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Los mundos fascinantes y crueles de Silvina Ocampo

El libro "Cuentos completos", recientemente publicado en Chile, luce la obra más completa y apetecible de la escritora argentina. La prologuista Laura Ramos descifra inspiraciones, momentos y estilos de la autora.
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Es un placer extraño deslizarse por las 900 páginas de los "Cuentos completos" (Emecé) de la argentina Silvina Ocampo (1903-1993). El volumen forma parte del rescate sostenido de una figura elusiva dentro de la literatura latinoamericana, quizás eclipsada por su hermana Victoria -cerebro y músculo detrás de la legendaria revista "Sur"- y por las figuras de su esposo Adolfo Bioy Casares y de su amigo Jorge Luis Borges.

"Tengo el hábito resignado de la prosa", dijo alguna vez refiriéndose a sus relatos. Temas como la pureza y la servidumbre, cierta fascinación por la pobreza y una crueldad impávida en sus protagonistas, a menudo desconcertaron a sus contemporáneos. Para la escritora y periodista argentina Laura Ramos, quien prologa esta edición, Silvina es una rareza inclasificable, leída con devoción por un puñado de fans: "Sólo practicó la opacidad y el silencio, flanqueada por Borges y Bioy, que relumbraban cada uno a su modo, y sobre todo por Victoria Ocampo y sus diademas de diamantes. La cacofonía no es mía sino de la joya que ella usaba".

Ella la descubrió por casualidad a los doce años, entre los libros de segunda mano que se acumulaban al fondo de la librería que tenía su madre en Montevideo. Leyó con estupor los cuentos de "La furia" y la sorprendió muchísimo "Mimoso", aquel cuento del amor entre el perro y su dueña. "Creó un surco nuevo en mi gusto por la literatura, una posibilidad de comicidad y horror que nunca había vislumbrado en mis lecturas solemnes de 'Mujercitas' y 'Jane Eyre'. Le quitó la solemnidad al acto de leer y eso fue mucho para una joven lectora", comenta Laura Ramos.

-La niñez es uno de sus temas recurrentes, dice que la infancia es "un lugar exagerado", una zona que se parece a la locura.

-Ella nunca se desconectó de su infancia y podría decirse que era una niña de cincuenta, de sesenta, de setenta años. El narrador de sus cuentos, a veces explícito y muchas veces como presencia fantasmal, es esa niña, por eso su perversidad puede sostenerse, de otro modo serían cuentos de terror. Pero no hay infantilismo, ella usa una voz ingenua porque resulta funcional a su obra, es una voz trabajada cuidadosamente.

Opacidad y silencio

Antes de abocarse a la escritura, Silvina tomó clases de dibujo y pintura con el precursor del surrealismo, Giorgio de Chirico, y nunca abandonó esa afición.

"Alguna vez dijo que si pintara, le daría al amor un color amaranto, a la soledad un color salmón tornasolado, al odio un negro cuadriculado y a la alegría un amarillo limón. Solía sentarse frente a un cuadro inconcluso y escribía en un papel lo que no podía expresar pictóricamente con su lápiz. Luego esas pequeñas notitas formaban parte de sus textos. Como toda escritora, era una apropiadora, una artista, y como tal, estaba en contacto continuo con lo horrendo y lo bello", explica Laura Ramos.

Sus textos son también comiquísimos y en los diarios de Bioy aparece el humor constante que tenía la pareja. "Se reían de todo y de todos, y ella en especial, ella era una maestra de la ironía. Le encantaba que sus cuentos resultaran graciosos, son desopilantes: las pieles apolilladas, las pelucas cosidas, los tigres embalsamados, hay una inocencia cruel en sus personajes y en sus climas apacibles donde asoma lo terrorífico", dice la prologuista sobre la escritora de General Villegas, el pueblo donde vivía "junto a las costureras, la planchadora, la cocinera, el ama de llaves".

Siempre fue una "nena terrible", la hermana menor que escondida bajo la tabla de planchar declara que cuando grande quiere ser costurera, horrorizando a su aristocrática familia. Y tuvo una relación con la clase trabajadora que no hundía sus raíces en figuras como la conmiseración, la piedad o la caridad. Silvina O' Field, como la llamaba el escritor Manuel Puig, acostumbraba a llevar a los amigos extranjeros a los barrios periféricos, "a Puente Alsina, a chapotear en el barro y en las veredas rotas, llenas de piedras y basura, mientras Victoria recibía a sus invitados extranjeros en la mansión de San Isidro, que ella sola heredó", apunta Laura.

