Las fuertes alzas de los combustibles en el último tiempo ponen de nuevo de relieve que los mecanismos de estabilización de precios que se han ideado por décadas no resuelven los abultados incrementos de esos productos y llaman a reflexionar respecto de la persistencia del impuesto específico. Este tributo ha tenido la capacidad de mantenerse por casi tres décadas, a pesar de haber sido creado como una medida transitoria para reparar las obras públicas luego del terremoto de 1985 en la zona central. Nació como una forma de llamar a los chilenos a un acto solidario de colaboración con el Estado, con el fin de que los organismos fiscales enfrentaran la reparación y reconstrucción de puentes y carreteras. Sin embargo, con el correr de los años perdió su razón de ser, cuando se instituyó el sistema de construcción de caminos mediante concesiones, es decir, financiados por privados, que recuperan su inversión desde el momento en que se les autoriza a cobrar peajes por el paso de vehículos.
Los impuestos específicos ya no tienen justificación. Hay que considerar que los automovilistas y transportistas pagan peajes por pasar por las carreteras entregadas a la administración de privados, y además pagarle al Estado por reconstrucciones que no hará. En momentos en que el lucro en el sector privado ha sido puesto en tela de juicio, parece impresentable que sea precisamente el Estado el que lucre con tributos a los combustibles.
Este mecanismo resulta ser una buena prueba del error de los legisladores de crear impuestos que no cesen de inmediato junto con la razón para la que se crearon y es bueno tenerlo en cuenta en momentos en que se plantea una nueva reforma tributaria.
Hoy, muchos economistas concuerdan en que los impuestos específicos han tenido un efecto perverso que contribuyen a empobrecer a los chilenos. Resulta irracional hacer pagar doblemente a todo el país las subidas internacionales del petróleo, considerando que más de la mitad de los precios que los chilenos pagan por las gasolinas corresponden a impuestos.