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Un pórtico

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Hace una década que Squella viene leyendo al pensador inglés. Todo partió en unas lecturas organizadas por la Universidad Adolfo Ibáñez.

Abogado, columnista y Premio Nacional de Humanidades, Agustín Squella acaba de publicar "John Stuart Mill. Un disidente", libro que trae a la palestra la voz liberal de un autor clave para el pensamiento moderno, una mente que reflexionó sobre múltiples ideas políticas como la libertad, el entendimiento humano y la emancipación de la mujer.

En los agradecimientos del volumen, Squella admite que amplió su mirada sobre el filósofo británico luego que la Universidad Adolfo Ibáñez lo invitara en 2017 a un programa de lecturas en torno a la obra fundamental de Mill: "Sobre la libertad" (1859).

El presente libro cumple, además, con un recorrido biográfico. Nos muestra a un niño prodigio que no fue al colegio, que hablaba latín y griego gracias a las enseñanzas de su padre y que siendo un muchacho de 17 años fue arrestado por difundir métodos anticonceptivos. Fue también un veinteañero depresivo que leyó a Wordsworth y cuando se hizo hombre se enamoró de Harriet Taylor: musa, colaboradora y esposa. Acá Stuart, según Squella.

-¿En qué consiste la disidencia de Mill y cuál es su vigencia en nuestra época?

-Fue un disidente de su época y no un disidente del liberalismo. Un disidente de la "época victoriana", por Victoria, reina de Inglaterra en ese tiempo, caracterizada por el conservadurismo, la pacatería, la extrema pobreza de la mayoría de los trabajadores y el sometimiento de la mujer. Una época de virtudes públicas, o sea, de los labios para afuera, y de vicios privados en un Londres donde nunca tuvo más prostíbulos ni mujeres haciendo la calle que en ese tiempo.

-¿Por qué puede resultar atractiva su figura?

-Por su ardorosa defensa de la libertad y su convicción acerca de que todos los individuos, hombres y mujeres, deben tener completa autonomía para elegir las ideas que profesan, las preferencias que siguen y los modos de vivir que les convengan. Ni el Estado, ni una iglesia, ni la opinión pública, ni las mayorías, pueden interferir con esa autonomía.

-"Cada cual es el mejor juez de sus propios intereses": ¿En qué punto podría flaquear esta frase de Mill?

-En ninguno. Tratándose de personas sanas y adultas, ¿quién mejor que ellas mismas pueden saber lo que les conviene? El único límite que veía en esto era el de no causar daño a los demás.

Reportaje a mill

Más que un ensayo académico o una biografía, Squella dice que este libro es un reportaje sobre Mill. "Quiso ser escrito con el estilo y el tono que los periodistas emplean en sus crónicas. Sin alardes de erudición ni tampoco notas al pie de página", explica el autor.

Y si bien comparte muchas de sus ideas, también hay otras que no apoya, como el estar a favor de la pena de muerte y creer que la educación salvará a la Humanidad. "A menudo pienso que la educación está algo sobrevalorada. Me refiero a la que se imparte en establecimientos dedicados a ella. Parte importante de nuestra educación está en las calles, en las salas de cine, en los libros que leemos a solas, en los patios del colegio antes que en sus salas de clases. Pero sí, la educación importa, aunque hoy la tenemos de muy bajas calorías. Interesa más la facilidad más que la calidad y son pocos los que creen en el esfuerzo individual como la clave para salir adelante en cualquier clase de estudios".

-¿Imagina a Mill polemizando hoy en el debate medioambiental o frente a la ola feminista?

-Sin duda, y reaccionaría contra la torpeza e impunidad medioambiental y también apoyaría la causa feminista. Seguro que se sorprendería de que hubiera pasado tanto tiempo sin que las mujeres hubieran conseguido el trato político, laboral y doméstico que se merecen. Creyó y promovió la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y publicó en 1860 un libro notable para su época: "El sometimiento de la mujer", que fue traducido en Chile apenas tres años más tarde por Martina Barros, hija del historiador Diego Barros Arana, quien tradujo el título por "La esclavitud de la mujer". A la pobre casi se la comió la sociedad conservadora chilena de ese tiempo.

-¿Cómo aquilata su apertura al socialismo?

-La aprecio en todo lo que vale. Fue un liberal que se interesó por conocer la doctrina socialista de su tiempo, especialmente la francesa, que era humanista y democrática, y fue capaz de escribir un libro al respecto, en el que anotó tanto los defectos como los aciertos de esa doctrina que no era la suya. ¿Qué liberal hace hoy eso o qué socialista hoy es capaz de reconocer los aciertos del liberalismo? Anticipó lo que en el siglo XX sería el liberalismo social, el liberalismo igualitario, que poco tiene que ver con el campante neoliberalismo de hoy.

Moral laica

Señala Squella que una de las contribuciones del autor inglés fue proponer la existencia de una moral laica, lejos de cualquier religión o iglesia. "Una moral laica, es decir, una moral sin Dios y que no proviene del fundador de una religión ni de quienes dicen ser sus ministros en la tierra, no solo es posible sino que también es más meritoria, puesto que se la practica por el valor que ella tiene en sí misma y no pensando en recompensas ni castigos ultraterrenos que nos podrían dar después de la muerte", explica.

Para Mill es el individuo, soberano de su cuerpo y alma, el principal responsable de conducir el diálogo y la discusión fructífera. Desde esta observación, el inglés reflexiona sobre la existencia de la libertad de discusión pero la poca disposición a la misma, situación que Squella avizora también en nuestro país.