-¿Cuáles fueron las afinidades que tuvo con Alejandra Pizarnik?

-Literarias, fundamentalmente. Pizarnik, además de ser una extraordinaria poeta, era una crítica literaria inteligentísima que reseñó en "Sur" los cuentos editados en "El pecado mortal" con un texto muy bueno que se llamó "Dominios ilícitos", que debe haber llamado mucho la atención a Silvina, porque a partir de ahí empezaron a escribirse y a hacerse amigas. A Alejandra le gustaba mucho la poesía de Silvina y además, estaba enamorada enloquecidamente de ella. Le escribió una carta apasionada pocos meses antes de suicidarse y la llamó ese mismo día, y Silvina no atendió el teléfono, porque estaba a punto de viajar a Europa. Desde luego, lo lamentó tremendamente después.

-"Quisiera escribir sobre nada" es la última frase, del último cuento, del último libro que escribió. ¿Qué opinas de ese deseo?

-Parece la premisa de la serie Seinfeild llevada a la literatura. Pero me gusta la idea de que Silvina estaba pensando en olvidarse de los temas para subordinarse a la forma. Que estaba pensando en dejar los temas, en tratar de olvidarse del estilo y la intriga para entregarse a la literatura pura, digamos así, pura forma.

Bioy, borges y victoria

Al parecer eran dos bandos en la efervescente escena literaria de su época: el de Victoria y alguna gente de "Sur", por un lado, y el de Silvina, Bioy y Borges, con quien Silvina también tenía grandes diferencias. El grupo de Silvina consideraba esnob, mandona y ególatra a Victoria, a la que veían, sin usar el término, como una cipaya. "Era una niña terrible para el grupo de Victoria Ocampo y la revista 'Sur'. Cuando escribió 'Viaje olvidado', le dio a leer el manuscrito a Victoria, doce años mayor, quien lo perdió. Esto marcó un poco la relación literaria entre ellas, aunque después Victoria hizo una crítica muy interesante del libro, una especie de presente griego, como dice Mariana Enríquez en su excelente biografía de Silvina. Es severa, pero sobre todo se muestra perpleja ante la rareza del libro. No lo entiende: dice que el libro tiene imágenes felices e imágenes no logradas, como atacadas de tortícolis".

En cuanto a Borges y Bioy, Silvina decía que este último le había enseñado a escribir y juntos compartían sus trabajos. La relación con Borges era más compleja porque, aunque la admiraba, parecían no gustarle sus cuentos. "Borges hablaba de su 'extraño amor por cierta crueldad inocente u oblicua' y a veces no le decía ni una palabra de alguno de sus libros recién editado. Diferían en sus gustos sobre otros escritores, también. Cuando Borges criticaba a Proust acusándolo de haber hecho de la memoria un género literario, ella se enojaba. Pero ella le dedicó dos poemas, uno de ellos es muy hermoso, nombra a Thomas De Quincey y a los tigres.

-¿Cómo imaginas que fue la temporada en la que escribió junto a Bioy la novela policial "Los que aman, odian"?

-Los imagino en una etapa emocionante de sus vidas, ella tenía unos cuarenta años y viajaban mucho por la provincia de Buenos Aires, que a ella le apasionaba. Ella sacó una foto, que después se puso en la portada del libro, de una casa en la playa enterrada bajo la arena, cuya historia los fascinó. El paisaje era totalmente salvaje y marítimo, la puerta de entrada estaba bloqueada por la arena y había que entrar por la cocina, donde se habían armado unos cangrejales peligrosos. Se deben haber divertido muchísimo armando los personajes, inspirados en gente que los dos conocían. El doctor Humberto, ese médico pusilánime, que nunca se muestra determinado ante nada, era un mosaico de varios médicos que conocían. El niño asesino fue una idea de Silvina: ¿quién sino ella iba a imaginar, en esa época, a un niño perverso? Bioy, que era más razonable, pensó que no era una buena idea, porque iba a provocar inconvenientes, y tenía razón. En un principio el libro tuvo mucha resistencia por esa causa. Pero eso no hace más que resaltar la osadía literaria de Silvina. Estaba fascinada con el personaje del niño que solía cazar pájaros para después embalsamarlos, igual que el personaje de "Psicosis" de Hitchcock, pero escrito en 1946.

