El verano se caracteriza por el desarrollo de festivales en diferentes puntos del país, cada uno con su particular origen.
Uno de los desafíos de estos eventos es mantener el patrimonio y las tradiciones que los vieron nacer, aún con el negocio televisivo que hoy se asocia y se hace cargo de ellos.
Cuando el verano inicia lentamente su retirada, en la retina de millones de chilenos, a lo largo del país, van quedando los festivales que se realizaron en los más diversos y hasta recónditos lugares de Chile, algunos de los cuales mantienen su existencia silenciosa y comunitaria, de la mano de pequeños pueblos y de tradiciones que son las que al final les dieron la vida.
La región de Atacama no se ha quedado atrás con este tipo de eventos que animan la temporada estival y ofrecen espacios no sólo para los artistas locales, sino que disponen de escenarios para grupos y cantantes nacionales y hasta internacionales.
El Festival del velero, del Camarón, del Higo, el del Sol y La Tierra realizado en Tierra Amarilla, el del Faro del Faro del Milenio, son algunos de los eventos entrañables que hasta hoy se realizan en nuestra región. Cómo olvidar también al festival de Caldera, que incluso llegó a ser transmitido por televisión, en uno de los primeros intentos por descentralizar este tipo de espectáculos veraniegos que innegablemente tienen su principal referente en Viña del Mar.
La sustentabilidad en el tiempo se transforma así en uno de los grandes desafíos de los festivales comunales, que tienen en los municipios sus principales impulsores. Esta necesidad de proyectar y hacer crecer los festivales ha estado encontrando un aliado en la televisión, la que tal como en el intento con Caldera, está visibilizando estos eventos locales para todo un país, e incluso, al mundo.
Sin embargo, ante la potente presencia de la televisión, los festivales locales mantienen un desafío importante: el poder conservar sus tradiciones, su calidad de evento local y los espacios que se entregan a los artistas y voces de las comunas que los acogen. La encrucijada es convertir a los festivales en un espectáculos televisivo y un negocio que reporte recursos importantes, o privilegiar un patrimonio artístico, propio de las comunas. Una encrucijada que plantea el desafío de hacer confluir ambas condiciones, planteando así una apuesta por lo mejor de las tradiciones y lo más potente de un espectáculo.