Los bailes religiosos fueron la intención de oración en el primer día de la Fiesta de La Candelaria de Copiapó. Las celebraciones matutinas congregaron a gran cantidad de feligreses que llegaron desde temprano al Santuario de Copiapó. Por la tarde, en la novena se rezó el rosario y luego, el obispo, monseñor Celestino Aós, comentó un fragmento del documento del Papa "Amoris laetitia", sobre el amor en la familia.
Los bailes: una bendición
Sobre los bailes religiosos que ponen vida a la fiesta, el obispo destacó el rol de quienes deciden mostrar su fe a través de esa vía: "Bailan para la Virgen y a través de ella, para Jesucristo". Agregó que "pertenecer a un baile es un modo de vivir la vida cristiana, es un camino para hacerse santos, camino de crecimiento espiritual y unificación con Cristo", por eso llamó a sus integrantes a "amar cada vez más al baile para amar más a la iglesia". Además invitó a la asamblea reunida en el patio del Santuario a "dar gracias a Dios por tantas hermanas y hermanos de los bailes, son una bendición para nuestra iglesia".
Una profesión de fe
La misa de la tarde comenzó con la invitación del Obispo a tener presente en las oraciones a los que sufren las consecuencias de las catástrofes que han sucedido en los últimos días, como son los aluviones al interior de Alto de Carmen y los incendios en el sur del país.
En su homilía, don Celestino dijo que quien baila para la Virgen, para Dios, "está haciendo una profesión de fe, baila por esos hermanos que participan en la procesión y tal vez por quienes se quedan mirando". Destacó que la danza exige sacrificio, disciplina y coordinación, y una convivencia respetuosa.
El Obispo también dijo que al ver a un danzante "estamos mirando en ese hombre y mujer a alguien que tiene fe y que está ahí porque cree y porque quiere; que seamos una luz para nuestras familias y para este Chile que tanto necesita de la luz de los verdaderos valores del respeto a la vida y la familia en estos momentos."
Después de la misa, tuvo lugar el Traslado del Cristo, que es la imagen de Cristo crucificado, que se ubica en el altar por medio de una breve procesión por el patio del Santuario, rezando por las mujeres, los hombres, los jóvenes y los niños.