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El arte de la fuga según María Sonia Cristoff

La escritora argentina vino a Chile a presentar su novela "Mal de época".
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De pronto, no soportar más estar en cierto lugar y sentir la necesidad de escapar. Todo el mundo lo ha experimentado alguna vez, pero ha habido personas incapaces de controlarse: comenzaron a caminar por semanas o meses, invadidos por el ímpetu de la fuga. Uno de los más célebres de estos caminantes es el francés Albert Dadas, quien emprendía grandes excursiones, sin conciencia alguna, como un sonámbulo. Caso clínico del siglo XIX, es ejemplo de una enfermedad que los psiquiatras en su momento llamaron fuguismo, dromomanía, turismo patológico.

A María Sonia Cristoff (Trelew, 1965) parecen interesarle los impulsos incontrolables. Al menos, algo así se refleja en sus libros publicados en Chile. Un personaje suyo, la somnolienta narradora de "Desubicados" (Laurel, 2014), se ve obligada a ir al zoológico para aliviar su "resaca existencial". En "Mal de época", otro personaje está intrigado u obsesionado por el caso Dadas, al punto de viajar a Francia a pesquisar sus huellas.

En "Mal de época" van en paralelo dos historias. Por un lado, partes de un "libro inconcluso", el de quien investiga sobre Dadas. Y por otra parte, más extensa, la historia de FG, un joven que aparentemente ha sufrido migraciones sucesivas y algunas guerras (que recuerda o delira). Su alivio está en la compañía de animales y tiene una estrecha relación con un perro y un guaicurú (especie de halcón), con quien cree tener una contraseña con el ave en una canción de Nino Bravo.

"En Mal de época se entrecruzan un relato ficcional con otro de no ficción. ¿Qué quiero decir con eso? Que uno -el viaje al sur de Francia para rastrear los pasos de Albert Dadas- es no ficción en tanto busca reconstruir una experiencia que yo tuve: hice ese viaje, hablé con esas personas, busqué en esos archivos, me senté en esos bares", cuenta Cristoff.

- ¿Y el otro?

- Es ficción, en tanto está centrado en la figura de ese chico que deambula por Buenos Aires en un estado confusional intenso, atormentado por recuerdos de una guerra y de una serie de migraciones forzadas, mientras espera señales para cumplir con una misión que se supone crucial.

-¿Por qué mezclar ficción y no ficción?

-Me interesa indagar en los múltiples puntos de contacto, en las superposiciones que se dan entre la ficción y la no ficción. En el componente imaginativo que hay en la no ficción y en el componente memorioso que hay en la ficción. Me interesa la ambigüedad que de ahí se desprende. El formato novela para mí ya está agotado en su versión más tradicional, la del formato decimonónico. Para mí estuvo agotado desde los inicios, desde que empecé a escribir. No podía tolerar la idea de la trama fuerte con sus personajes bien definidos. Encuentro en la no ficción, en el trabajo con los archivos, los documentos, una vía muy interesante. Las llamo mis "novelas anotadas".

-La narradora del "libro inconcluso" señala que ficcionalizar a partir de un caso o personaje real le parece una "práctica encorsetada" y dice preferir la operación contraria: "Contar como real lo que surgió de la más rotunda invención".

-Ese pasaje que mencionas tal vez sea el más declaradamente metaficcional en la novela. Lo que quiero decir con eso es que me interesa mucho el trabajo con lo real, con el archivo, con el documento, con ese más allá, ese "afuera" de lo narrado. Pero evito como a la peste la forma entendida como "basada en un hecho real": eso me incomoda. Prefiero entonces dividir las aguas -plantear una línea ficcional por un lado y otra documental por el otro- y dejar que sus zonas de contacto y de ambigüedades las encuentre el lector, evitar que sea yo quien las está manipulando. Me interesa separar aguas no para que permanezcan completamente divididas sino para que quien las una sea el lector. De ahí que indague tanto en el formato nota, en el sentido de "anotaciones", de tomar notas a partir de eso que estoy viendo ahí, de eso que estoy viviendo ahí. La construcción literaria del formato nota es una de mis obsesiones. Me parece una vía interesante para explorar las zonas de contacto en el tan discutido par obra/vida, para sacar a la literatura del panteón de las bellas artes y ponerla a funcionar como una narrativa de lo cotidiano.

