Hace unos días, un hincha, durante el partido entre el Villarreal frente al FC Barcelona, en el estadio El Madrigal, lanzó una banana en una manifestación notoriamente racista. El jugador Daniel Alves (Dani Alves) respondió la agresión recogiendo la fruta y comiéndola. Así nació un movimiento de apoyo al jugador, por medio de las redes sociales, con el hahstag #somostodosmacacos, originalmente ideada por Neymar, donde muchas personalidades aparecen en selfies comiendo una porción de plátano.
En derecho, la acción perpetrada por el hincha es modernamente denominada como discurso del odio o hate speech. El discurso del odio es conocido como cualquier tipo de manifestación que desacredite a una persona o grupo por sus características, sea de raza, género, etnia, nacionalidad, religión u orientación sexual. La simbología violenta, cuando conlleve mensajes intimidatorios, no se encuentra amparada por la libertad de expresión. En el ejercicio de la libertad de manifestación, el individuo no puede ofender la dignidad humana constitucionalmente garantizada.
Es curioso notar que en el mundo globalizado todavía tenemos actitudes como ésta. Como si el sueño nazi de una raza pura pudiera ser factible. No distante de la realidad nacional, en Chile se continúa perpetrando discursos del odio frente al diferente, comúnmente asociado a los inmigrantes, y especialmente motivado por la nacionalidad de los ciudadanos de nuestros países vecinos. Creemos falsamente, que ellos son más indígenas que nosotros, y por lo tanto merecemos una posición privilegiada que aquella atribuida a ellos. ¿Somos mejores que aquel que tiró la banana? No lo creo.
La defensa a este tipo de acoso social no es fácil, a pesar de que la legislación chilena ofrece, dentro de nuestro contexto, varios recursos legales para ello, como lo son la acción de protección, la acción de no discriminación arbitraria y el derecho a exigir las indemnizaciones correspondientes. Sin embargo, la mejor defensa es el reconocimiento social de que nuestra genética es multirracial y nuestra formación multicultural, dejando el esnobismo de lo "blanco" y lo "rubio", pretencioso de ancestros europeos. No existen blancos, no existen negros, no existen indígenas. Lo que existe son personas. Todos blancos, todos indígenas, todos macacos.