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El Hijo del Sol

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Claudia Latorre

Este será un buen verano, deseo pasear tranquilo entre la gente que me desconoce. Subir por sólidos arenales y perderme en el desierto de Atacama.

Sin dudarlo voy por desiertos calientes hundiendo mis pasos para lanzarme sobre mi tabla de sandboard por una de las dunas más grandes de Sudamérica, el Medanoso. Vamos lento en subida "seguramente demoraremos 40 segundos en bajar", dicen riendo y disfrutando del paisaje mis amigos, esos locos que conocí hace 10 años y con los que hoy vivimos el deporte extremo en este sólido paisaje explotado por el turismo regional.

Al fin llegamos a la cima y disfrutamos del árido paisaje. Sumerjo mis pies en la arena, con el claro objetivo de encontrar la humedad en este vacío infinito. Carlos ríe "¡qué locura estar acá!". Marcos irónico le responde "shúper loco hombre, ¿y quién se lanza primero?". Sin dudarlo me levanto sobre la tabla he intento equilibrarme, observo el interminable arenal y los granitos de arena que se introducen en mis oídos "bien, yo voy primero", les digo seguro.

Me lanzo, la suave arena rompe caminos imaginarios mientras desciendo, escucho los gritos de mis amigos y la adrenalina me empuja a acelerar. Entre zigzagueos y saltos destello mis conocimientos sobre la tabla, pero con desconcierto me encuentro en el camino con un enorme "embudo", de esos que solo aparecen en este desierto y se mimetizan con perversidad poniendo a prueba la experiencia del sandboard. Me veo obligado a bajar sin poder detenerme, podría lamentar las consecuencias. Continúo, y de pronto una bola de arena me encierra hasta perderme de la ruta y caer desorientado en el epicentro del embudo. Un sol enceguecedor no me deja ver donde estoy, desprendo los pies de las fijaciones de la tabla y me quito algo de arena. Luego cae a mi lado otro de mis amigos "ah!!!" grita violentamente. Es Carlos. "¿Carlos?, ¡hey!, ¿estás bien?" le pregunto dudando de su estado. "me hundo", dice Carlos tapado de arena. "Toma mi tabla y afírmate bien". Poco a poco logro sacarlo de un agujero. Luego que nos reponemos investigamos ese curioso sector.

El sol se esconde y no sabemos nada de nuestros amigos. Luego de recorrer y sacar un poco de arena encontramos un rígido cuerpo humano. Nos asustamos y aceleradamente sacamos arena intentando salvar algo, no sabíamos que era, no asimilábamos el descubrimiento, hasta que de pronto nos detenemos observando a un pequeño momificado y rodeado de cacerolas con brillantes objetos. "¡No lo saquemos de su lugar!", me dice Carlos con tono asustado y apresurado. La verdad, yo no pensaba sacarlo, debe ser su hogar, o algún niño que vivió hace años cerca de esta zona. Nos sentamos rodeándolo, con pasibilidad nos quedamos en silencio, quizás pensando en lo que le pudo ocurrir, en su familia y la dura muerte que le pudo suceder. Carlos no ha comentado nada hace media hora, y yo tampoco. Poco a poco el cielo se vuelve gris y las estrellas florecen sobre nuestras cabezas. Una luna encandilante ilumina las duras pestañas del pequeño. Sus labios gruesos están presionados, y su cabello tieso ignora el viento. Que dulce rostro es el que nos ha obsequiado el desierto, que hermosas vestimentas y decoraciones mágicas son las que podemos ver. El viento se torna más rudo y la arena intenta encapucharnos, ligeramente Carlos me toma la mano para que salgamos, abandonamos nuestras tablas viendo hacia atrás al pequeño descubierto. Carlos regresa y la tabla la utiliza como pala intentando tapar al pequeño. Me devuelvo para ayudar, con dificultad lo tapamos, y nos vamos hasta llegar a la cima, con el temor de quedar enterrados junto al pequeño. Por un momento pensé que moriríamos en ese lugar. Es de noche, solo la luna nos alumbra el camino. A medida que avanzamos hundiendo nuestras piernas en la arena comentamos lo que vimos.

"¡Cristian!, ¡Carlos!", escuchamos las voces de Marcos, Diego y Javier. Nos abrazamos con Carlos en medio del vacío riéndonos felices de nuestros fieles compañeros. Comenzamos a gritar "¡Acá!, ¡estamos bien!". Solo el viento se oye y las voces desaparecen. Corremos inútilmente intentando avanzar, pero nada… no hay nadie y caemos rendidos sobre la arena. "Cristian… amigo… deberíamos quedarnos acá hasta mañana…" dice Carlos desorientado. No le contesto, solo me encuentro recostado de espalda mirando la apacible noche. "Hay estrellas que jamás había percibido", le digo a Carlos hasta cerrar los ojos de dormido.

El sol y unos pequeños insectos con raros sonidos me despiertan. Veo a Carlos aún dormido, lo despierto con bruscos empujones. Me levanto y al notar que aún estamos en el embudo "¡Carlos!, toma la tabla y vámonos. Las tablas están acá, ¡Carlos!". Mi amigo con dificultad se levanta sin entender dónde estamos. "¡Mira! El niño, el niño está jugando…" dice Carlos apuntando con su dedo sobre mi espalda. La inocente mirada y tierna sonrisa del pequeño me produce mágicos estados. Con elevaciones espirituales nos vamos del sector.

Han pasado unos minutos desde que vimos al hijo del sol sonreírnos e indicarnos por donde deberíamos ir. Encantados y alucinados nos largamos. Luego de unos kilómetros recorridos vemos siluetas de personas, ya no sabemos si son alucinaciones del desierto o nuestros amigos. Caemos sin fuerzas y pensando que un par de jotes disfrutarán de nuestro estado.

Hasta hoy no le hemos contado a nadie, siempre visitamos el sector llevando botellas de aguas que hundimos en ese religioso lugar, quizás esperando algún día volver a encontrar al hijo del sol que nos salvó la vida.

Nos despertamos sobre suaves sabanas, ya no intentando despojarnos de ellas. "fue duro el golpe Cristian y Carlos", dice Marcos con una sonrisa. Levanto un poco mi cabeza y veo a Carlos observándome asustado. "Están bien, ambos están bien…" dice Marcos. "¿Qué hora es?, ¿Dónde estamos?" Le consulto aterrado. "Tranquilo, estás donde los cuidan lindas enfermeras, pensamos que no saldrían de ésta. Han pasado 15 días amigos, se golpearon duro sobre la arena". Confundido me silencio pensando en lo que vimos en el Medanoso. Carlos hace lo mismo. "Los encontramos abrazados a las tablas, si no fuera por ese niño que estaba con su familia haciendo un picnic en el Medanoso, jamás los hubiéramos hallado", "¿qué niño?", le pregunto desconfiado. "Un pequeño que estaba disfrazado de diaguita, se veían tan felices, que recuerdos tendrá ese niño cuando sea grande. Eran muy amables, gracias a ellos ustedes, par de giles, sobrevivieron". Carlos me mira asustado, pero ambos sin decir nada nos silenciamos pensando en el pequeño momificado y lo que pudo o no pudo ser real en ese árido lugar.