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La resurrección del "Chico"Molina, el autor que nunca escribió un libro

Antonio Gil, Ramón Díaz Eterovic y Francisco Véjar evocan la figura de Eduardo Molina Ventura, cuya única y breve obra póstuma, "Del otro lado del espejo", acaba de reeditarse. Considerado como un "cuentero" o un lector hambriento, su editor, José Miguel Ruiz, dice que "no es, en rigor, un trabajador de la palabra".
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"Como dos rayos de sol en días oscuros. Tiene que haber sido verano, porque los recuerdo vestidos de lino blanco y cubiertos con sombreros Montecristi, de esos que ya no hay, tejidos bajo el agua y en noches de luna llena". Con ese estilo recuerda el prosista Antonio Gil la entrada de Eduardo Molina y Jorge Teillier, entrañables amigos, a la Casa del Escritor, a mediados de los años setenta.

Molina siempre andaba impecablemente vestido a partir de un sistema tan fabuloso como su vida literaria, propio del "Barón de Nataniel", uno de sus tantos apodos. Gil recuerda haberlo acompañado a su "enorme casona que se venía abajo y que había heredado en la Avenida Matta. Allí ocupaba una pieza mientras las otras siete u ocho las prestaba a sus ocupantes a cambio de que le dieran de comer y le lavaran la ropa. Los vecinos lo querían y respetaban el trato: siempre andaba bien comido y su atavío era impecable".

A esto hay que sumarle el mecenazgo de Inés del Río de Balmaceda, algo hoy un poco inimaginable, pero propio de un poeta de primera parte del siglo XX. Según narró él mismo, es hijo del precursor de la aviación Eduardo Molina Lavín y de Olga Verdugo, y estudió un puñado de carreras universitarias sin recibirse de ninguna.

Si fuéramos más atrás de lo que podemos pesquisar como testimonio, sobre Eduardo Molina Ventura sobran fuentes escritas: nació en 1913, publicó un largo poema en la revista vanguardista "Total", del poeta Vicente Huidobro, en 1936; lo consideran en la generación del 38, es una influencia fundamental de la generación del 50, dictó el único curso del taller literario Alerce sin relación con un género en la Biblioteca Nacional a finales de los 70 y fue activo en la bohemia literaria hasta mediados de los 80, cuando falleció en Lo Gallardo.

Sin haber escrito jamás un libro y considerado por muchos como un "cuentero" eficaz y un lector hambriento, Molina atraviesa la literatura chilena del siglo XX y más. La reciente edición de "Del otro lado del espejo" (Ediciones Overol), obliga a revisarlo como si fuese una trampa programada para estirar su existencia y lo coloca otra vez en la vitrina.

Molina prefirió ser un clásico intelectual parisino a la deriva de Santiago. Gil narra que Molina "conocía París de memoria, sin haber visitado nunca la ciudad. Calle a calle, y plazuela a plazuela, el poeta se conocía París como su casa. Un buen día los amigos le regalaron un pasaje y plata para alojar. El poeta Molina viajó. Y volvió, muy decepcionado". Otras versiones -porque todo es variable en la vida de Molina- indican que ese viaje lo pagó una mujer conmovida por el conocimiento de París que tenía y que nunca dejó de hablar de ello, ganándose por su afrancesamiento el sobrenombre de "Noble Marquis de Molineux et Venturisnky".

Molina chico

Los locales La Arcadia, El Bosco, El Derby y especialmente La Unión Chica eran las aulas bohemias de Molina, también llamado "El duque del crepúsculo". Lo que no implicaba en caso alguno perder la mente. "Como es bien sabido, tenía la particularidad de encontrar en el vino una rara y poderosa fuente de lucidez, cosa que no hemos vuelto a ver nunca más por estos valles", afirma Gil. Uno de los últimos asiduos a La Unión fue el novelista Ramón Díaz Eterovic: "Lo debo haber conocido en 1982. En esa época, era un sitio frecuentado por poetas y escritores, encabezados por Jorge Teillier y Rolando Cárdenas. Nos juntábamos en la que los mozos llamaban "la mesa de los poetas", y a esa mesa, una o dos veces al mes, llegaba Eduardo Molina Ventura. Al parecer, venía de Lo Gallardo (donde vivía) a cobrar un arriendo y aprovechaba el viaje para reunirse con sus amigos poetas. Por esa época Molina ya era mayor y tenía cierto aspecto de Viejo Pascuero: mejillas bien coloradas y barba blanca. Siempre era muy amable y bueno para contar historias de poetas de todos los ámbitos".

