En décadas pasadas se inculcaba a niños y jóvenes valores como la rectitud, respeto, honestidad, tolerancia, humildad, espíritu de superación, lealtad, honor y otras virtudes que, con el paso de los años, se fortalecían en los noveles espíritus, teniéndose como resultado a hombres de bien. Estos valores, -que se han descuidado en los tiempos actuales-, era una práctica o hábito en la mayoría de las generaciones previas.
Lamentablemente, hoy observamos que la honradez, el respeto, la probidad y la rectitud importan poco. Debemos reconocer, eso sí, que hay excepciones en la convivencia comunitaria. Verbigracia, hoy la ciudadanía está preocupada por la alta delincuencia, reflejo de hechos conductuales nocivos que entregan una clara señal de la escasez de valores en estas maleadas personas que desconocen la moralidad. Dicho signo es inquietante para la sana e integral formación cívica, intelectual y moral de las nuevas descendencias. Quienes estamos conscientes de las vicisitudes humanas, no podemos perder de vista que el hombre no vive para sí solo, vive también para el bien de los demás. Premisa que debe tener presente un buen político, dirigente o ciudadano. Cada cual debe llevar una irreprochable conducta en el quehacer diario, no olvidándose de sus deberes hacia sus semejantes, familia, comunidad, estado y humanidad, lo que se debe observarse de la mejor forma posible.
La rectitud, cortesía, altura de miras, respeto a la diversidad de pensamientos, buen juicio y nobleza en nuestros actos son fundamentales para combatir ambiciones e intereses momentáneos, personales y mezquinos, lo que, desgraciadamente, se avizora en labores públicas y privadas. A lo mejor, para algunos puede ser una utopía actuar con la verdad en las manos, con tolerancia y grandeza, pero bien vale la pena escuchar a nuestra conciencia. Una última reflexión: hay que templar el espíritu para enfrentar de forma digna y tranquila el misterioso juicio en el momento de abandonar esta efímera existencia. Nosotros hemos llegado a la vida para aprender a ser buenas personas y cumplir con la abnegada misión encomendada.
Omar Monroy
Profesor, Magíster en Educación