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Jorge Edwards desentraña el "Tango del viudo"

Pablo Neruda incluyó el famoso poema en "Residencia en la tierra" mientras escapaba de la furia de su amante birmana Josie Bliss. El escritor Edwards, amigo íntimo del poeta, revisó esta turbulenta historia de amor y la convirtió en la novela "Oh Maligna". Besos, piedrazos y cuchillos en el extremo Oriente. Por Jorge Edwards
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Jorge Edwards desarrolló a conciencia un sello que distingue a su obra: crónicas que parecen novelas y novelas que parecen crónicas. En "Oh, Maligna", (Editorial Acantilado) juega otra vez con ese trasvasije. Sin descuidar la forma ni el tono memorialista que domina.

A sus 88 años, Edwards se anima a mostrarnos de nuevo a Pablo Neruda en pantuflas. No es cualquier episodio. Se trata de las páginas más radiantes y penosas de su paso por Birmania: una relación con la misteriosa Josie Bliss, la misma que lo amenazó con un cuchillo de cocina poseída por los celos.

En el extremo Oriente, Neruda no se rindió ante santones ni gurús. Se deprimió, se sintió solo, pero como sólo lo puede hacer un veinteañero, con harta fiesta y trago, en un lugar donde además nadie sabía de la popularidad que el joven cónsul ya había alcanzado con "Veinte poemas y una canción desesperada", al menos en Chile. De esta experiencia, muy amarga a ratos, con Josie siempre al acecho, Neruda sacó en limpio el material de su obra cumbre: "Residencia en la tierra".

-¿Cómo siguió la pista de Josie Bliss? En "Confieso que he vivido", Neruda cuenta la escena del cuchillo sin ahondar demasiado...

-Leí con mucha atención "Confieso que he vivido" y es un libro muy editado. Tiene mucha tijera. Ese libro lo hizo Matilde Urrutia con un amigo venezolano de Neruda, Miguel Otero Silva. Recortaron trozos autobiográficos de Neruda en diferentes revistas. Esta historia yo la sospechaba, conocía algunos detalles. Así partí. Dicen que era maligna. Era una nacionalista birmana. Fanática y anti ingleses. Tenía celos porque a Neruda, como cónsul chileno, lo invitaban los ingleses y de repente había una que otra mujer por ahí.

-¿Es cierto que Josie quiso matar a Neruda?

-Estuvo a punto de asesinarlo. Neruda despertó una noche debajo de su mosquitero y ella lo estaba mirando con un cuchillo de cocina en la mano. Josie era feroz. Por eso, él le dice "La maligna".

-¿Cómo se las arregló con la investigación?

-Yo inventé a Josie Bliss. Pensé en ir para allá. Pero solo era tan difícil. Se lo comenté a un amigo editor español y me dijo que hiciera lo mismo que Emilio Salgari. La Malasia y los tigres de Sandokán los inventó sin moverse de su casa en Italia. Inventé una Birmania y un Ceylán en esta novela.

-¿Pero Josie de verdad lo persiguió hasta Ceylán y lo agarró a piedrazos desde la casa del frente?

-La persecución ocurrió así. Lo contó el mismo Neruda en poemas. Ahí habla de los piedrazos y de cuando la vio llegar a la casa del frente bajando los muebles. Me enamoré de este tema, me metí y lo reinventé, sobre todo a través de la correspondencia de Neruda, que conocía muy bien Margarita Aguirre, su secretaria, y también la de un escritor argentino que se llamaba Héctor Eandi. A él le habla de Borges. Leí todo lo que leía Neruda en ese tiempo. Me divertí mucho con escritores poco conocidos como Pierre Loti, con textos de aventuras, de viajes por mares, que fue muy imitado aquí por Augusto D'Halmar. Lo mismo con Sommerset Maugham.

Un AMORÍO

El mismo año en que Edwards ganó el Premio Nacional de Literatura (1994), su viejo amigo Enrique Lafourcade -del que terminó enemistado y a quien se le ocurrió bautizar a su lote como la Generación del 50-, publicó "Neruda en el país de las maravillas". En ese libro se habla por primera vez del "romance crepuscular", en palabras de Lafourcade. El escritor unió al poeta con Alicia Urrutia, sobrina de su tercera esposa, Matilde. En "Oh Maligna", que no se acaba con Josie Bliss, Edwards desclasifica este amorío en medio de la agonía de Neruda.

