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Ahí estaba… (Java)

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Estaba sentado en el puesto del enjuiciado, nunca pensó hallarse en esa posición después de tantos años escabulléndose de la ley, pero ahí estaba. Roberto Escobar, uno de los traficantes más peligrosos, despiadados y poderosos de Chile. Entre el público del tribunal estaba su capturador, el agente Felipe Salazar miembro de la institución PDI, apreciando con orgullo al juez dictando la condena. Todo comenzó en el año 2013, cuando el agente había ingresado recientemente a la Institución. Él iba decidido a capturar a ese hombre, dedicando todo el tiempo a planear cómo y dónde podría encontrarlo, siguiendo su paso muy de cerca. Estaba empeñado en hacerlo, ya que deseaba justicia por todos los crímenes cometidos. Después de tres meses, el agente decidió dar el golpe seguido por un gran escuadrón de la PDI. Fue un día lunes a las cinco de la tarde. Llegaron de encubierto a un bar frecuentado por el hombre. Se hicieron pasar por meseros, cajeros y clientes; esperando atentos a la llegada del objetivo. Cerca de las ocho de la noche entró por la puerta principal seguido con toda su pandilla, todos armados, tenían una cara de no temerle a nada ni a la muerte misma, dispuestos a todo. Se sentaron, se pusieron cómodos y pidieron. El mesero que le llevaba los tragos era el agente Felipe, cuando comenzó a caminar sabía que empezaría el infierno, todos atentos y listos para enfrentar a Roberto. Dos pasos por llegar, los dos levantaron la cabeza, se miraron fijamente, se reconocieron al instante y se desató la furia. El agente le tiró los vasos a la cara. Todos sacaron sus armas. Solo se veían las luces de los disparos. Se escuchaban las órdenes del agente que gritó - "Adelante"- . Cuando por fin cesaron los disparos y el humo se esparció, los de la PDI todos en silencio y con emociones confundidas, entre alegría y nostalgia, miraron a la pandilla tirada en el piso cada uno de ellos muertos. Solo quedaba uno en pie, el más importante y buscado, no le quedaba otra que entregarse. Era su fin. Nunca hablaron, ni de camino a la Institución, ni siquiera en el interrogatorio. No serviría de nada, el único deseo del agente era verlo tras las rejas. Y ahí estaba el tribunal, el traficante esperando su condena, y el agente satisfecho, mirando a su amigo de infancia pensando que hubiera sido de él, si no hubiera escogido ese camino, como el que negó ser parte de su pandilla.*