Con las tradicionales novenas y misas, la Parroquia San Vicente de Paul de Caldera, desarrolló el programa de la festividad de la Candelaria, en la comuna balneario de Caldera. El calendario se prolongó hasta el ayer y consideró la participación de la comunidad religiosa del puerto, además de las agrupaciones y cofradías de bailes religiosos de Caldera y de otras ciudades de la región. Durante una semana los católicos estuvieron desarrollando diversas actividades de tipo religioso que incluyo la tradicional procesión a la gruta del Padre Negro y al Cementerio porteño.
Según la historia, la Fiesta de la Candelaria en Caldera fue instaurada por el Padre Negro; por esto la procesión solemne se hace hasta el cementerio del puerto en una forma de recordar a quién entregó esta celebración. Participan bailes religiosos de la comuna y de otras localidades. En cada una de las actividades la Comunidad Parroquial participa activamente organizándolas y comunicándolas a la comunidad en general de Caldera, todo esto bajo la supervisión del Cura presbítero Juan Barraza Maldonado, la concurrencia es masiva, tanto por los residentes, como por los turistas de la época.
La virgen de la Candelaria ha contado desde siglos con el incondicional sentimiento de agradecimiento y fe de parte de los pobladores de la región y de otras ciudades del país.
Según narra la tradición, que fue en el verano de 1780, Mariano Caro Inca, vecino del pueblo de San Fernando, regresaba de la Cordillera cuando una tormenta lo obligó a refugiarse en unos peñascales. Estaba a la orilla del Salar de Maricunga y allí encuentra una piedra plana, grabada, de unos catorce centímetros de alto, con la imagen de la Virgen llevando en brazos al Niño. Caro Inca, lleno de respetuoso fervor, tomó la imagen entre sus manos, llamó a sus compañeros para participarles del hallazgo y luego de colocarla cuidadosamente en la alforja de su mulo, siguieron el camino. El 02 de febrero de 1780, día consagrado a la Purificación de la Virgen, llegó Mariano Caro Inca a San Fernando. Mientras él arreglaba el altar para venerar a la imagen con el nombre de Nuestra Señora de la Candelaria, los arrieros del lugar divulgaron la noticia del encuentro. Año tras año, Mariano Caro Inca celebró novenas en honor a la Virgen. Los rezos del último día eran presididos por un padre franciscano. A su muerte, su esposa, Josefa Guzmán, continuó con la devoción, y levantó un pequeño Oratorio para cumplir con el testamento de su marido. En la actualidad en dicho lugar se ubica el Santuario consagrado a la Madre de Jesús y, año a año congrega a miles de peregrinos que concurren para agradecer y cumplir mandas y para, en algunos casos, disfrutar de las llamativas danzas y vestimentas de los casi cien bailes religiosos que se dan cita en el inmediaciones del templo.
La festividad está enraizada en la gente de Atacama que la vive y hace propia, integrándola al folclore de la zona, lo que tiene una importancia de primer orden, porque acrecienta el acervo cultural y lo más destacable es que permite la unidad de los miles de fieles que llegan año a año a manifestar su devoción a la Virgen.