-¿Cómo ocurrió esa relación en las narices de Matilde?

-La Matilde tenía una cocina con un ejército de gente. Era una chillaneja fuerte. Y se le ocurre meter a una sobrina y Neruda termina encamado con ella. Cuando está muriéndose, Neruda le dice a su amigo Homero Arce que le traiga a la Alicia porque quería despedirse de ella. Homero se junta con Alicia en el Parque Japonés, cruzan la calle y suben a la clínica para que vea a Neruda en su pieza. Homero lo hace aterrado de susto porque está comenzando el pinochetismo y Matilde es una fiera. Cuando se da cuenta que Matilde está llegando a la clínica, le pide que salga por atrás y después se llevan a Neruda de la pieza a la UTI.

-¿Qué le pasa a usted cuando se critica a Neruda por su conducta con las mujeres?

-Neruda hablaba mucho de mujeres. Comentaba su belleza. Pensar que Neruda se iba a hacer cargo de una niña enferma (su hija), que iba a dejar la poesía y cambiar su vida por ella, no. Neruda no era un santo. Vicente Aleixandre, un amigo poeta suyo, dijo que alguna vez estuvo con Neruda en un balcón y que él estaba con esta niña y la acariciaba. Él se sintió muy incómodo porque la niña tenía una cabeza deforme y Neruda le decía las cosas típicas que dicen los papás. Ese testimonio existe. Neruda no cambiaría su vida. Estaba convencido de ser un poeta único en su especie y no dejaría nunca de serlo.

-Ese es Neruda como padre...

-Lo que sí es claro es que, después del episodio Josie, Neruda se siente muy solo y se quiere casar a toda costa. Le toca ir a Indonesia y conoce a una mujer de la comunidad, que era holandesa. María Antonieta Hagenaar era una mujer fortacha, muy alta. Rafael Alberti me contó que Neruda llegó a su casa y tocó el timbre. Sólo se conocían por carta. Neruda se presentó, se saludaron, y le dijo que no se fuera a reír, porque venía con su mujer y su mujer era una giganta. No seas loco, le dijo. Pero Neruda le hizo la advertencia. Santo no era.

Chile y el carnaval

El departamento de Jorge Edwards frente al cerro Santa Lucía tiene casi tanta fama como sus libros. Es el edificio Barco, levantado por el arquitecto Sergio Larraín como un ícono del movimiento Bauhaus en pleno centro de Santiago. Hoy está tan rayado como el resto del barrio.

-En cuanto al lenguaje, ¿qué le parece que estemos hablando otra vez de turbas y hordas?

-Ha sido un fenómeno de raíces profundas que no sé dónde están exactamente, pero se ve que se ha producido una acumulación de rencor y la gente saca palabras. Las situaciones de crisis alteran el lenguaje.

-A usted por mucho tiempo se le enrostraron privilegios. En sus inicios decían que era un "señorito" porque andaba con chofer...

-En una revista que tengo por ahí leí una entrevista a una escritora conocida que se llama Elizabeth Subercaseaux. Ella dice que es crítica de la sociedad chilena, que es como decir "soy de derecha y de la aristocracia más vieja, pero soy crítica". Eso quiere decir que quiere estar bien con todo el mundo, digo yo. Nadie que pertenezca a esos mundos le va a negar a usted que sea crítico, sería tonto en los tiempos que corren y con las cosas que están pasando en Chile. Yo fui más crítico que nadie. Empecé a frecuentar a Neruda. Fui compañero de ruta de los comunistas en esa época. Conocí a todos sus dirigentes, como Volodia, por ejemplo.

-Aquí usted está muy cerca del epicentro de las manifestaciones sociales...

-He visto a grupos que se forman al frente. En la noche vi un grupo que danzaba en la calle, todos sincronizados y vestidos con colores fuertes. Bah, dije yo, esto es un carnaval con coreografía de las Juventudes Comunistas.

-¿Y por qué cree que es un carnaval?