En aquellos escenarios se desarrolla la siguiente anécdota que evoca el creador de la saga del detective Heredia: "Molina se ufanaba de conocer y leer a todos los poetas chilenos. De sus obras, tenía una opinión aparentemente basada en profundas lecturas. Una tarde estábamos en el bar un grupo de poetas, entre ellos Jorge Teillier y Rolando Cárdenas. Bebíamos un vino cuyo nombre en la etiqueta eran un par de apellidos. No los recuerdo ahora. Digamos que el vino se llamaba Pérez Suárez. Sin que Molina se diera cuenta, Jorge Teillier nos muestra la etiqueta del vino y, al mismo tiempo, le dice a Molina algo así como: "Molina, usted ya debe conocer el último libro del poeta Pérez Suárez". Molina guardó silencio un rato y luego se puso a hablar del poeta mencionado por Teillier. Habló por lo menos 20 minutos y sus comentarios eran tan contundentes que cualquiera hubiera creído que hablaba de un poeta de verdad, al que había leído la tarde anterior".

Díaz Eterovic entonces dirigía la revista "La Gota Pura" y Molina más de una vez ofreció traducciones de poetas franceses que, según decía, conservaba en un enorme baúl. Las traducciones nunca llegaron. Pero Molina sí traducía. De hecho, su anécdota más conocida responde a ese oficio literario, como recuerda Gil: "Cuentan por ejemplo que, en un taller que existía en la Biblioteca Nacional, tenía a todos los miembros alucinados con la lectura de una novela que leía por capítulos. Un par de años tardaron en comprender que se trataba de capítulos de Herman Hesse, que él traducía del alemán". Entre los que celebraron su falso hallazgo estaban grandes autores de su época, como Mariano Latorre y Braulio Arenas, hasta que Luis Oyarzún lo descubrió, obteniendo otro apodo: "Patrono de Hesse".

Una obra probable

Menos de 50 páginas exclusivas de obra (son 88 en total) tiene "Del otro lado del espejo", que Ediciones Overol publica basada en una edición anterior, de la década de los noventa: "Eduardo Molina. Un poeta mítico" (1996), a cargo también de José Miguel Ruiz, a quien Molina legó sus cuadernos.

Las primeras 25 páginas son poemas de mediana extensión, algunos de dos líneas y otros que son variaciones del mismo texto. Ruiz explica a Molina: "No era, en rigor, un trabajador de la palabra, sino alguien que experimentaba sensaciones, situaciones poéticas".

La segunda mitad de la obra responde a prosas poéticas, parte de un diario de viaje y textos encontrados en revistas o antologías. Ruiz también halló versiones traducidas de otros autores en los cuadernos. Como su propia obra y la ajena compartían hojas, decidió dejar varias líneas al margen.

Considerado como plagiador por el mencionado capítulo de Hesse, avisan los editores que en los veinte años de brecha entre las publicaciones nadie ha levantado la voz para apropiarse estos textos, cosa que sí sucedió con su presencia en la antología "Nueva York 11", en la que Álvaro Ruiz afirmó un cadáver exquisito de él y otros autores representando al "Petit Hemingway". Difícil resultaría hoy el descubrimiento por el carácter fragmentario de los manuscritos que explican las notas. Por ejemplo, se reproducen las páginas 3 y 4 de un diario de viaje, pero las primeras dos no se encuentran, o hay poemas inéditos e indescifrables en la pérdida de una caligrafía compleja.

El método de variantes de poemas lo compartía con Jorge Teillier, que era volver a comenzar cada poema desechando cotejar las versiones anteriores. Los poemas de dos líneas son valorados por Díaz Eterovic: "Su escritura mínima es una rareza; gotas de agua en el océano. Me gustan algunas imágenes. Sus versos que hablan de cierta fragilidad vital, de lo efímero, pero la verdad es que es tan poco lo que se conoce de sus creaciones que valoro más al personaje que a su obra. He leído algunos de sus poemas siempre con la duda de estar leyendo la obra de otra persona. Creo que la gran obra, las mejores creaciones de Molina, eran sus conversaciones, siempre inagotables, entretenidas. Era un cronista oral".

Asociación de amigos

Francisco Véjar, poeta e investigador clave en la obra de Jorge Teillier, prefiere evitar las anécdotas y hablar sobre la influencia literaria. "Uno de los lectores que tuvo Teillier fue Eduardo Molina. Antes de publicar 'El árbol de la memoria', de 1961, Jorge le mostró los originales que tenía el libro y era tanta la confianza, que si Molina decía que un texto no le gustaba o si se estaba repitiendo, no iba. Y cuando lleva el original de 'Cuando todos se vayan', Molina le dijo: este poema es extraordinario, y le pidió que se lo dedicara". Estar en ese poema, uno de los más sublimes de la literatura chilena, es garantía de eternidad.

