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"Este es un libro sobre la distancia, pero sin distancia"

"Buenas noches luciérnagas", último trabajo del poeta Héctor Hernández, mezcla chats, emails, diarios de viaje, recortes, fotos, cartas y más.
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Hernández (1979) vivió con intensidad el cambio de siglo, formándose en la explosión de internet y las noches de recitales literarios. Su sensibilidad y grafomanía son reunidas en el libro, que sintetiza esta época de la poesía chilena con la ambición de nombrarlo todo. En la obra, el poeta decide tomar por mano propia la historia de la generación que comandó ("los Novísimos"), con materiales usados que va montando, mails privados, artículos de terceros, diarios de viaje, ensayos, cartas a ídolos pop o literarios, caídos o muertos, genealogías literarias que van generando un efecto de redundancia e intensidad en el lector.

Las reacciones de lectura han sido más visibles que en los otros libros de Hernández. Muchas de las polémicas que alimentan "Buenas noches luciérnagas" eran difíciles de entender. Para el autor, esta vuelta a las rencillas del pasado "es interesante para mal y para bien. Han pasado cosas concretas, como que Yaxkin Melchy se molestó por publicar nuestros correos, Germán Carrasco me sacó del Facebook". Dice que Rafael Rubio aún le manda mails molestos, "pero a la vez me ha unido incluso más a gente que quiero mucho, como el mismo Raúl Zurita, Sergio Parra, Paula Ilabaca, Mauricio Paredes o Alejandro Zambra, que presentará el libro en México ahora en octubre. Es como si el libro fuera un guión de una película que aún no acaba, la película de la poesía chilena".

-¿Cuándo comienza la construcción de este libro?

-La idea es antigua, pero comienza a parecerse a algo posible el 2015, cuando estoy en España. La distancia es siempre una crisis, un modo de repensar todo críticamente. Me vi con tantos documentos, fotos, anotaciones, diálogos que imaginé algo así como un libro raro con todo eso. En un comienzo dudé de su publicación, pero al pensarlo luego como un artefacto o una intervención me hizo más sentido. Un libro sobre la distancia, pero sin distancia.

-Teniendo una cantidad de materiales tan diversos, ¿cómo le fuiste dando un orden al texto?

-No fue para mí tan distinto a lo que hecho en poesía ya que "Debajo de la lengua" tiene casi 500 páginas y "La divina revelación", casi 800. Lo que quiero decir con esto es que siempre he trabajado con muchos materiales heterogéneos y eso tiene que ver con la idea de novela. Para mí esos libros y "Buenas noches luciérnagas" son ciertamente novelas donde el género es justamente su límite. El orden que les doy es la progresión de la escritura, su relato y su vida interna. Hago muchos diagramas, planos, maquetas mentales antes de escribirlos y luego me ciño estrictamente a eso.

-Seguro que hay gente que hojea el libro buscándose, hay cientos de referencias. ¿Nunca pensaste en hacer un índice onomástico?

-Las referencias a autores deben superar fácil las 200. Desde algunos comentarios a poetas de la "Selva Lírica", que cumple 100 años, como Pedro Antonio González, padre del travestismo literario tan importante en la poesía chilena, a autores que ahora tienen 18. Y sí, lo pensé, pero justamente por lo mismo deseché la idea. Sabía que algunos poetas sólo mirarían ese índice y nada más.

-En tiempos en que la narrativa chilena cruza por una contenida autoficción, este libro toca las teclas de la biografía, pero se expande a ideas literarias. ¿Cómo crees que podría leer en este escenario?

-Para mí la novela autobiográfica es narrativa y punto, tal como la autoficción: ficción literaria. Lo autobiográfico ahí es un recurso, una figura textual. En cambio, la autobiografía como tal para mí no es literatura, es otro género, el documental donde tiene el mismo valor la autobiografía de un minero de Lota que la de un filósofo. Se trata de documentos y no de obras justamente, es decir, otro régimen de autor y de autoridad, de valor en el mercado cultural, de posibilidades de escritura. La interpretación acá no funciona, sino el modo en cómo se construye una lectura nueva de dichos materiales.

-Hay un parte muy divertida que enumera personajes inspirados en ti. ¿Estabas conforme con ellos?

-La primera idea al pensar este libro, y la foto de la solapa lo comprueba, es que soy un personaje literario, hasta para mí mismo. Las lecturas sobre ese personaje, esa caricatura, han sido muy variadas y los que han escrito de ella en su narrativa como Claudia Apablaza, Luis Marín, Ilabaca o Zambra, no hacen más que darle cuerpo a esa voz. Para mí es un honor y un alivio ser cada vez más literario y menos real.

-En un fragmento escribes lo que significó la poesía en tu vida. Si no hubiese existido esa invitación de Paula Ilabaca para ir al taller Balmaceda 1215, ¿quién serías ahora?

