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Mis 90´

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Enviada por: Mariela Retamal Muñoz.

Yo tenía 8 y mi hermana 11, vivíamos en Portales con Maipú en la casa de la esquina. La democracia había llegado hace 3 años. En el sector todos nos conocíamos y mi mamá nos dejaba jugar en la calle y pasear por el barrio, nos decía que éramos libres y eso me encantaba. Con mi hermana caminábamos de la mano desde Portales hasta Yerbas Buenas, derechito por Chacabuco hasta el liceo de monjas, todos los días. Mi hermana practicaba las tablas de multiplicar y yo las repetía en mi cabeza para memorizarlas. Los miércoles, después de almorzar partíamos de vuelta por Chacabuco y caminábamos las mismas 7 cuadras; en la mochila un par de jugos, unas bolsas con pasas y unos quesitos que nos daba mi mama para comer. Llegábamos a las 3 a la boletería del cine Alhambra y entrábamos las 2 por 500. La primavera era mi estación favorita porque podía salir y jugar hasta más tarde. Al año siguiente se jugaba el mundial, Chile no participaba por el "cóndor" Rojas, eso decían todos y yo lo repetía. Ese año me cambie del liceo de monjas al colegio gringo. Me vi todos los partidos en el colegio, ponían una tele grande en el casino, podíamos ver los partidos de equipos de Sudamérica y EE.UU. Mi hermana se fue del liceo de monjas y nunca más fuimos al cine los miércoles. Tuvieron que pasar 4 años para volver a caminar juntas al colegio, ya no de la mano ni memorizando las tablas, caminábamos por el callejón contando los pasos eternos entre el polvo, y hablando de cosas que ya ni recuerdo.

Los vecinos de agua y barro

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Sólo quedaba un pack de cervezas y dos panes de molde en el refrigerador. Nadie esperaba que esas olas de barro enterraran todo a su paso y convirtiera a las casas de la villa en islas separadas por ese nuevo Pacífico Negro, como una remembranza de las grandes tormentas que dieron forma a los cinco continentes. Una vez más Robinson Crusoe, el náufrago más famoso de la historia, iba a tener que sobrevivir con la nutritiva cebada, esa compañera que siempre estaba en los momentos más difíciles -en las despedidas de amigos, en los males de amores y en las penas infinitas-, ahora en una inundación en medio del desierto más árido del mundo.

Al despertar marcó el día tres en una pared del comedor; el barro ya se había secado, aunque aún la lavadora flotaba en alguna parte del patio. La cerveza comenzaba a acabarse, símbolo inequívoco de las complejidades de esos días. La radio transmitía información confusa: gente desaparecida, muertes en las quebradas del olvido y un holocausto que caía literalmente sobre el héroe de Defoe. Fue entonces en que esos personajes imaginarios tomaron vida en el cuento. Sus sombras se hicieron formas y sus formas se hicieron voz:

-¡Vamos al supermercado vecinos! ¡Si alguien quiere se puede sumar!

Entre el barro y el agua, en una especie de epifanía bíblica, emergieron cuatro nombres propios. Robinson dejaba atrás a Crusoe para convertirse en un personaje de carne y hueso en medio de una ciudad azotada: autos flotando en medio de la calle, casas enterradas, conteiners caídos desde el cielo; todo sucediendo en ese valle de nuevos vecinos donde alguna vez un religioso de piel oscura predijo que terminaría enterrado.