"En Chile hay bastante discusión, pero poca conversación. Suena raro, pero es así. Empezamos a discutir unos con otros casi antes de abrir cada cual la boca para explicar sus posiciones. Discutimos mucho, pero tenemos también temor al desacuerdo y ni qué decir a los conflictos, como si aquellos y estos fueran patologías sociales y no fenómenos inseparables de la vida en común en un régimen democrático de gobierno", dice Squella.

-¿Qué ética subyace en la afirmación de Mill en cuanto a que a los adversarios hay que entenderlos más que enfrentarlos?

-El creyó que eso que llamamos verdad es siempre el resultado de un trabajo colaborativo. Colaborativo entre individuos y doctrinas que piensan distinto y que hasta rivalizan entre sí. Nadie maneja todas las piezas del rompecabezas y es necesario estar atentos a aquellas que puedan tener en sus manos nuestros rivales en creencias, ideas o modos de vida.

-¿Por qué diferencia a la tolerancia entre activa y pasiva?

-La pasiva consiste en resignarse meramente a convivir en paz con quienes tienen ideas, preferencias o modos de vida que rechazamos; la activa, mucho más exigente, consiste en acercarse a quienes tienen ideas, preferencias o modos de vida que reprobamos, en entrar en diálogo con ellos, en darles nuestras razones y en escuchar las que ellos puedan darnos a su vez, y todo eso con la disposición a rectificar nuestras ideas, preferencias o modos de vida como resultado de ese encuentro y diálogo. La tolerancia pasiva es muy importante para la paz social, pero la activa es mucho más virtuosa y exigente. ¿Quién la practica realmente hoy?

-¿Qué opina de la democracia cultivada de la que hablaba Mill?

-Mill, que tenía preferencia por la democracia, tenía también temor de ella. Temor a que la mayoría arrasara con las minorías, y es por eso que propició límites al poder de la mayoría. Su temor era que masas sin educación llegaran al poder y barrieran con todo. En esto fue un individualista ilustrado, un demócrata sin concesiones a la turba ni a ese asambleísmo espontáneo y vociferante en el que las decisiones pueden ser manipuladas por los más audaces y demagogos.


de entrada a


John Stuart Mill


"John Stuart Mill. Un disidente liberal"

Agustín Squella

Ediciones UDP

256 páginas

$19.000


Reportaje, entonces

N o sé cómo calificar este libro y tampoco estoy obligado a hacerlo. El parecer que un autor tenga acerca de sus libros debe ser tomado siempre con precaución, con beneficio de inventario, y hasta con un cierto margen de sospecha. ¿Quién dice que el mejor juez de una obra es el autor que la escribió? Con todo, me arriesgaría a señalar no lo que este libro es, sino lo que pretendió ser, o, mejor aún, lo que se me ocurre que acabó siendo una vez terminado de escribir.

Este libro es un reportaje y, por tanto, algo menos ambicioso que un ensayo académico. Se trata de un texto informativo que se mueve en el terreno de los hechos, las ideas, las impresiones, la interpretación, las emociones, pero de una manera no erudita y sin la pretensión de decir la última ni tampoco la mejor palabra acerca del personaje del cual se ocupa. Es un libro que quiere interesar a los especialistas en la persona y obra de John Stuart Mill, no impresionarlos, y que, tratándose del público en general, ofrece un pórtico de entrada a la vida y planteamientos de un autor importante en la historia de las ideas filosóficas, políticas y económicas del siglo XIX.

Un autor cuyo eco se escucha perfectamente hasta nuestros días, 150 años después de que él hiciera su obra. Como aseveró Isaiah Berlin, Mill, a diferencia de otros autores de su tiempo, no es "una de esas barcas naufragadas y medio olvidadas en la corriente del pensamiento del siglo XIX". Matices más, matices menos, reservas más, reservas menos, la obra de John Mill "es todavía la exposición más clara, simple, persuasiva y conmovedora del punto de vista de aquellos que desean una sociedad abierta y tolerante".

Reportaje, entonces. Esa es la palabra que prefiero para el presente libro. Una tentativa, una muestra informativa sobre Mill, sobre su educación, sobre sus ideas, sobre las luchas que libró en el terreno intelectual, político, religioso y social, y sobre las dos mujeres más importantes de su vida, Harriet y Helen Taylor, importantes no porque ayudaran a mantener silencio mientras él escribía su obra, cerrando discretamente la puerta de su gabinete de trabajo, sino todo lo contrario: porque abrieron esa puerta y se sentaron al lado del autor para escribir junto con él. Así lo reconoció Mill más de una vez, otorgándoles la condición de coautoras de sus trabajos. Hasta tuvo la tentación de poner el nombre de una de ellas en la portada de alguna de las obras que publicó en vida.

Mill se interesó por la filosofía, por la lógica, por la psicología, por la economía, por la libertad, por la democracia, por los derechos, por el gobierno representativo, por la propiedad, por el liberalismo, por el socialismo, por la religión, por la situación política, laboral y doméstica de la mujer.

¿Tanto como eso?

Tanto, y haciendo gala de una prosa, a la vez que apasionada, clara, elegante, limpia, persuasiva, siempre atento a considerar todos los puntos de vista acerca de los asuntos que analizaba, sin atrincherarse ciegamente en el propio, sin dejar fuera de la mesa ninguno de los interlocutores, incluidos aquellos que podían estar lejos de sus ideas y planteamientos".

Por Amelia Carvallo A.

"Para Mill es el individuo, soberano de su cuerpo y alma, el principal responsable de conducir el diálogo y la discusión fructífera".

Universidad de Valparaíso

Adelanto del libro "John Stuart Mill. Un disidente liberal"

Por Agustín Squella

Al decir de Berlin, Mill no es "una de esas barcas naufragadas y medio olvidadas en la corriente del pensamiento del siglo XIX".