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Thomás Harris: de la catástrofe al refugio

El poeta Thomas Harris acaba de ir a comprar pan al almacén de la esquina. Va justo a la hora en que las marraquetas salen del horno. En la televisión pasan una y otra vez el vuelo del Súpertanker lanzando agua sobre los bosques quemados en el sur. Mientras Chile arde, Harris mastica un poema.
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No es que el autor del emblemático libro Cipango (1992), Thomas Harris, haga poesía de la realidad. Lejos está de eso. O al menos, lejos del "realismo poético". Lo que sucedió en estos días, es que los bosques que eran su refugio en las zonas cercanas a Chiguayante -pueblo del Biobío donde pasó su juventud- se están quemando. Y esa hoguera, al candidato al Premio Nacional de Literatura 2016 y Premio Casa de las Américas le provocó volver al pasado. A una época precisa: los años 80, su territorio poético. En ese tiempo, la tragedia espiritual y la catástrofe nacional se le reiteró en el cuerpo y en el país. Acá, Harris habla de una casa, la casa grande de "Don Armando" que fue su refugio luego de un calvario personal que incluyó fuego en su propia piel. Además, escarba en las cenizas que han inspirado a la literatural chilena. Todo, desde la Biblioteca Nacional, su guarida y centro de operaciones.

-En Cipango: tragedia, ruina, cataclismo espiritual, ¿cuánto desastre es posible traducir a poesía?

-Los textos de Cipango -me remito a lo escrito en Concepción- están impregnados de inundaciones, sobre todo, salidas del río (el Biobío) de su curso. Pero eso era casi una constante allá. Concepción es una ciudad en que cada invierno se inunda, se hace de agua y de barro; todo refracta, todo es reflejo e indeterminación: la lluvia era para mí la catástrofe en Concepción, el agua que lo inundaba todo, los ríos que se salían de su curso. Pero aún con los recuerdos del terremoto del 60, de los que lo vivieron, nada. No lo había incorporado como las lluvias y las inundaciones y los incendios; pero incendios de la mente, urbanos, incendios análogos a las luces de neón, esas cosas. Por eso los terremotos y los incendios Cipango son casi, como decía, una latencia, una inminencia, metáforas.

- ¿Y los terremotos?

- En los años que viví en Concepción, sólo hubo un temblor grado 3, el del 85. Y yo ese día estaba en Santiago visitando a mi mamá. Estaba en una schopería en Los Leones. Íbamos a ir al teatro cuando el piso empezó a moverse. Pensé que había tomado de más, pero era el terremoto del 3 de marzo. Fue grado 7,8 y hubo casi 200 muertos. Se vino abajo todo el casco viejo. Todo crujía, salían columnas de humo por los extremos de la ciudad. Yo pensaba en mis hijos, que ojalá en Concepción hubiese sido leve, que estuvieran bien. Fue el terremoto más intenso que he vivido. Pensé que hasta ahí no más llegaba. "Cosas del destino"- me dije- como el cuento de Isfahan y la muerte.

-¿Qué hiciste después de eso?

-Regresé a Conce, a Chiguayante. Llevaba las imágenes, el sentimiento de muerte, el terror del desastre, el pánico y el dolor. Y ahí, con una experiencia en otra latitud, escribí algunos poemas donde en Concepción temblaba y todo era catástrofe y destrucción: están en Cipango. Pero mis poemas no son "realistas" si hay un poema "realista". Son entre surreales, oníricos , proféticos. Algo así como un estado de la mente, del espíritu.

-¿Por qué el refugio ante la catástrofe es el bar, el Llanquihue, el Nuria. ¿Qué abrigo hay allí?

-El bar es un lugar mágico, como la isla de Lost, donde todo puede pasar: cumplirse tus deseos imposible, enamorarte de alguien improbable, donde el tiempo puede avanzar y retroceder a gusto del bar. Todo bar es una isla. Los muertos pueden regresar a la vida, porque el alcohol y el vino todo lo restaña. Ahora, hubo un bar o fuente de soda en Concepción, a la que solía acudir, que tenía el look de un bar de una película de David Lynch. Era El Llanquihue, donde se iban las putas de Orompello cuando llegaban los marinos gringos de la operación "Unitas". Ese bar se incendió de verdad, fue una catástrofe urbana.

-Descríbeme una escena de refugio humano, tuyo.

-La cabaña que quedaba en el puente 7 de mi amigo Gerardo Pierart. Fue mi último año en Concepción, yo había quedado cesante, había atentado contra mi cuerpo (lo peor) y mi amigo me ofreció esa cabaña donde ahora los alrededores arden. Su cabaña ya no existía cuando vino este incendio, pasó el camino nuevo, el alternativo a los puentes y la arrasaron las forestales. Es mi paraíso perdido: donde regreso en duermevela o en sueños o en unos cuentos o poemas.

-¿Qué arde cuando arde tu refugio?

