El ministro de Hacienda, Ignacio Briones, invitó la semana pasada al resto del gabinete a bajarse el sueldo un 30%, lo que generó cierto escozor entre algunos de sus colegas que a la fecha no han dado su parecer. En sectores políticos lo acusaron de "populista", lo que refleja que no entienden que el camino para salir de esta crisis sanitaria y económica va por ese lado: el de cuánto puedo dar yo y cuánto estoy dispuesto a dar yo. La tarea es de cada capa o escala social. Hoy el Gobierno está empujando a los trabajadores a usar el seguro de cesantía para seguir con empleo y para poder ir en ayuda de las pequeñas y medianas empresas a las que les va quedando menos tiempo. Entre 30 y 60 días tiene un minorista en Atacama, calcula Arnaldo Papapietro, presidente de la Cámara de Comercio de Copiapó, mientras que Daniel Llorente, presidente de la Corproa, dice que las medianas empresas no pueden aguantar más allá de dos meses.

Pero el esfuerzo de los trabajadores debe ir de la mano con propuestas de las grandes empresariales. Positiva es la creación de un fondo por 50 mil millones de pesos de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC) a lo que se suma la entrega de un millón de test rápidos para el Ministerio de Salud.

Sin embargo, dice que espera respuesta de sectores como la minería, la industria del salmón y agrícola para alcanzar el total del fondo.

Incluso si los recursos monetarios escasean, la creatividad puede fluir. ¿Qué pasa por ejemplo con las empresas que puedan aportar desde ventiladores mecánicos -como sucede en Estados Unidos- o aplicaciones para control de la enfermedad?

Los aportes no necesariamente deben ser gran cuantía y como vecinos o ciudadanos, tenemos el deber de ir en ayuda de quienes más lo necesitan. Hay campamentos sin agua potable, donde las personas tienen menos opciones de lavarse por 30 segundos las manos con jabón y sectores, donde lactantes necesitan de alimento y otros elementos.

Debemos ser capaces de ver al de al lado y al del otro lado de la ciudad, estando atentos a las campañas que ciudadanos llevan adelante y siendo un aporte no necesariamente con dinero, sino que regalando lo que podemos tener en casa.

En tiempos flacos, la grandeza debe ser incluso más grande y aquí es donde hace más sentido la frase "dar hasta que duela". Hoy en tiempos complicados, se hace más urgente.

Los habitantes manifestaban por semanas los síntomas de una fiebre altísima y somnolencia. Otros tenían un intenso dolor de cabeza, garganta y vómitos.

En unos cuantos días, luego de haber estado expuestos al virus de Variola major aparecían en los habitantes de Atacama, las marcas de erupciones elevadas en la cara y el cuerpo, llagas dentro de la boca, la garganta y nariz; también crecían granos secos llenos de pus en el cutis que se unían entre sí. A la tercera semana, se formaban costras que se separaban de la piel.

Si bien hay indicios de vacunatorios en 1864 en la ciudad de Copiapó, fue entre los años 1889 y 1892 que la situación local era insostenible, pero en el país era mayor, ya que estaba afectando de forma terrible a la población infantil, lo que generaba una mortandad de un 54% a 56.7% en los niños y niñas de 7 a 10 años.

La muerte de infantes en Chile, era sin duda el mayor a nivel mundial. Los médicos, políticos, obreros, entre otros; buscaban las soluciones en las que se descartó la migración masiva al país y a las zonas mineras "ya que esta afectaría a la 'raza inteligente y vigorosa' de los chilenos". Finalmente, el deseo de salvar la vida los menores, no era otra cosa que mantener los intereses de la patria que por esos años se encontraba saliendo de diversos conflictos bélicos internacionales y entrando en la Guerra Civil.

La viruela en Atacama fue un problema gravísimo; había que vacunar a la población, la transmisión aumentaba ya que se vulneraban las medidas sanitarias. En 1878 se comprobó que la transmisión se propagó desde el mineral de La Higuera, en la provincia de Coquimbo, al yacimiento El Morado en Freirina y luego a toda la provincia de Atacama. Entre 1870 a 1880, el pueblo de Juan Godoy en Chañarcillo, recibió una importante ayuda económica por parte de los mineros locales, lo que generó medidas preventivas y vacunas, antes que todo el resto.

En 1888 un vacunador fue asignado por 2 meses para inmunizar Caldera. Una década más tarde otro vacunador visitó las zonas de Copiapó, Caldera, Totoralillo y Chañaral. Ya en el siglo XX, en marzo y en Abril de 1901 se le ordenó a un nuevo vacunador que lo hiciera puntualmente en el Puerto, por ser la entrada principal de la zona.

Víctor Munita

Escritor

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