-Un crítico literario ruso tiene un libro genial sobre lo carnavalesco en la obra de Rabelais. Neruda era una muy rabelesiano, porque le gustaba su locura por el vino, la locura en el lenguaje. Lo que explicaba este ruso, de apellido Bajtin, es que el carnaval es una semana donde todas las normas desaparecen y el rey deja de ser rey. Se coloca a un palurdo en el lugar de rey del carnaval y después se le destrona perdiendo todos sus poderes. Yo llegué a pensar que lo carnavalesco en la literatura se aplicaba a lo que está pasando aquí, en Chile. Porque lo que yo vi en esa ventana fue el final del carnaval.

Jorge Edwards fue amigo íntimo de Neruda y ha publicado varias obras en torno al Premio Nobel.

En "Oh Maligna" Jorge Edwards desclasifica los más fogosos amoríos de Neruda.


Una cena con Josie

Una de esas noches cenó en la casa de Josie, Josie Bliss, le decía él, porque la palabra bliss significaba el éxtasis erótico superior, que se llegaba a confundir con el éxtasis místico, y aceptó, decidió, quedarse a dormir con ella: Josie en persona, la inefable, la maga, la desaforada, que terminaría por ser, en el lenguaje suyo, la Maligna, la Furiosa. El barrio en el que vivía Josie, aunque trabajara para los ingleses, era enteramente nativo. Había aceptado trabajar en la Administración inglesa por necesidad, porque su familia, después del fin de la monarquía, estaba en la ruina, pero a la vez conspiraba y formaba parte de movimientos de resistencia clandestina. El joven profesor y lector de Shakespeare había sido su interlocutor. La casa de Josie, pequeña, angosta, se levantaba entre mercado de frutas multicolores, recintos de venta de animales diversos, serpientes, gallinetas, tigrillos, edificaciones de un piso rodeadas de terrazas de madera y de bambú, barrancones para almacenar materiales heterogéneos, tablas, sacos de semillas, reservas de parafina. Debajo de las ventanas circulaba gente de tez oscura, de vestimenta de tonos intensos, que fumaba grandes puros y que de cuando en cuando echaba una mirada a las aguas lentas, de color de barro, del Irawadi, que se alcanzaban a divisar detrás de techos, ramajes, cañaverales, muelles de tablones carcomidos.

Cenó especialmente invitado por ella, en su condición birmana, no colonial, y servido, en consecuencia, por brazos morenos llenos de brazaletes movedizos, de materiales variados, madera de balsa, latón, bronce envejecido, marfil; por manos anilladas de uñas pintadas de verde oscuro. Los guisos que llegaron en pequeñas bandejas de laca roja tenían sabores diferentes, mezcla de azafrán, de jenjibre, de picantes extraños. Cenaron con la presencia poderosa del mar en la distancia. La casa de Josie quedaba en el sector de la desembocadura del río, a buena distancia del mar, pero su orilla infinita, sus ojos sumergidos en las profundidades, sus pájaros volando en círculos, entre ondulados y acerados, de plumajes suaves, de picos sanguinarios, no estaban demasiado lejos de las ventanas. Después de cenar, el poeta asistió por primera vez a los rezos de Josie (en su nombre nativo, que después olvidaría), a sus cantos suaves, a sus invocaciones, con paciencia, con atención curiosa, con un dejo de burla, pero pensando que era un lenguaje maravilloso, a pesar de todo, un sistema de signos, de belleza, que había que aprender a descifrar. ¿Qué diría su hermana Laurita, allá en el sur?, se preguntó, y se rió de su propia pregunta: Laurita, don José del Carmen, Tomás, Rubén, la Albertina, con sus voces medios zetosas, medio roncas, extraviadas.


Oh Maligna

Jorge Edwards

Acantilado

237 páginas

15 mil

Por Daniel Gómez Yianatos

"Estuvo a punto de asesinarlo. Neruda despertó una noche debajo de su mosquitero y ella lo estaba mirando con un cuchillo de cocina en la mano".

Dinko Eichin

"Matilde tenía una cocina con un ejército de gente. Era una chillaneja fuerte. Y se le ocurre meter a una sobrina y Neruda termina encamado con ella".

FUNDACIÓN PABLO NERUDA