Pasadas las Fiestas Patrias, ahora comienza -de hecho y legalmente- la campaña electoral. Será la más corta de nuestra historia y por lo mismo la más imprevisible.
No es que no haya candidatos conocidos. Marco Enríquez-Ominami, es el más porfiado. Tuvo mejor suerte que Joaquín Lavín o Daniel Jadue. Ellos, que parecían a un paso de La Moneda, no lograron siquiera figurar en la cédula. Tampoco estará Pamela Jiles. Y Franco Parisi es la gran duda esta semana. Todo lo cual solo confirma la falla sistemática de las encuestas, No debería sorprendernos mucho desde que Gallup en 1948 dio erróneamente por perdedor a Harry Truman.
Está claro que no todos los inscritos tienen reales posibilidades. La disputa debería centrarse en Gabriel Boric, Sebastián Sichel y Yasna Provoste aunque José Antonio Kast sigue siendo una incógnita.
Por ahora Boric es el mejor aspectado: su carisma juvenil es su fortaleza; pero su triunfo en primarias no le asegura una buena cosecha final de votos. Sichel, de muy buen desempeño en la batalla interna, está encapsulado entre su participación en el gobierno y el rechazo de la ultraderecha.
Yasna Provoste, la tercera en esta discordia, atribuyó su débil imagen al "patriarcado" y a los medios tradicionales. Su potencial, sin embargo, es superior a esas barreras reales o imaginarias. Ella es quien más espacio tiene para crecer, pese a las encuestas.
Recordemos que todos los cálculos que se manejaban en nuestra política se estrellaron contra las manifestaciones violentas de 2019. El resultado de la crisis fue el convencimiento de que era necesario hacer cambios profundos, los cuales -en especial vía Convención -ya están en marcha. Hay todavía protestas descontroladas, pero han perdido fuerza. Aunque el efecto de la pandemia no puede ignorarse, parece que Chile está volviendo a su equilibrio tradicional, propio de un país acostumbrado a resolver democráticamente sus conflictos.
Estamos en el punto de partida de una histórica competencia electoral. Es todo lo que sabemos con seguridad en este momento pero hay razones para un cauto optimismo.
Abraham Santibáñez
Premio Nacional de Periodismo 2015