Véjar extiende la influencia a otros poetas: "Es Molina el que hace que Barquero descubra la poesía de Saint-John Perse, que escribía de pájaros, vientos y mares. A raíz de ese descubrimiento, aquel autor francés se convierte en una influencia, y como el Nobel francés dejó cartas a Barquero, terminó siendo editado en Francia".

Sin duda, resultaría mucho más amplia una obra que compilara toda la presencia de Molina en la literatura chilena, su lugar mudo y central. Aparece en versos de Anguita, es coprotagonista de una novela en clave de Lafourcade ("Adiós al Füher, 1982"), que no alcanzó a terminar otra dedicada exclusivamente a él, Alfonso Calderón hace un ejercicio de ventriloquía ("Ventura y Desventura de Eduardo Molina", 2008) y recibe una cantidad de semblanzas impresionantes, entre las que destacan las de Hernán Valdés y Hernán Ortega Parada.

Esta convergencia literaria Véjar la explica por la Asociación de Amigos de Eduardo Molina Ventura, con incluso socios en Perú, en la que cada uno tenía el deber de escribir del "Chico" (medía menos de un metro 60), contar las anécdotas y mantener el mito vivo. Este imán se debe para el investigador a "un don angelical, que animó la vida literaria en Chile, cuando la había".

Véjar, eso sí, revela la existencia de un documento que ya había mencionado el poeta Álvaro Ruiz, pero esta vez con la ubicación exacta. Es poco probable recobrar la obra dialógica de Molina con sus contemporáneos, aunque existe un cuaderno de actas de La Unión Chica que aún se conserva en poder de Cristina Wenke, la última mujer de Jorge Teillier. "Molina las dirigía", dice Véjar. Allí hay cosas muy divertidas, amonestaciones: alguien había recibido plata y había desparecido una semana del bar". Probablemente fue la última posibilidad de compartir mesa con el mito.

eduardo molina ventura, el "chico" molina.

Molina y Stella Díaz Varín, destacada poeta de la generación del 50.

Eduardo Molina Ediciones Overol

88 páginas

$8.000


"Del otro lado del espejo"


Poesía en dos líneas

Mi soledad es

Como esta mano blanca llena de sol

Apoyado en una pirca de piedras

Un niño pálido mira Orión las Tres Marías

Los ojos hundidos en las estrellas

Sostiene en su mano una manzana roja

los manuscritos de molina mezclan obras propias y ajenas.

Uno busca vanamente recordarse de los rostros desnudos de los niños de la escuela que han pasado como los calendarios del albergue donde están las sirenas tornasoles tienen gestos eternos y más incomprensibles que las ondulaciones del caballo de mar olas olas en los estúpidos encajes de las espumas en las enaguas de la institutriz. Uno aprende mejor el álgebra negra que el ajedrez de los arlequines giratorios en la punta de un alfiler polar en sombrero de atardeceres marchitos o las palmeras que miran con malignidad creciente las piernas rojas de las niñas que hacen su primera comunión rodeadas de caníbales en palacios de arena a movedizos espejos y plumas de aves del paraíso mientras la luna teme ser devorada por los ratones. Un ramillete de sirenas nubes y olas dejan flotar sus cabelleras enredadas sobre la espumas más negra que blanca de los días. Pero quiere hablar más bien de una máquina trilladora de trigo de mar que golpea con sus manos transparentes según las actitudes sospechosas de un reloj pensativo y mudo por tanta pérdida de tiempo en tanto que este mismo tiempo distribuye por encima de las cabezas no sus horas destinadas a otros trabajos ocultos sino los instantes dorados de la pereza escapados por milagro a la Gran rueda de los castigos que une el día a la noche a la sirena institutriz y la mendiga ciega cuya mano desnuda recibe todo el oro del sol y la miel de la noche.

En la noche invernal

Apoyado contra una pirca de piedras

Un niño contempla el cielo estrellado

Absorto tiene los ojos hundidos

En las lejanas estrellas

Un pálido vaso de leche en la mano

En la noche invernal

Apoyado contra una pirca de piedras

Un niño contempla la Vía Láctea

Absorto tiene los ojos hundidos en las estrellas

Un tibio vaso de leche en la mano

"Como bien es sabido, Molina tenía la particularidad de encontrar en el vino una rara y poderosa fuente de lucidez".

Antonio Gil, escritor

"He leído algunos de

sus poemas (de Molina) siempre con la duda de estar leyendo la obra de otra persona".

Ramón Díaz Eterovic, escritor

"Molina hace que Barquero descubra la poesía de Saint-John Perese, que escribía de pájaros, vientos y mares".

Francisco Véjar, poeta

Extractos del libro "Del otro lado del espejo",

de Eduardo Molina Ventura.