Recientemente fallecieron dos destacadas autoridades chañaralinas que inscribieron sus nombres en la historia: Myriam Vecchiola Trabucco y Héctor Volta Rojas. Ambos, a pesar de representar posiciones ideológicas distintas, tenían algo en común que no se observa en la mayoría de los políticos. Poseían cualidades humanas que los pobladores valoraron. Fueron respetuosos de la diversidad de pensamientos, atendiendo siempre con tolerancia y fraternidad a las personas, no importándoles sus inclinaciones políticas o religiosas. Una noble condición que les nacía del corazón.
Aparte de obras productivas, sociales, educativas, destaco sus aportes culturales. Myriam, gestionó en su mandato la construcción de la Biblioteca Pública en 1991, editó el primer libro de historia de la ciudad y levantó el Faro del Milenio en el año 2000, que conserva en su interior un vestigio patrimonial.
Además, ha sido la única mujer en el cargo de alcaldesa desde la fundación de la Municipalidad en 1875. Héctor, gestionó la edificación de la Biblioteca en El Salado, la estatua del músico Juan Moroni, el monumento al Guanaco, -que resistió inexplicablemente el aluvión del 2015-, y el paseo costero "Eugenio Alamos Luque". Asimismo, a la fecha es el único alcalde que más tiempo ha permanecido en esta investidura: 16 años consecutivos. Ambos apoyaron desde sus inicios, 1993, el encuentro internacional de escritores que proyecta a Atacama en el ámbito de las letras de Iberoamérica.
Profundamente creyentes, no les inquietaba la muerte como ocurre con la mayoría de los seres humanos. La muerte enseña que debemos vivir una vida plena, y esa fue la actitud que tuvieron uno y otro. Trabajaron por el bien común de Chañaral, aprovechando al máximo cada instante que les ofreció la efímera existencia. Los dos legaron la esperanza que, trabajando sin mezquindades partidistas, es posible levantar una comunidad.
Poseedores de una inquebrantable fe, aprendieron lo que dijo un buen hombre: "Qué hay que tener esperanza que la muerte es el preludio a otra vida", por lo que no me cabe dudas que la señora Myriam fue recibida por su feliz esposo. Y don Héctor, con lágrimas en los ojos, fue al encuentro de su nietecito que corrió a sus brazos.
Omar Monroy
Miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua