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Medicina veterinaria y código sanitario

Sergio Fuentes Farías , Gerente Regional Nueva Atacama, María José Ubilla, Presidenta nacional Colegio Médico Veterinario de Chile
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Actualmente, la regulación sanitaria no reconoce a las y los médicos veterinarios como profesionales de la salud, porque su diseño pone énfasis en la rehabilitación de las personas, instalando una mirada donde nuestra profesión, que no presta atención clínica a humanos, queda marginada. Este concepto es obsoleto y sesgado, dado que la Salud es más que lo clínico. Organismos internacionales, como la OIE, FAO y OMS, instituciones académicas y centros de investigación, han recomendado abordar las problemáticas sanitarias actuales desde la perspectiva Una Sola Salud (One Health), evidenciando la importancia de la interdependencia entre la salud humana, animal y ambiental, coexistiendo estrechos vínculos ecosistémicos, más aún hoy, cuando vivimos una pandemia de origen zoonótico que ha cobrado millones de vidas a nivel mundial y provocado tremendas consecuencias sociales y económicas.

La ausencia de la Medicina Veterinaria en el código sanitario, conlleva a que las políticas de salud olviden nuestros derechos y deberes, y también nuestro importante rol en el resguardo y promoción de la salud humana, a través áreas vitales como la inocuidad alimentaria, vigilancia epidemiológica, investigación en enfermedades que afectan a la población humana (entre ellas el Covid19), desarrollo agropecuario sustentable y la protección del ecosistema.

Lentamente hay avances, cuando el ISP incluye la visión de Una Salud en un reglamento (RES. 42.561, enero 2020) o cuando r se ratifica a un médico veterinario como Seremi de Salud, hitos que claramente celebramos, pero nos hacen ver lo marginados que estamos al tratarse de excepciones, y la urgente necesidad de retomar el proceso estancado en el Senado desde finales del 2019, que permitiría nuestra re-incorporación al libro V de Código Sanitario, y ser considerados profesionales de la salud. Un concepto que ejercemos a diario los cerca de 60 médicos veterinarios en la Región de Atacama y miles en todo el país.


El agua es de todos, cuidémosla

Hoy, casi el 90% de quienes viven en Chile lo hacen en zonas urbanas. Son miles de familias que reciben a diario, por medio de la apertura de una llave, agua potable sana, de manera continua. Este hecho, que por años se ha considerado como algo "normal", creo que debe invitarnos a dos reflexiones.

Primero, la pandemia ha dejado en evidencia la importancia de la continuidad del suministro de agua. El hecho de que en cada hogar, comercio, oficinas o dependencias públicas y privadas, hubiera agua potable prácticamente sin interrupciones en esta emergencia, para un acto que se volvió indispensable como lavarse las manos con mucha frecuencia, ha sido algo posible.

Segundo, esta realidad -desafortunadamente muy distinta a la de varios países de nuestro continente- no fue posible en Chile y en nuestra región por "arte de magia". Es el resultado de años de trabajo de empresas sanitarias como la nuestra, que invierten en plantas, redes, equipos y tecnologías, que en combinación con un equipo humano, se traducen en el resultado que hemos visto estos meses: que el agua potable llega todos los días, en las mismas condiciones a todos sus habitantes de las zonas urbanas donde estamos presentes.

La crisis del Covid-19 nos ha recordado la relevancia del agua potable y la importancia de contar con ella, precisamente para asegurar una buena calidad de vida. Como dijimos en 2020, "a nadie puede faltarle agua en esta crisis". Esa agua, que no es de las empresas sino de todos, nos exige como ciudadanos involucrarnos más, cuidándola.

Y hay una amenaza que puede haberse desdibujado con el Coronavirus, pero que ha cobrado aún más fuerza este tiempo: el cambio climático y la escasez hídrica. Y las compañías responsables del agua estamos abocados a la tarea de hacer más inversiones para asegurar el suministro.

Como cada año, este 22 de marzo conmemoramos el Día Mundial del Agua. Esta vez, muy marcado por un contexto de pandemia y cambio climático. Queremos reafirmar nuestro compromiso con su cuidado; un compromiso que debe ser de todos.

La frontera es cada vez más peligrosa

Hace poco se produjo una nueva muerte de una migrante en la frontera. Mientras, los gobiernos no se ponen de acuerdo para una solución humanitaria a esta crisis. Contra el hambre, los muros no son lo suficientemente altos ni las zanjas lo suficientemente profundas.
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Según Google Maps, la ruta más corta entre Caracas y Colchane es de 5.425 kilómetros, cruzando Brasil y su Amazonas, el sur peruano y el altiplano boliviano. En automóvil se podría hacer ese tramo en 81 horas de conducción sin parar. Es solo una referencia, porque la mayoría de los migrantes toma la ruta que cruza Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, para llegar a su meta: Chile. Un camino mucho más largo, pero en el que no se enfrentan a la barrera idiomática. Con lo que sí se enfrentan en todas las rutas, es al abuso y al desamparo. El abuso de parte de "coyotes" que con promesas de llevarlos a destino, le esquilman hasta el último peso y muchas veces los abandonan a su suerte en selvas o desiertos. Y al desamparo de parte de gobiernos que no hace mucho les ofrecían protección "democrática", pero ahora los ven como un problema desbordante, como en el caso del Estado chileno.

Si hay imágenes vergonzosas que quedarán para siempre como símbolos de esta crisis humanitaria, estas son los tanques yendo a la frontera peruana-ecuatoriana para impedir el ingreso de venezolanos a Perú y la expulsión -vestidos con overoles blancos- de venezolanos desde Iquique.

"A mí me recordó a la Caravana de la Muerte, con todas las diferencias que tiene. Pero la performance de llegar en una aeronave saltándose a las autoridades locales, dar una sensación de dureza, no solo dar la sensación, sino hacerlo, llevar a las personas con los overoles blancos, lo encontré de una violencia tremenda", dijo el sacerdote Felipe Berrios.

Y las trabas en la frontera o las expulsiones tampoco han significado una disminución de la migración. Es que contra el hambre, los muros no son lo suficientemente altos ni las zanjas lo suficientemente profundas, como para saltarlos. Pero lo que sí ha ocurrido es que la frontera se está volviendo cada vez más peligrosa para los migrantes. Hace poco una joven venezolana de 32 años murió en Colchane mientras intentaba cruzar por un paso clandestino. Ya son seis los migrantes fallecidos este año en la frontera. También se han registrado muertes en Bolivia y en el cruce a Trinidad y Tobago. Mientras, los gobiernos no se ponen de acuerdo para de una vez por todas abordar la crisis de manera conjunta y humanitaria. Quizá cuántos otros fallecidos haya en los desiertos y selvas de los que aún no sabemos.