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El cuento de la sandía y la OCDE

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La productividad laboral en Chile es la mitad que el promedio de la OCDE. Hace 25 años que no llegamos a tener un crecimiento en productividad superior al 1%, mientras que en Asia es más que el doble hace ya lustros. Se pueden entregar cifras de estudios que avalan esta realidad y que tiene variadas causas. Sin embargo, es interesante ver lo que dice la "sociología de la calle" para entender casuísticamente lo que nos aqueja en nuestro folklore en las relaciones laborales y productivas. Para ello, el cuento de la sandía.

Hace poco compré una sandía en un supermercado, pero desgraciadamente no salió en buen estado. Concurrí el mismo día para su correspondiente devolución y se me ofreció incluso reembolsar el doble de su valor. Para hacer efectiva esta interesante garantía primero hubo que entregar el recibo y, por cierto, la sandía.

En una primera instancia ésta fue detenidamente inspeccionada por dos personas en el mesón post venta. Luego por la técnico en alimentos, convocada para estos efectos por altoparlante.

Confirmado ya por tres personas el estado de nuestra sandía, se procedió a completar dos formularios con sus respectivas fotocopias, donde junto a los datos del todavía dueño, se especificaron sus nobles motivos. Fotos no se solicitó, pero sí la firma del superior inmediato, que para estos efectos estaba ocupada en otro trámite. Ya habían transcurrido 22 minutos.

Concluida esta operación se procedió a emitir un cupón para devolución del dinero. Curiosamente no apareció el doble del valor prometido y ello obligó a consultar a otro superior, quien no logró solucionar el enigma, pero que la cajera iba ciertamente resolver. 31 minutos. Llegado mi turno la cajera comprueba que el sistema no detectó la devolución y se me sugiere un cambio por dos sandías. No necesitado de ello, generé ciertamente un impasse sistémico, que obligó a otros clientes a cambiarse de caja. 39 minutos. Hubo que llamar al gerente. "¡Un gerente para una sandía!", exclamé. 7 minutos después el gentil gerente firmó un pequeño papelillo que debía servir como crédito en otra compra.

Cuarenta y seis minutos de trámites, seis empleados involucrados y un gerente autorizando la operación. El pago del estacionamiento no fue devuelto. Una sandía de ejemplo de por qué somos el penúltimo país en productividad de la OCDE.

La lucha contra la delincuencia

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A fines del año recién pasado se informó sobre el caso de unos reos que se escaparon porque un funcionario extravió las llaves de las esposas. También se difundió la situación de detectives de la PDI que fueron encerrados por encapuchados para recibir un ataque con bombas Molotov. También han sido frecuentes los estallidos de cajeros automáticos y las denuncias de que reos operan desde las cárceles usando celulares para realizar estafas, e incluso dirigir bandas.

No cabe duda que la delincuencia es cada vez más sofisticada y que va utilizando metodologías más osadas, que ya no sorprenden a la ciudadanía. El mismo hecho de que BancoEstado haya comenzado a instalar cajeros automáticos dentro de los recintos de comisarías de Carabineros es, pese a las explicaciones que se den, un reconocimiento de que ya no es posible garantizar la inviolabilidad de esos aparatos.

Lamentablemente, durante los últimos meses hay indicios de que el combate a la delincuencia se hace más difícil y que el sistema investigativo logra pocos avances. Basta recordar el asalto a un camión blindado en el aeropuerto de la capital o los atentados explosivos.

Se han alzado voces para expresar preocupación porque en algunos casos se realicen detenciones ciudadanas o la creación de autodefensas, tomando la justicia en sus manos, como se ha visto en otros países.

Hace unas semanas se conoció el caso de la detención de un joven tras cometer un robo y su posterior exhibición -desnudo y envuelto en papel plástico- en pleno centro de Santiago. La sensación que tiene la comunidad es que la policía está atada de manos, que a través de los años se le han restado atribuciones y que más bien se piensa en los derechos de los delincuentes que de las víctimas.

Las autoridades deben entender que la organización delictual es cada vez más sofisticada, se aprovecha de los vacíos o las debilidades de la legislación y de que las sanciones -como en el caso de robos de cajeros- son mínimas, lo que puede ser incluso un incentivo para el delito.