En los últimos días la frase "nueva normalidad" se ha tomado el debate, a propósito del regreso gradual a las distintas actividades de la vida. La subsecretaria de Salud Paula Daza lo ejemplificó con una salida a tomar el café con los amigos, lo que le valió variadas críticas, mientras el ministro Jaime Mañalich la defendió y citó el hecho de tomarse una cerveza o comerse una empanada. El punto de ambos es muy entendible y coherente, dado que apuntan a sacar esa sensación de soledad y equilibrar ciertos estados sicológicos propios de un encierro prolongado, pero eventualmente puede ser asumido como "bajar la guardia", lo que genera reticencia y rechazo. Hay que partir de la base que el coronavirus aún presenta incógnitas de base y sus alcances siguen siendo inimaginables. Su duración en las superficies, cuánto daño puede hacer y por cuanto tiempo las personas quedan inmune, son solo algunas de las preguntas que ni siquiera los expertos del mundo se han puesto de acuerdo. Para peor, aún no hay certeza de que haya una vacuna efectiva.
Ante esta incertidumbre científica y médica, una reacción esperable es evitar los riesgos y si ello implica no juntarse con los amigos o cercanos para tomar un café o cerveza es muy probable que parte de la población no lo haga.
Si bien hay casos de personas que ya se tomaron el café y la cerveza sin mascarillas e incluso, en cierto casos, sabiendo que tiene coronavirus, en lo general no tomar los recaudos es una acción indeseada socialmente.
Una situación clara fue lo que pasó en un supermercado de Las Condes, donde dos clientes se trenzaron en una discusión porque uno de ellos andaba sin protección.
Bastó que se subiera el video del hecho a redes sociales, para que se masificara y los canales de TV casi hicieran cadena nacional, lo que muestra que los medios también cumplen un rol clave. ¿Quién puede imaginar que no andar con una mascarilla podría tener tales consecuencias?
En Copiapó no hay videos, pero sí reproches casi militarizados a quenes se ponen mal la protección y quizás qué queda para quienes no las usen. Incluso el no mantener la distancia de un metro o dos, puede convertirse en un enojo o reto.
Daza y Mañalich apuntan a que estamos en un punto en que el encierro puede gatilllar situaciones mucho peores, pero la falta de certezas más bien siguen colocando la balanza a favor de evitar el contacto social lo más posible... al menos en el presente.