Al final del callejón
¿Quién organiza las vidas detrás de los lindes de la ciudad?, no es una pregunta retórica, sino una que cobra fuerza cuando se visitan los campamentos, que crecen exponenciales en los márgenes de Copiapó.
Hace unos meses fuimos a visitar a un estudiante con riesgo de abandono escolar en el callejón Rafael Zorraindo, la referencia era al final de las casas, luego de una zona elevada creada como campamento y ahora urbanizado, detrás de unos montículos de tierra, donde terminaba la ciudad.
Pero no, la ciudad continuaba entre perros abandonados, basurales de importante tamaño y caminos de tierra creados entre pequeñas quebradas, una zona excluida de toda organización, pero en el que vivían familias, especialmente migrantes, un lugar en el que no hay luz eléctrica ni agua potable, pero que también decía llamarse Copiapó.
En nuestra ciudad, al igual como pasa en la zona norte, serán los campamentos irregulares uno de los problemas clave que habrá que abordar, especialmente, por la precarización de la vida que se genera ahí, la que se ha expuesto de manera más cruenta en tiempos de pandemia.
Porque no sólo hablamos de espacios sin las condiciones mínimas para asegurar que los niños, niñas y adolescentes crezcan adecuadamente, sino de lugares que no tienen la seguridad ni la cobertura de necesidades básicas esenciales para asegurar una calidad de vida con un mínimo estándar.
El desafío es grande y multifactorial, porque ante el evidente déficit de viviendas o el elevado costo de su arriendo se unen las dimensiones sociales y de composición del hogar. El Catastro Nacional de Campamentos de 2019 aplicado por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo muestra el importante porcentaje de mujeres jefas de hogar, sobre el 55%, de ellas casi el 20% es madre soltera. Las mujeres con baja escolaridad tienen mayores dificultades para insertarse en el mercado del trabajo.
En Copiapó, de las casi 4 mil familias que habitan los campamentos el 70% es migrante, generando otro desafío para estos grupos que vienen a desarrollar trabajos inestables o con remuneraciones más bajas, dificultando aún más el poder optar por vivienda urbanizadas.
Para nadie es un misterio que el contagio del Covid-19 se ve potenciado por el hacinamiento y las condiciones de estos grupos familiares, estando más expuestos en estas zonas, por ello y por su bienestar es urgente la innovación, atreverse a realizar cambios y soñar que por fin se soluciona un problema de larga data en el país.
Cristián González V.
Director de ONG Supérate