Entre los prohombres de la historia de Atacama se destaca un distinguido ciudadano que se identificó con nuestra tierra y cuya relevante obra trasciende en el tiempo. Me refiero a don José Victorino Lastarria, quien se distinguió con luces propias en la política, en la educación, en la literatura, en el servicio público y privado en el país. Hoy lo evocamos con fervor cuando se aproxima la celebración de los 130 años de la fundación de la Academia Chilena de la Lengua, prestigiosa entidad nacional donde se desempeñó como su primer director en 1885.

Haciendo un epítome de su trayectoria y compromiso con la entonces provincia de Atacama, podemos recordar varios hitos. El más significativo, desde mi modesta apreciación, fue el Proyecto de Ley de Colonización del Desierto de Atacama, presentado en sesión del Congreso en agosto de 1876, en el que propuso la creación de dos nuevos departamentos en el territorio norte de la Provincia de Atacama. Esta plausible iniciativa propendía a fomentar la industria, el comercio y el poblamiento en el desierto, es decir, hacer patria republicana en el despreciado Despoblado.

Seguramente en el acto solemne en el que participarán las más altas autoridades del país, se le dará énfasis a su importante rol en el ámbito de la educación y la cultura, sin obviar sus lazos con nuestra región. Lastarria arribó a Copiapó en 1851, incursionando en la minería, en la abogacía y el periodismo. Trabajó minas en "Chañarcillo" y en "Tres Puntas". En 1853 es elegido Diputado por los departamentos de Caldera y Copiapó, y en la década de 1870 estuvo en el mineral de "La Florida" en Chañaral, puerto donde una calle llevó su nombre en 1878 y que se conserva hasta el día de hoy. En ese mismo año, su libro "Recuerdos Literarios" se lo dedicó al minero chañaralino Federico Varela, quien le financió su inmortal obra.

José Victorino Lastarria, fundador de la Academia de Bellas Artes, Ministro del Interior, precursor y promotor de una original literatura nacional, escribió el "Elogio al Cateador", bella pieza literaria que merece ser difundida en un diario. Este auténtico servidor público inmortalizado en un poema de Rubén Darío, tendrá un justo homenaje en el aniversario de la Academia Chilena de la Lengua.

Omar Monroy

Escritor

Los atacameños y el resto de los chilenos, al parecer, tenemos memoria de corto alcance. Esta aseveración sirve para explicar algunas consideraciones referentes al evidente olvido en que quedan sumidos los discapacitados cuando no hay Teletón, y sólo es cosa de comprobarlo en el diario vivir.

El concepto de discapacidad es genérico y abarca desde la condición física, sensorial, mental, intelectual y siquiátrica que limita ciertas actividades para desarrollarlas con normalidad, lo que muchas veces se transforma en un verdadero calvario para sus protagonistas, quienes deben lidiar con una serie de impedimentos urbanos y de la poca colaboración de la comunidad.

Hay que observar lo que pasa en las calles de la ciudad, donde no se respetan los paraderos habilitados para ellos, abundan los vehículos sobre las aceras, las arterias están en mal estado, hay una serie de obstáculos que impiden un normal desplazamiento y también está la escasa voluntad de muchos atacameños por ayudar en este tema.

Según datos entregados por el último Censo de 2012, en Chile viven más de 2,5 millones de personas con algún grado de discapacidad.

Si bien la Teletón ha logrado avances sustanciales en la calidad de vida de los discapacitados, es claro que aún falta cambiar la mentalidad y aplicar una ecuación que debería ser una consigna: ponerse en el lugar del otro.

Quizás uno de los mayores dolores de cabeza está en el transporte público, donde los discapacitados viven en carne propia las dificultades para su traslado por diferentes puntos de la capital regional.

¿Qué hacer para remediar esta situación? Una vez más la educación asoma como la única forma para revertir este problema y ser respetuosos de nuestros semejantes, quienes exigen una cultura de mayor inclusión. Sólo así será posible cambiar el actual panorama y, lo más importante, ponerse en el lugar del otro.

Cuando logremos eso, estaremos dando un gran paso para nosotros mismos y el de los demás.