-Un espacio que te salvaguarda, camino a Bulnes. Pero es un espacio mental y el fuego no puede nada contra él: permanece ahí, aún, en mis noches de angustia e insomnio, tal como cuando pasé dos meses en esa cabaña: con sus hualles, su río con piedras de huevo, con la noche inmensa, llena de estrellas como un guiño divino. Parte de mí todavía continúa en esa cabaña, porque fue un paraíso y los paraísos personales son indestructibles.

La caja maldita

-¿Cuánto horror real es posible consumir cada noche, en cada noticiero central?

-Demasiado. Más que una película de terror. Desde el terremoto del 27/F hasta este incendio que consume casi todo Chile. La verdad es que quedarse pegado frente a la TV hace mal a la mente. Es cierto, no hay que cerrar los ojos, pero mirar mucho a ese sol maldito te puede enceguecer.

-Dime una noticia del incendio que mandarías a enterrar para el futuro.

-Todas, creo, pero sobre todo ver arder Hualqui, Chiguayante, los cerros donde íbamos a hacer excursiones con mis amigos cuando era adolescente, ver arder uno de mis momentos más felices e inocentes: la adolescencia.

-Qué has visto. Qué has leído, qué te han contado del Gran Incendio.

-Una cosa muy parecida al infierno. Y ciertas teorías conspirativas. Ahí no sé qué opinar, porque sin pruebas... y si fuera cierto sería terrible, peor que la locura de Trump en USA. Lo que me "fascina" (negativamente) son las historias de pirómanos. Lo encuentro casi de cuento o película de terror, una psicopatía muy extraña, que sólo encontrarán explicación en los sicólogos. Algo muy, pero muy inquietante del comportamiento humano.

-¿Cómo han influido los desastres naturales en la literatura chilena?

-Sin duda Neruda, en el "Canto General de Chile" tiene poemas notables al respecto. Porque, claro, ese libro es muy abarcador y sin duda con la mirada nerudiana nada de los desastres de nuestra patria se le podían escapar. Algo hay en Zurita, que lo emula. En los orígenes de nuestras letras, está "La histórica relación del Reyno de Chile" del padre Alonso Ovalle; "Temporal" de Nicanor Parra no se queda corto y hay un fragmento notable de Gonzalo Millán, sobre los terremotos en Chile, en "La Ciudad"¸ y en uno de los últimos capítulos de "Todas esas muertes" de Carlos Droguett narra el terremoto de Valparaíso de 1906, un extraño encuentro entre Dubois y el poeta Carlos Pezoa Véliz. El mismo poema de Carlos Pezoa Véliz, "Tarde en el hospital", ¿no es la agonía del mismo poeta víctima del terremoto de Valparaíso de 1906? O la inquietante crónica de Joaquín Edwards Bello: "El enigma de Valparaíso". Bueno, hay tanto, pero no lo suficiente creo yo sobre Chile y sus "desastres naturales" en literatura. Siendo un país como somos telúrico y trágico, y no lo digo en tono de ironía, hay más obras de desastres naturales en el cine norteamericano que en nuestra literatura.

-Qué buena lista para leer.

También están los naturalistas europeos, Charles Darwin sobre todo. Y ese curioso texto de Heinrich Von Kleist, "El terremoto de Chile" ¿lo has leído?

-No, pero lo buscaré. A propósito, ¿qué hacen los poetas cuando se quema Chile ?

-Lo mismo que todo ciudadano, lo que esté a su alcance: por ejemplo, llamar a los amigos. Y claro, escribir es inevitable. Ver televisión como respuesta es un acto necesario para informarse. Ya estamos viejos para ir con palas y picos a hacer cortafuegos. Y en estos casos, la verdad es que un poema es un acto casi fallido.

-¿Probaste el helado Supertanker que Fruna bautizó a propósito del avión?

-Se agradece la solidaridad mundial, ya sea norteamericana, rusa o la que sea, pero obvio que no voy a andar comprando helados para paliar la desgracia. Lo que pasa es que en Chile a veces el sentido del humor se confunde con la tontería.

-¿Qué hacías cuando el humo del sur se vino a Santiago?

-Veía la seria "Lost" en Netflix. No la había visto y este verano decidí darle una oportunidad. Y qué serie. Es sobre catástrofes naturales, humanas, sobrenaturales y familiares. Una duda física, metafísica y mental sobre lo que nos pasa. Fue un "monstruo" de humo sobre Santiago ¿qué más pertinente?

-Descríbeme tu peor momento en una tragedia.

-El 27/F estuve sin televisión, sin internet, sin teléfono: no sabía nada de mis hijos ni amigos de Concepción. Cuando volvió la señal de la televisión lo primero que mostraron de Concepción fue el puente viejo del Biobío derrumbado sobre el lecho del río. Hacía un mes que había descrito esa escena con lápiz. Estuve como seis meses sin escribir una palabra. Y casi sin decirla.

-¿Qué has escrito en papel o en tu cabeza en estos días?

-"ROA" (ver recuadro), para publicarlo en Facebook, a ver si algún amigo lo leía y le hacía sentido. Ahora escribo sobre la muerte de mi madre y el duelo. Sobre el sentido de la orfandad. Y el perdón. Una catarsis necesaria a mis años.