-En el colegio soñaba con ser dramaturgo, incluso escribí varias obras y monté un par con unos compañeros, por eso un profesor me dijo que estudiara Letras. Error. Me vi en una carrera que no me decía nada hasta que Paula me llevó al mundo de la poesía y todo me hizo click. La poesía era una forma de ser otro, escribir como un personaje, no ser yo. Entonces, lo más probable es que hubiese emigrado al teatro o a las artes visuales, que son áreas a las que paradójicamente me estoy acercando cada vez más.

-Si pudieras devolverte a un momento de los que cruza este libro, ¿a cuál sería?

-No imaginé que el libro también podría leerse como una autobiografía sentimental y sin duda es más homosexual de lo que pensé al armarlo. Si pudiera, me gustaría volver a los momentos en los que me refiero a mis parejas. Siento que todo el potencial de amor se lo di a la literatura y no a ellos. Fui egoísta y me pesa ahora que comienzo a envejecer.

el poeta héctor hernández ha publicado más de 30 títulos.


"Buenas noches luciérnagas"

Héctor Hernández

RIL Editores

428 páginas

$15.000

Por Cristóbal Gaete

Tan escritor como personaje, Héctor Hernández siempre cae parado: una de las anécdotas de "Buenas noches luciérnagas" (RIL Editores), su último libro, refiere a cuando fue atropellado por un empresario que le pagó una indemnización. Por años se bromeó con que se había tirado encima del auto.

Simón Ergas: "Chile es un país amante de la pequeña regla"

En su reciente libro, "Delitos de poca envergadura", el escritor y el ilustrador Rafael Edwards abordan en 42 ficciones breves los puntillosos mecanismos de control que nos aplicamos para fiscalizarnos los unos a los otros.
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Hace poco, el largo brazo de la ley agarró a una niña inglesa de cinco años y multó a su padre porque la pequeña estaba vendiendo limonada, sin tener licencia, en un festival al aire libre en Londres. Conscientes de lo ruines que fueron, las autoridades se disculparon con la familia y levantaron la multa, avergonzados por las toneladas de pifias que recibieron.

Por cierto que en Chile algunos "rebeldes" enfrentan a diario desaguisados parecidos, toda una clasificación de casos que Simón Ergas y Rafael Edwards se dieron a la tarea de pesquisar para llegar a 42 relatos ilustrados que se toman y no se sueltan en "Delitos de poca envergadura" (La Pollera Ediciones). Entre ellos hallamos el del salvoconducto de mudanza implorado frente a un notario; el de una monja en pleno vuelo con un peligroso encendedor que es el talismán con el que prende sus velas devotas; las prohibiciones que llueven sobre Pedrito Balbontín y lo envuelven como a una crisálida o aquel que nos crucifica con el odiado spam del correo electrónico. Todos estos son los escenarios de estos breves cuadros delineados por Ergas y habitados por el imaginario en negro, blanco y ocre de Rafael Edwards.

El gran mal

El escritor Simón Ergas es uno de los fundadores de La Pollera Ediciones, un proyecto que se remonta al año 2005 y que ya cuenta con un catálogo interesante. Bajo ese sello publicó en 2011 "De una rara belleza" y el año pasado lanzó bajo Ediciones Oximorón la novela "Tierra de aves acuáticas", dos obras que transitan caminos muy diferentes a los cuentos de "Delitos de poca envergadura".

Ergas cuenta que la idea de este libro se le ocurrió en conjunto con Rafael Edwards, a quien conoció porque es amigo de sus padres y con quien la afinidad de oficios los ha ido uniendo: "Rafa ilustró el primer libro de La Pollera. Sin ir más lejos, ese primer autor fue su padre: José Edwards, un narrador de la generación del 38 que nunca publicó en vida. Desde ahí, seguimos colaborando en algunos títulos hasta que coincidimos en este conjunto".

-¿Por qué pusieron ojos sobre este tema?

-Es que nos vimos de pronto rodeados del gran mal, llámese guerras, violencia, corrupción, daño a la ecología, y no quisimos seguir dándole espacio ni siquiera en nuestras denuncias. Así que frente a lo peor, decidimos reírnos de lo menor. Y juntos nos pusimos a buscar esos mecanismos que nos mantienen controlados de manera cotidiana, que nos reprimen levemente, como una sanguijuela que chupa sangre sin llegar a matar.

Para Ergas, lo más interesante del trabajo en los relatos fue "afrontar estos episodios menores, o aparentemente menores, con la mirada puesta hacia lo huracanado. La típica tormenta en un vaso de agua. Tomarse en serio algo que no es serio, pero que perfectamente podría llegar a serlo si sumamos un episodio con otro y nos vemos día a día sometidos a la convivencia en sociedad. Exagerarlo todo. Fue un placer escribirlo y tratar así la realidad".

