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Ya a las 18.00 horas arribamos a la entrada de Quebrada Esmeralda, en uno de los momentos más esperados de la jornada. En ese lugar, semanas antes, parte del equipo había dejado enterrado 12 litros de agua, previendo que a esa altura ya no quedaría ninguna gota que beber. Uno de los grandes aciertos de la planificación. Un poco más de pedaleo y a armar campamento, esta vez en plena pampa atacameña. Una fogata, sopa, atunes y su merecido tacho de té, fue el menú principal de la segunda noche. La última linterna se apagó a las 22 horas. No había fuerzas para nada más. Ni siquiera para gritarle a los zorros que merodearon el vivac al esconderse la luna. La noche desértica nos trató bien. No hubo neblina ni temperaturas bajo cero (por suerte).
Quebrada de pampa blanca
El amanecer se presentó con respeto. Ni mucho frío, ni mucha camanchaca. A las 7 humeaban las tazas de café, que se mezclaron con las últimas galletas y barras de cereales. La parte final de la ruta se venía igual de dura y había que alimentarse bien.La trepada por la quebrada de Pampa Blanca tuvo de todo. Un paisaje espectacular rodeado de "bosques" de cactus, y algunas tímidas flores de colores que lograron crecer gracias a la garúa. Además del avistamiento de zorros y guanacos en su hábitat natural, mientras crecía el esfuerzo para lograr pedalear en la endemoniada subida de gravilla suelta. Todo iba bien, el entorno mágico del Parque Nacional Pan de Azúcar hacía más agradable el "azote". Pero no todo funciona como se programa. Una falla estructural de una de las bicicletas obligó a remolcar con un cordel a uno de los ciclistas por varios kilómetros cuesta arriba, esto sin duda demoró el trayecto, pero fortaleció los lazos de camaradería, apoyo y el viejo dicho: "salimos todos y llegamos todos".
Con la última gota de agua en las botellas, los seis ciclistas llegamos a la cumbre del sector Las Lomitas. Ahí la CONAF mantiene unos baños ecológicos y, lo más importante: diversas mallas atrapanieblas permiten la acumulación de agua, pero no cualquiera, se trata de la mejor agua que todos los que participamos de esta aventura, hemos bebido en nuestras vidas: cristalina, fría y sin tratamiento alguno, tal como la tomaban los indios que recorrían estas soledades en otras épocas. A llenar las cantimploras, mojarse la cabeza y seguir la ruta.
La neblina se puso espesa, fue necesario prender luces y afirmar los cascos. No obstante, todo lo que venía hasta llegar al camino principal del parque, era bajada, el mayor placer de quienes pedaleamos. Con todo lo que quedaba, literalmente volamos sobre la tierra, cruzando por entre quiscos gigantes, bordeando precipicios y usando toda nuestra experiencia para maniobrar por los complicados senderos de la zona.
A las 14 horas los seis riders llegamos a la ruta de bischofita que atraviesa el parque. Quedaban aún 15 kilómetros para llegar a destino. Según todo el equipo, fue el tramo más terrible por culpa del viento en contra de la tarde. Pero no importó. Fue una de las experiencias más extremas que hemos vivido arriba de las bicicletas, pero también la más hermosa, reconfortante y placentera de todas.
Las empanadas de mariscos y los pescados fritos que comimos en la caleta de Pan de Azúcar, solo fue el corolario de una aventura épica en dos ruedas y que continuará en otro cerro, costa o valle de Chañaral y Atacama.
12 litros de agua enterraron los ciclistas en la entrada de la Quebrada Esmeralda previendo que a esa altura de la ruta ya sus reservas de agua estarían agotadas.
15 kilómetros fue la última parte del tramo, realizada por los ciclistas para llegar finalmente a Pan de Azúcar.