El caso de Marcela Ríos
"Marcela Ríos es responsable de lo que ha ocurrido; pero también el presidente que, al malentender en qué consiste la tarea del ministerio de justicia, la eligió a sabiendas que ella no sabía, ni tenía porqué saber, de prontuarios, expedientes, de decretos, de citas legales o de fiscalías.
El caso de la ministra Marcela Ríos ilustra, como en un ejemplo, uno de los problemas que aquejan a la administración del presidente Gabriel Boric: elegir mal por no entender del todo la complejidad del estado.
Marcela Ríos, la hoy exministra es una mujer inteligente y de talento; pero como todo el mundo sabe, el éxito que logre una persona no es el resultado solo de sus propias capacidades, ni sus fracasos la consecuencia de sus defectos, sino que el uno y el otro también dependen del lugar que a cada uno le tocó en suerte o que, por motivos misteriosos, aceptó tener. Y es que los vicios y las virtudes dependen también de las circunstancias. Una persona lerda, puesta en el lugar correcto, allí donde sus pocas virtudes se concentran y refulgen, triunfará. Una persona de talento y de indudable inteligencia situada en un lugar incorrecto fracasará.
Es lo que le acaba de ocurrir a la exministra Ríos, expuesta además a una acusación constitucional.
Si el Ministerio de justicia y los derechos humanos fuera una repartición del estado encargada de promover ideales de justicia material en la vida social, removiendo los obstáculos mudos que impiden que ellos avancen y se expandan; si a ese ministerio le correspondiera identificar las múltiples variables que impiden que la igualdad brote en todos los intersticios de la vida social; si la tarea de ese ministerio fuera hacer diagnósticos generales acerca de las instituciones y los ideales de justicia que la coalición gubernamental atesora, entonces no cabe duda que Marcela Ríos habría sido una excelente ministra. Su larga experiencia en consultorías y análisis comparado de instituciones la habría ayudado a brillar en esas tareas.
Pero la tarea del Ministerio de Justicia es muy otra que esa. Exige manejar la relación con el poder judicial, en especial con la Corte Suprema, para lo que es imprescindible conocer los ritos y las formas que son propias de ese sector del estado; conocer el lenguaje legal que a veces parece un idiolecto; administrar un conjunto de servicios auxiliares; revisar proyectos de ley de muy diversa índole; modernizar un sector del estado que suele dejarse acunar por la inercia y prestar apoyo técnico al presidente en cuestiones jurídicas controversiales.
Solo quien ignoraba eso y creía que al Ministerio de justicia le correspondía promover ideales de justicia sustantiva y detectar los obstáculos sociales o institucionales que impiden su expansión; solo quien olvidaba o desconocía que el sector justicia y sus servicios auxiliares es una de las partes más enrevesadas y delicadas del aparato estatal --al extremo que Kafka para mostrar la angustia existencial situó a su personaje en un proceso-- , solo alguien así pudo pensar que una persona ajena a ese mundo podría desempeñarse bien en él. Por supuesto Marcela Ríos es responsable de lo que ha ocurrido; pero también el presidente que la eligió a sabiendas que ella no sabía, ni tenía porqué saber, de prontuarios, de expedientes, de decretos, de citas legales o de fiscalías.
Por eso quizá el presidente cuando habla de desprolijidades no se está refiriendo al quehacer de la exministra Ríos o de quienes de ella dependían sino reconociendo de manera involuntaria e inconsciente que la principal desprolijidad pudo cometerla él al malentender en qué consistía el quehacer del ministerio de justicia. Entenderlo de otro modo equivaldría a pensar que el presidente está descargando en ella una culpa que, en parte, no hay que echarse tierra a los ojos, le corresponde también a él.