurecimiento del marco normativo en los últimos años ha recurrido a la cárcel de manera ineludible, estableciendo sanciones con penas privativas de libertad que han tejido un enmarañado código penal que a todas luces necesita una refracción profunda y coherente a los nuevos tiempos.
Pero la cárcel como reducto de personas infractoras está en crisis, y a pesar de los constantes esfuerzos e iniciativas de fortalecimiento de sus centros de educación y trabajo hoy día está muy lejos de proporcionar una alternativa que asegure una reinserción social adecuada, con condiciones dignas, mayor seguridad y acceso a formación y desarrollo laboral para la mayoría de la población penal.
De acuerdo a la estadística de Gendarmería el porcentaje de reincidencia es mucho menor si los internos reciben algún tipo de actividad laboral, que llega al 50% de la población penal o si contaron con capacitación laboral, la que beneficia sólo a un 10% porque son iniciativas a las que no todos pueden acceder en los centros penitenciarios.
Por lo anterior, no hay que extrañarse cuando un delito sea cometido por alguien que ya ha estado en el sistema penitenciario, donde hizo redes, afinó estrategias y continuó con su prontuario porque muchas veces no hubo otra alternativa, debido a que las opciones si bien existen no se lograron amplificar para asegurar que todos quienes egresan tengan mejores competencias para volver a insertarse en la comunidad.
Cristian González Verasay
ONG Supérate