-En una entrevista, María Moreno le preguntó qué opinaba sobre las feministas y ella respondió que eran "un aplauso que me hace doler las manos". Moreno le dijo: "¿Un aplauso que le molesta dispensar?". Silvina zanjó con un "¿por qué no se va al diablo?". ¿Qué piensas de este intercambio?

-No le interesaba el feminismo, era una feminista en la praxis, en su modo de vida independiente y absolutamente desprejuiciado, y sentía una especie de horror hacia la política. Era una antiburguesa, una bohemia: en su casa se comía pésimo, todos sus amigos lo dicen, las paredes estaban descascaradas y llenas de humedad, había pilas y pilas de libros y papeles en todos lados, estaba llena de cucarachas. Era un ama de casa abominable y una poeta excepcional y además, rica: podía darse el lujo de no ser una feminista militante. En cuanto a la mandada al diablo es el gesto de una seductora nata que coqueteaba con hombres y mujeres, formaba parte de cierto espíritu provocador de los sesenta y los setenta. Algunos miembros de la élite intelectual de esa época se trataban bastante mal entre ellos, eran escépticos y arrogantes, unos camorreros borgeanos.

El estilo atrevido de la argentina Silvina Ocampo estuvo flanqueado por los nombres de borges, bioy y su hermana Victoria.


"Cuentos completos"

Silvina Ocampo

Emecé Editores

904 páginas

$24.900

La prologuista laura ramos.

Por Amelia Carvallo

gentileza Gabriela Schevach

"Silvina era una antiburguesa, una bohemia: en su casa se comía pésimo (...), había pilas y pilas de libros, estaba llena de cucarachas".

Juan Forn vuelve

En "Yo recordaré por ustedes", su libro recién lanzado, el escritor argentino viaja por el mundo, desde África hasta Argentina, con un buen puñado de sus textos de contratapa.
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Cada viernes había un pequeño mundo que se despertaba pensando en la columna que acababa de publicar Juan Forn. Dueño de la contratapa del diario argentino "Página/12" por casi nueve años hasta hace unos meses, Forn retrataba en ellas las vidas de personajes reales que aparecen en sus lecturas y que lo deslumbraban "como un relámpago de poesía". Por ahí han pasado el hijo pianista del Premio Nobel Kenzaburo Oe, la historia de admiración y rabia de los escritores Saul Bellow y Delmore Schwartz, el bolerista Agustín Lara o la poeta Idea Vilariño.

Desde hace mucho, Forn escribía esas contratapas desde el balneario de Villa Gesell, al que debió retirarse luego de un ataque al páncreas que lo obligó a dejar su trabajo como editor en la capital argentina. Todas esas columnas han sido recopiladas en varias ediciones. La última, "Yo recordaré por ustedes" (Libros del Laurel) acaba de ser publicada, junto con "La tierra elegida" (Emecé), una recopilación de sus ensayos más extensos.

-En los agradecimientos de "La tierra elegida" dice que Guillermo Saccomanno le hizo entender que estaba escribiendo ese libro cuando ni siquiera usted lo sabía. ¿Le pasó algo parecido con "Yo recordaré por ustedes"?

-Fue completamente distinto. Andrea Palet, la editora de "Yo recordaré por ustedes", había publicado en Chile una versión más cortita de mis contratapas que se llamaba "El hombre que fue viernes". Pasaron los años y hace poco Andrea me dijo que lo quería reeditar. Le regalé, entonces, más o menos quince contratapas nuevas. Con eso, ella me propuso organizarlo. Y si te fijas -a diferencia de "Los viernes" o de "La tierra elegida"-, "Yo recordaré por ustedes" está armado por un criterio de ir pasando de país en país. El libro empieza por África, va a Japón, a Rusia, a Europa, a América del Norte, a América Latina, llega a Argentina y termina en las autobiográficas. Y la verdad es que me divirtió el itinerario que me propuso Andrea, por eso el que el libro quedó así.

-Ambos libros están dedicados a su hija. ¿Cambió en algo la paternidad su forma de escribir o de ver la literatura?

-Cambió mi visión de la vida y mi manera de vivir y sospecho que eso rebota tarde o temprano sobre lo literario. Yo siempre había pensado que no iba a tener hijos, y la verdad es que desde que nació Matilda se convirtió en el centro de mi vida.