Fugados

Las fugas existieron siempre, pero recién después de que los médicos estudiaran el caso Dadas se convirtió en un desorden mental diagnosticable, a fines del siglo XIX. A fines del siglo XX, el filósofo de la ciencia Ian Hacking propuso la categoría de "enfermedad mental transitoria", una que aparece en determinado tiempo y lugar, y que puede desaparecer o reaparecer en otro, siempre por razones relativas al ambiente cultural de la época. Hacking lo hace, en dos libros, a través de dos estudios de casos concretos: la personalidad múltiple y el automatismo ambulatorio o fuguismo, centrándose en el caso de Dadas. Fue en el libro de Hacking que Cristoff supo por primera vez de él.

Los personajes centrales de ambas líneas de "Mal de época", FG y Dadas, no parecen estar unidos por nada, salvo que ambos tienen algún tipo de enfermedad mental, o que ambos son "fugados"... Otra posible unión es que la novela empieza curiosamente con un "epílogo" y que quien allí habla es alguien que conoció la historia de FG y puede ser la misma persona que está investigando a Dadas.

-¿Tiene alguna debilidad particular por los animales? Aparecen en sus libros.

-Tengo por los animales no una debilidad, sino una fascinación profunda. En principio, porque no hablan nuestro lenguaje, y luego porque, precisamente a partir de eso, se abre todo un abanico de la diferencia, de lo extraño, que me intriga, me sosiega, me entusiasma. A veces, también, los tomo de guías morales. Estudio sus actitudes, sus reacciones, y tomo nota.

-¿Le gusta Nino Bravo?

-Nino Bravo es una de mis tantas concesiones al kitsch.

La autora explica 'Mal de época' como un modo de estar de estos tiempos. El pasado no existe como aprendizaje, sino como tormento o, peor, como algo descartable. En el futuro no es más que una serie de señales indescifrables. Y a la vez, intenta trasladar ese modo de estar a la prosa, que avanza al ritmo de una caminata frenética, caminatas como las que hacen Dadas, como la que hace FG.

"Siempre estuvo la idea de que la lectura de esta novela tenga algo performático para quien la lee: una especie de estar ahí, en la cabeza de quien está perdido/confundido, lo que para mí es una marca de época, una hipótesis acerca de mentes expuestas al exceso de información, a la falta de libertad, de poder de decisión, a la cooptación extrema, a la falta de tiempo libre, de conversación, a la falta de amor. Volviendo un poco a lo del formato novela, la novela para mí no es solamente un relato o solamente un juego experimental, sino también una pregunta, una hipótesis, una interpelación. En ese sentido, puedo decir que pienso mis novelas en un punto como ensayos, como narrativas con algo de ensayos. En esta caso, acerca de las formas en las que el poder, los poderes, nos toman la cabeza. Cada vez más. Todos los poderes: el neocapitalismo, sí, pero también los poderes religiosos, las guerras, la tecnología, la farmacología. Si hay algo que encuentro aterrador es cómo, hoy, los poderes ya no toman solo los cuerpos y las acciones, como pasaba en la época de Dadas, sino que van más allá, más subrepticios, más sofisticados, y toman las cabezas, que incluso muchas veces no se dan cuenta y acceden mansitas, Acceden creyendo que están actuando en libertad".

Por Patricio Tapia

"Siempre estuvo la idea de que la lectura

de esta

novela tenga algo performático para quien la lee".

Dormir en la plaza

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Se despierta con un estruendo, se incorpora de un salto, se agacha para buscar su lugar, su guarida bajo la mesa. Se despierta con un hueco de terror donde debería haber un cuerpo, un corazón que pudiera estar en la boca, aunque en su caso ni corazón ni boca ni nada, apenas ese tubo de espanto que lo arrastra al fondo, lo succiona. Toca tierra con las manos, tierra húmeda y, cuando logra terminar de despertarse, se da cuenta de que está en cuatro patas al lado de un árbol, bajo un árbol, las manos sobre un césped verde, parejo, artificial de tan verde y parejo. Y por encima de ese césped, hombres con antiparras y máquinas succionadoras, máquinas iguales a las que se activan en su interior a veces, todos muy concentrados, como si buscaran oro o bombas enterradas. Legiones de hombres flacos, por qué todos tan flacos. Enemigos maltratados. Se incorpora con cautela, que ese césped tan cortadito, tan brilloso, bien podría ser un terreno minado y él explotar en -¿veinte, ciento veinte?- pedazos, como tantos allá.

