Un niño educado por papás serenos y afectivos, provocará en su interior armonía emocional.
Macarena y Alonso estaban ansiosos, esperaban con entusiasmo e ilimitado amor su primer hijo y los últimos meses de embarazo habían dedicado cada instante a preparar todo lo relacionado con la llegada del bebe. Aquella tarde de sábado la joven mujer comenzó a sentir fuertes contracciones, hablaron con el médico y partieron a la clínica. Ya en el pabellón de parto y autorizado el futuro padre para grabar tan increíble momento, se inició el trayecto a la vida. Ahí en medio de espasmos, quejidos y diversas emociones Diego comenzó a sentirse muy mal, tenía frio, no podía sostener la cámara entre sus manos húmedas, sudorosas y sin darse cuenta cayó ruidosamente desmayado al suelo.
Grande fue la impresión del hombre al recuperarse cuando vio que su mujer tenía al primogénito en brazos y en lugar de ser dos los que lloraban, pasaron a ser tres…
Una historia queridos amigos lectores: real, sublime, eterna, la paternidad donde el ser humano se reinventa minuto a minuto, comenzando padre y madre a valorar lo esencial de la vida, siendo en lo íntimo la donación lo más urgente y prioritario a la hora de las decisiones y de la prueba. Ambos cuidan con devoción a esa personita pequeña, frágil e indefensa, revitalizándoseles el alma con su presencia. Un sinfín de sentimientos afloran, se entremezclan y permanentemente crece la paciencia de igual forma que aumentan las noches en vela, el cansancio y por qué no decirlo, una rutina que al pasar de los días se vuelve natural…
"La maternidad tiene el don de ir siempre un poco más allá de los límites y es capaz de adentrarse con talento en lo imposible".
Los padres primerizos están muy abiertos a superar angustias, agotamiento y a renovar con talento la capacidad de soportar cada desafío con una inagotable generosidad, conmovedora para el mundo. Cuando nace un hijo, no existe ninguna posibilidad de retroceder, por el contrario hay que avanzar sin escalas y en este tránsito brotan indudablemente tropiezos, caídas, sollozos, alegrías estruendosas e incomprensibles penas, sensaciones que permiten saborear las jornadas de felicidad. Un niño educado por papás serenos y afectivos, provocará en su interior una armonía emocional que al mundo asombra.