Los muertos inocentes
Ha retornado el simplista análisis de lo ocurrido en la denominada Guerra del Pacífico (1879-1881) entre Perú, Bolivia y Chile, que dejó 25 mil muertos de los 3 pueblos, ciudadanos que no eran militares y que fueron enviados a defender instancias que en esos momentos no se conocían claramente y que en el tiempo la verdad se ha desdibujado por los historiadores de la denominada Historia Oficial, lo que ha estipulado tres relatos, uno por país, de las causas y efectos de la conflagración.
Hace unos días, el Ejército de la zona procedió a trasladar a los soldados del Batallón Atacama, ultimados en combates, al interior del regimiento, en espera de establecer un lugar definitivo y protegido de la violencia de la naturaleza, seis años después del aluvión del 2015.
Los futuros panteones deben ser bien estructurados. El mausoleo del cementerio municipal, interesante arquitectura del siglo XIX, podría ser restaurado y fortificado porque fue construido por nuestros antepasados y era apreciada por la comunidad hasta antes del citado aluvión. Los vestigios humanos son de la ciudadanía y somos responsables por su descuidado como gobiernos locales.
La historia debe narrarse con la verdad, así estaríamos respetando efectivamente a quienes perdieron la vida en un conflicto internacional que tiene causas que han sido ocultadas por la historia oficial.
Los orígenes de la Guerra del Pacífico fueron económicos, sustentados por la explotación del salitre de Bolivia en la zona de Antofagasta, país que arrendaba pertenencias a la empresa británica Gibbs and Sons.
La empresa extranjera tenía socios chilenos, entre ellos los ministros de Guerra y Hacienda del gobierno de Anibal Pinto, además de los futuros ministros de Guerra y Campaña, Rafael Sotomayor y José Francisco Vergara, junto a parlamentarios y empresarios como Jorge Ross. Bolivia fijó un aumento de los arriendos de las pertenencias, no obstante un acuerdo de no subir esos montos mediante un tratado que es bastante extraño porque el arrendatario no puede obligar al dueño a no reajustar el arrendamiento.
La fecha del comienzo del reajuste de los montos era el 14 de febrero de 1879, el día de la ocupación de Antofagasta por las tropas chilenas. 200 soldados llegaron en barcos, después de recalar en Caldera, y colocaron la bandera nacional en el puerto nortino, ahora chileno, sin disparar un tiro porque los soldados bolivianos eran pocos.
Hubo parlamentarios de la época que hicieron presente porqué chilenos eran socios de las salitreras que explotaban los británicos de la Gibbs manifestando sus dudas sobre lo que ahora se denominaría "tráfico de influencias".
La investigación sobre la guerra empresarial fue realizada por el abogado y periodista chileno, Manuel Ravest Mora en su obra "La Compañía Salitrera y la Ocupación de Antofagasta 1878-1879" (Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1978).
Todo lo anterior está expuesto en mi trabajo de investigación "La Guerra Empresarial de 1879. De las Causas a sus Efectos Permanentes", publicado el año 2012 por la revista "Nueva Crónica" de septiembre de ese año ("Nueva Crónica". Universidad Mayor de San Andrés, septiembre 2012, La Paz, Bolivia) y en la revista "Le Monde Diplomatique", de febrero del 2013, Santiago de Chile.
Los cientos de muertos de Copiapó, nuestros antepasados, y los miles de Chile, Bolivia y Perú, deben ser respetados, más aún que no supieron nunca porqué murieron realmente. ¿Fue para proteger las acciones salitreras en la británica Gibbs and Sons, de un grupo de chilenos que jamás combatieron, cuyos herederos conforman la oligarquía económica del neoliberalismo nacional?
Osman Cortés Argandoña
Terremoto de 1922 en Atacama
Hoy se cumplen 99 años del terremoto más mortífero y destructivo ocurrido en la región de Atacama, el cual alcanzó una magnitud de 8.5 y provocó el fallecimiento de cerca de 1.000 personas. Vallenar quedó en el suelo y también casi la mitad de Copiapó, mientras que, en la costa, el puerto de Chañaral se vio bastante perjudicado por el tsunami que lo asoló minutos después. Esta conmemoración es propicia para preguntarnos si estamos preparados para algo similar, como individuo, familia o sociedad. Pero también debe conmocionar a las autoridades, ya que a diferencia de los aluviones, los terremotos no se pueden pronosticar ni ser encausados por obras ingenieriles. Considerando que ha pasado casi un siglo desde ese lúgubre evento y que según los científicos la zona sur de Atacama ha acumulado la suficiente energía como para que se produzca el siguiente gran terremoto, la educación geológica y sísmica a todo nivel, los simulacros a gran escala, la operaciones Cooper (ex-DEYSE), el cambio en los planes reguladores en ciudades costeras, la demarcación de zonas de inundación y evitar la instalación de cualquier construcción dentro de ella, son algunos elementos que llevarán a tener una comunidad mucho más consciente del riesgo que reviste habitar en donde lo hace, pero más importante que aquello, saber qué hacer y cómo enfrentar antes, durante y después el próximo cataclismo telúrico con el objetivo de minimizar las víctimas fatales. Después de todo, los terremotos no se pueden predecir, pero sí estamos seguros de que en algún momento ocurrirán, esperemos que todos estemos mejor preparados.
Miguel Cáceres Munizaga , geólogo