El sol le da directo en los ojos cuando se aleja del árbol, un sol penetrante, sin consuelo. Parpadea y se pregunta dónde habrá quedado su buzo, su capucha protectora. Se pregunta si lo habrá succionado también la tropilla de hombres flacos pero no, ahora que ve más claro se da cuenta de que su buzo está ahí, intacto, en la punta del banco de plaza en el que pasó la noche. Lo agarra como si fuera una tabla de salvación y se lo pone, que este sol y este frío y este banco húmedo sobre el que se vuelve a sentar le han dado un frío, un escalofrío que no pasa, que no se va con nada. Mete las manos en los bolsillos y sueña con un café, uno de esos cafés bien cargados que él preparaba allá a la mañana y a la noche también. Algunas mañanas, algunas noches. Muy de vez en cuando. Se palpa los bolsillos para ver si le queda plata. Que espere las instrucciones, o las claves, y que use bien esa plata, le dijo el hombre. Pero levantarse ahora no puede. En un rato, en cuanto se vayan esos hombres y sus máquinas devoradoras. No se habría quedado dormido ahí si por un segundo hubiese adivinado que la plaza de anoche, serena, acompasada, amanecería hoy así, como un campo minado. No hubiese logrado conciliar el sueño ni por un instante. Ahora se arrepiente de haberse confiado: nadie dijo que tal cosa estuviera entre sus posibilidades, sus planes. De pronto se siente observado, más bien cercado. Un perro bien negro lo mira como si ya lo conociera de antes. Se equivoca, piensa FG, mientras lo mira de reojo. A él no lo conoce. A otros como él puede ser, pero a él no. Imposible. Él no conoce a nadie en la ciudad monstruo. Tal vez vaya a conocer cuando le quede claro qué es lo que tiene que hacer, cuál su misión, pero por ahora no. Estira una mano, las palmas para arriba, se queda mirando como si ahí, en esas líneas, pudiera encontrar la respuesta. Abre y cierra la mano entumecida, enmudecida, y después la pone sobre la cabeza del perro negro que, para su sorpresa, se queda ahí, como aceptando.


"Mal de época"

María Sonia Cristoff Editorial Libros del Laurel 220 págs.

$ 12 mil.

Adelanto del libro "Mal de Época"

Por María Sonia Cristoff

El campesino que vuelve

Ernesto González Barnert (1978) obtuvo el Premio Pablo Neruda de Poesía Joven 2018.
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Después se vino Santiago. ¿Cuántas veces se ha hecho el mismo viaje en la literatura chilena? Pablo Neruda lo hizo en tren. Y González Barnert reconoce: "Vengo de la educación pública y me honra haber aprendido ahí a relacionarme con las distintas capas que componen este país".

En Santiago asistió al taller que Gonzalo Millán dio en Centro Cultural España, Alejandra Basualto en la SECH y Elvira Hernández en la Biblioteca Nacional. "Con otros poetas trabajamos codo a codo en Santa Rosa 57", donde comienza su autoformación.

Hoy el nombre de estos poetas cruzan la vida y trayectoria de González Barnert: Zurita fue uno de los jurados que le otorgaron el Premio Pablo Neruda de Poesía Joven 2018 -a un poeta hasta 40 años-, que alguna vez ganaron Millán, Zurita y Huenún. El jurado estuvo, además, conformado por los poetas Pedro Lastra, Jaime Pinos y Francisco Véjar. En forma conjunta escribieron en su veredicto unánime: "Ha representado una contribución importante al panorama de las nuevas escrituras de poesía de nuestro país. El jurado también desea resaltar la valiosa difusión y conocimiento de la nueva poesía que se está escribiendo en Chile, dándola a conocer mediante memorables entrevistas a poetas de su generación".

Que los nombres se sigan enlazando, entonces, no es casualidad. González Barnert ha hecho un trabajo desinteresado en páginas como Letras.mysite.com dialogando con sus pares. Asimismo, creó el Festival de Poesía La Chascona, lugar donde trabaja activando culturalmente la casa de Neruda.