-Y la enfermedad, ¿también cambió su escritura?

-Como dice Kierkegaard, el problema de la vida es que se le entiende para atrás, pero hay que vivirla para adelante. Mirando para atrás, evidentemente, esa enfermedad implicó un cambio de vida -una migración, por un lado- y por otro un nuevo formato de vida en el pueblo de playa donde me vine a vivir. Sin duda, eso cambió tanto mi concepción de la vida como mi escritura. El aspecto más importante, quizás, es que a diferencia de la ciudad, donde se acota el tiempo y siempre estás pensando dos o tres cosas a la vez, es que tienes tiempo de sobra, por un lado, y por otro puedes concentrarte en una cosa a la vez.

-Supongo que publicar cada viernes lo obligaba a manejar cierta relación con los tiempos de la escritura ¿Tiene alguna clase de ritual a la hora de escribir?

-Después de ocho años de presión autoimpuesta por publicar cada semana, lo primero que sentí fue alivio, cuando pude dedicarme a terminar de acomodar los libros y no tener la presión permanente de encontrar un tema. Lo que sí encontré escribiendo las columnas de los viernes fue el poder inmenso de la condensación, es decir, la posibilidad de escribir en pocas líneas algo que está ya dentro del lector y que parece decir mucho más de lo que dice. Creo que ese será mi estilo literario, escriba o no escriba contratapas. Ya me acostumbré de tal manera a la condensación que cuando veo un texto -incluso mío- más plano me parece que está alargado. Me parece que se puede contar en menos palabras y que queda mejor.

-¿Prefiere condensar a buscar otra fórmula?

-Sí, la tendencia es esa. Ahora, mi tendencia natural, cuando tengo una historia, es trabajar siempre con la condensación. Le da una posibilidad de ritmo y de potencia, no sé cómo decirlo, entre poética y narrativa, muy interesante.

-En una parte de "Yo recordaré por ustedes" dice que lo lírico no tiene por qué ser sinónimo de blandura, sino más bien de electricidad y furia ¿Busca eso en tu escritura?

-Sí, sin duda. Creo que fue Danilo Kiš quien dijo que él siempre quiso escribir poesía, y que cuando notó que la poesía le estaba vedada, lo que trató fue de meter clandestinamente poesía en la prosa. Pero no a la manera de la prosa poética, sino trabajando el concepto de lo poético desde lo narrativo. Creo que yo trato de hacer lo mismo. Veo relámpagos de poesía tanto en la pintura como en el cine o en la música. Y, sin duda, mi manera natural de resolver literariamente cualquier cosa es a través del relato, de contar el cuentito. Es la herramienta de comunicación más grande que tenemos: todo contado en forma de cuento, a mi gusto, es más atractivo, porque trabaja con la intriga y la complicidad del lector. Por eso tanto Borges como Danilo Kiš insistían mucho en que una de las características más fabulosas de la poesía es que cuando uno las lee siente que toda poesía es sobre aquel que la está leyendo. Esa especie de enorme intimidad y complicidad que tiene la poesía es algo que me interesa trabajar en prosa.

-¿En qué instante decide que existe una historia que contar, como las que hay en "Yo recordaré por ustedes"?

-Generalmente en el trabajo literario, por lo menos en el mío, hay dos instancias: una radica en confiar casi ciegamente en pálpitos que no termino de entender. No sé por qué, pero cuando a mí algo me interesa, me interesa casi visceralmente. En ese momento me pongo a investigar por qué me interesa aquello, qué me dice a mí esa historia. Es así cuando viene un proceso de distanciamiento, de no terminar escribiendo para mí mismo, digamos, sino para establecer un vínculo con el lector. Ese movimiento pendular -entre la confianza ciega en el pálpito y al mismo tiempo el cuestionamiento a ese pálpito- es mi trabajo, en el fondo. E intento poner todo hasta conseguir difuminar los vapores del ego. A mí una de las cosas que más me fastidia cuando leo una historia es el momento en que el autor se olvida del lector y habla de sí mismo. Me molesta la gente que no entiende que la comunicación es siempre de a dos, y que es mucho más interesante el diálogo que el monólogo.


a los viernes

forn escribía las contratapas de "página/12" desde villa gesell.


"Yo recordaré por ustedes"

Juan Forn

Libros del Laurel

212 páginas

$12.000

Por Cristóbal Carrasco

Jorge Sepúlveda