-Siendo universales, ¿crees que Chile se presta más para la ocurrencia de estos episodios?

-Si bien es algo que me parece universal, como dices, Chile es un país amante de la pequeña regla. Ese no pasar, el prohibido hacer algo, la ley antitabaco y la nueva moda de fiscalizarnos todo entre nosotros. Queremos vivir todos juntos, apretados, calentitos en ciudades, pero sin sentirnos los olores. Y ahí es donde las reglas de convivencia social entran en juego y se contraponen, subjetivas a veces, entre unas personas y otras.

-¿Cuáles de los relatos e ilustraciones son tus favoritos?

-Hay uno en especial al que le tengo cariño, porque cambió mi forma de escribir. Rafael lo tiene ilustrado con un perro poodle gigante. El delito en cuestión es recoger la caca de los perros. Me dio pelea: tuve que escribirlo cuatro o cinco veces y no me salía y no me salía. La dificultad me obligó a probar nuevas fórmulas y de pronto me di cuenta que un delito de poca envergadura podía ocurrir aquí, en otro país, en el pasado o el futuro o incluso en otro mundo donde los seres humanos no son los que gobiernan. Cuando pude resolver ese relato, todos los que vinieron se tiñeron de una ficción cada vez más diversa de nuestra realidad inmediata.

-¿Y hay historias reales detrás de estos delitos?

-Siempre hay algo. Cuando me puse a escribir, una de las dificultades fue armar el índice. Qué es delito de poca envergadura, qué no lo es. A veces pensaba en un delito que me importaba un huevo, pero que sí era de envergadura para otra persona. Entonces me pasé por el mundo un buen tiempo observándolo todo, mirando cada cartel con amenazas, buscando cada posibilidad de caer en cualquier tipo de falta y, en ese sentido, todas son historias reales, porque el índice está hecho de las reglas que nos mantienen a raya.

-¿Cómo vas perfilando a tus personajes?

-Concordemos en que en relatos tan cortos no hay mucho espacio para complejizar personajes. El trabajo que hicimos me lo imagino, curiosamente, desde la ilustración. Elegir un delito, buscar los ámbitos donde se puede romper esa regla, distinguir entre las distintas posibilidades desde donde puede ser contada una misma historia y ahí cerrar los ojos y dibujarlo a pinceladas suficientes como para vislumbrar al personaje en su circunstancia particular. Los personajes de este libro están construidos desde algo más emocional, porque lo que queríamos de ellos era su furia, su reacción.

LA VOZ DEL ILUSTRADOR

Ergas explica que nunca hubo textos pensados sin una ilustración. "Decidimos trabajarlo de manera biautoral, como un relato a dos voces que se complementan. Él es un ilustrador versátil y para este libro dio en el clavo con el tipo de imagen que necesitábamos: el exceso".

Rafael Edwards cuenta por su parte que estaba "expuesto desde niño al arte", que viene de familia, con su abuela pintora y su padre escritor y arquitecto.

-¿Cuándo empezaste a ilustrar?

-Según me han dicho, comencé a dibujar como a los tres años. Dibujaba herramientas humanas: martillos y alicates con cabeza y brazos. Ilustrar es una forma de aplicar el oficio y en eso, creo, comencé como a los 18 años.

-¿Qué es lo que más te gusta del oficio de ilustrador?

-Que se trabaja en conjunto con el texto, se comparte la historia y se cuenta desde diferentes ángulos.

-¿Cómo trabajaste los relatos?

-Creo que ambos teníamos una idea de cómo expresar el tema y estas expresiones eran complementarias. No era el delito en sí, sino la forma de abordarlo, dramatizarlo, cincurvalarlo o evitarlo, lo que nos hacía gracia.

-¿Tu relato favorito?

-Me gusta el del feriante árabe, el del inmigrante centroamericano, el del borrachito incontinente, el de la azafata...

-¿Por qué optaste por esa paleta de colores?

-Podría haber sido blanco y negro, porque para el tipo de representación el color no era un elemento necesario. Mientras menos, mejor. Opté por esa paleta para tener un cromatismo que acentuara el efecto de luz. Partiendo de negro, fui dibujando con blanco, como en los grabados en madera o linóleo.

-¿En qué estás como ilustrador?

-En transición. He dejado atrás la ilustración comercial y me he ido concentrando en el trabajo editorial, ahora abriéndome camino hacia el libro de imágenes, el relato pictórico, especialmente para un público infantil.

"delitos de poca envergadura" es un trabajo que tiene los cuentos de Simón ergas y las ilustraciones de rafael edwards. Este es uno de sus trabajos.

Simón Ergas y Rafael Edwards (ilustrador)

La Pollera Ediciones

184 páginas

$11.000


"Delitos


de poca envergadura"

Por Amelia Carvallo

rafael edwards