"La poesía es un camino menos solitario de lo que quisiéramos creer. Estos días no he podido dejar de sentirme como el campesino que vuelve al lugar que creció. Y lo hace conduciendo día y noche, sin descanso, una máquina aplanadora por caminos de piedra y lodo. Agradezco mucho la generosidad y apoyo de tantos colegas con mis poemas, que contra todo, han querido ser un puente de mi profunda pasión, miedo y soledad", dice él.

Francisco Véjar profundiza en los méritos poéticos del autor: "Dentro de la calidad poética es uno de los nombres más interesantes. Hubo mujeres que también estaban peleando el premio, como Gladys González, un nombre fuerte. Para mí es un premio bien merecido. Es poesía en cierto sentido fresca, vegetal, no es una poesía alambicada, no apuesta por la ruptura ni la neovanguardia. Tiene fe en el poema como tal y lo que se desprende como poemario, el libro en su conjunto. En ese sentido se aleja de la antipoesía y se une a tradición de la poesía chilena y de otras vertientes y latitudes que alimenta su poética"

El primer libro de González Barnert es "Higiene" (Ediciones del temple, 2008), pero el jurado que lo premió esta semana reconoce como hito fundacional de su obra "Arte tábano" (Manual ediciones). Copiamos de allí un poema: "Se ríen de ti, a tu espalda,/ en las sombras/ por tu inutilidad, por esos libros que no te enseñan a arreglar un enchufe,/poner un pan en la mesa./ Se ríen de tu confianza en las palabras: "su humanidad", "en salvaguardarlas",/ "Ah tus palabras: algo que no te ha dado nada/ ni te lo dará"./ Y haces como que no pasa nada/ o sí, constatas.// Después confías en que te llamen a comer".

González Barnert ganó el Premio del Consejo Nacional del Libro a Mejor Obra Inédita 2014 por "Playlist" (Overol), el Premio Nacional Eduardo Anguita 2009 por "Trabajos de Luz sobre el agua" y el Premio de Honor Pablo Neruda de la U. de Valparaíso el 2007, además de varias menciones y becas.

"Ningún hombre es una isla, escribe John Donne, y yo lo tomo como una proposición central en estos días. Mi propuesta va no solo en la claridad, concisión y brevedad del decir poético en este hervidero barroco de estímulos y deseos, sino en una escritura que avanza dando imágenes, que nos liberen, alivien o expandan, tiernamente, sin perder las entrañas. Y nos conecten los unos a los otros. Un lenguaje que sea puente, túnel, pequeña embarcación a vela, motor o remo, submarina. Braceadas vigorosas y esplendentes más allá de las boyas. Respiros de reflexión, silencio y consciencia sumergidos en una cotidianidad concreta y sutil, sin perder el humor y la ironía, para mantenerse en el camino sin camino del misterioso e indomable mar de la existencia, a ratos tan inexplicable como indecible, lo único que tenemos", dice el premiado.

La poesía ha estado con él hasta en los momentos más oscuros. González Barnert recuerda que "a los 33 años me dediqué a cuidar y acompañar a mi madre aquejada de un cáncer mientras trabajaba transcribiendo Cartas de Enrique Lihn a Pedro Lastra".

"Mi vida ha sido tocada por una pasión arrebatadora desde la más temprana edad, a ello he dedicado mis mayores esfuerzos como lector y escritor. Cierto, vengo saliendo de un profundo dolor. No ha sido fácil para los que me rodean estos años, pero me apoyan incondicionalmente para que dé vuelta la página y continúe en el ruedo como ese gladiador con sobrepeso pero igual de aguerrido", resume.

A su último libro "Éramos estrellas, éramos música, éramos tiempo" (Mago, 2018), lo define "como una hoja de laurel en una olla de agua hirviendo". Pronto reeditará "Playlist".

González barnet fue premiado esta semana.


Éramos estrellas, éramos música, éramos tiempo

Ernesto González Barnet

Editorial Mago

52 páginas

7 mil

Por Cristóbal Gaete

Nació en Temuco y allí, a los 13 años, asistió a un recital de Raúl Zurita en la Universidad de La Frontera. Iba a la biblioteca de la Sociedad de Escritores y era Jaime Luis Huenún (uno de los mayores poetas del mundo mapuche) quien le prestaba libros.

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