Los angurrientos en los arrabales de Juan Godoy
Por primera vez en un solo volumen, la narrativa completa de Juan Godoy (1911-1981) llega a las librerías. La publicación suma siete cuentos, la nouvelle "El impedido" y sus novelas "Angurrientos", "La cifra solitaria" y "Sangre de murciélago".
El Angurrientismo fue un movimiento literario concebido por Juan Godoy el año 1939 y que rompía con el Criollismo reinante. Lo definió como "un hambre voraz de ser", y angurriento quedó además como un chilenismo que apunta a un hambre voraz.
Godoy elevó esta ansia exacerbada a lo intelectual y lo sensorial, a una "apetencia vital de estilo" que se moduló en una narrativa ambientada en los arrabales de la ciudad, donde sus protagonistas son los excluidos de un mundo acotado por acequias y paredones de adobe donde escurre un vino tan espeso que lo llaman "sangre de murciélago".
La quinta recoletana
Juan Godoy vivía en una casaquinta detrás del Cementerio General de Santiago. El cronista Juan Rubén Valenzuela la describe así: "La casa era corpulenta, de muchas piezas hechas de rústicos materiales que incluían adobes y tejas. Desde el momento en que Godoy se asomó a la literatura su residencia se convirtió en una colonia tolstoiana que dio albergue casi permanente a numerosos escritores, pintores y otros pontífices de la noche. Juan Godoy por esos entonces, tocaba la guitarra y cantaba y Víctor Franzani, su gran amigo poeta, le hacía coro en un acordeón que jamás olvidaba".
Cuentan que su primera esposa, Regina Astica, cocinaba muy rico y que los vinos tintos y la chicha "Doña Rumelia", de la viña de Pedro Aguirre Cerda en Conchalí, eran los que degustaban los llamados "angurrientos". Uno de ellos era el pintor Israel Roa, quien tiró la casa por la ventana cuando vendió al Museo de Arte Moderno de Nueva York su cuadro "El día del pintor" en mucho dinero para esa época.
El poeta Waldo Rojas, perteneciente a la generación literaria de 1960, escribió el prefacio del volumen y trae de vuelta en esta entrevista a este peculiar escritor.
-¿Conoció a Juan Godoy?
-Juan Godoy -Don Juan Godoy como se acostumbraba a llamarle- fue mi profesor de Castellano en los primeros años de Humanidades, hacia 1956 y 1957 en el Instituto Nacional.
-¿Y cómo eran sus clases?
-Desde aquellos primeros días de clases, los alumnos suyos comprendíamos que estábamos ante una personalidad muy especial, que por sus cualidades de rigor intelectual y de espontaneidad sabía ganarse nuestra estima y reverencia.
-¿Qué es lo que más recuerda de su trato?
-Se empeñaba en sus clases en conducirnos más allá del marco ordinario del programa escolar. Nos llevaba a descubrir los valores de la lengua española y las virtualidades del verbo.
-¿Y cuándo se dieron cuenta que el profesor escribía?
-Más tarde tendríamos mayor consciencia de su formidable erudición literaria e intelectual, así como de sus dotes de narrador, dominio y conocimiento del idioma. En los siguientes años lo frecuenté en algunas sesiones de la Academia de Letras Castellanas que organizaba el mismo Instituto Nacional y donde yo -hacia fines de mi escolaridad- fui elegido presidente. Recuerdo en particular aquella sesión hacia comienzos de los 60 en que nos presentó la segunda edición de su novela "La cifra solitaria".
-¿Lo frecuentó luego de terminar el colegio?
-Sí claro, en ruedas de contertulios en algunos de los cafés y bares que había en el viejo Santiago vespertino. Fueron ocasiones esporádicas, en las que en cierto modo él continuaba oficiando sus saberes y juicios originales en torno a una mesa con el atractivo y natural franqueza de tono acostumbrados. Ya avanzado el decenio de los 60, el azar quiso que en un encuentro matinal Juan Godoy, viudo desde hacía algunos años, me pidiera acompañarlo a la casa de sus hijos. Allí conocí a su hija Regina Elisa -Elie, para la familia y los amigos-, con quien contraje matrimonio en 1966.
-¿Cuál fue el primer libro de él que leyó y cómo llegó a sus manos?
-Yo mismo, como otros tantos de mis condiscípulos habíamos leído y apreciado en su valor algunas de sus novelas anteriores disponibles en la biblioteca del Instituto. Leí temprano de este modo "Angurrientos", obra notable que he vuelto a releer en más de una ocasión.
Narrativa completa
Junto al prefacio redactado por Waldo Rojas hay juicios tempranos, y algunos más tardíos. Hablan de él no sólo de la crítica especializada de la cultura literaria y académica chilena, sino también poetas, artistas y narradores como el pintor Guillermo Núñez y los escritores Antonio Skármeta y Jorge Guzmán, entre algunos.
"Diversamente, todos coinciden en designar a Juan Godoy como uno de los mejores escritores de Chile, el más excelente de su generación, siendo su estilo único en aquel contexto", explica Waldo Rojas.
-¿Cuáles son los temas principales que usted vio en la narrativa de Juan Godoy?
-Lo propio de la escritura de Juan Godoy es más bien una forma de prosa y de imaginería. Apunta, en un primer caso, a una categoría de la población chilena, una que es en parte urbana e incluso también la de un Santiago marginal y entonces, casi rural. En una segunda instancia, y sin entrar en precisiones de orden técnico literario, se puede avanzar que lo propio de su escritura -por ejemplo en "La cifra solitaria". Se trata de descoyuntar el orden narrativo y las premisas secuenciales de la corriente realista "criollista" y su ideología edificante, a la que en cierto modo tiende a poner término.
Por cierto "La cifra solitaria" transcurre en Angol, en el barrio Coñuñuco, calle Industria, domicilio de su gran amigo Israel Roa. Para Waldo Rojas es una "novela-poema" que funde poéticamente al autor, el narrador y los personajes. A fuerza de un lenguaje estilizado en tal forma que deja la impresión de un escritor que, voluptuosamente, en su "apetencia vital de estilo", debe haber logrado "ponerlo a punto bordeando el sufrimiento". Sobre sus personajes, señala que "son personas que se bañan en un trasfondo mental abrumado por temores primitivos, desgracias y desvelos, son casi voces subconscientes".
En cuanto a la novela "Angurrientos", cuenta Waldo Rojas que el profesor Cedomil Goic en una reseña de hace ya más de medio siglo se refiere a ella como "un mundo de ultramapocho, transcristobalino; un escenario popularísimo de miserables galleros, hampones, abasteros, albañiles o picapedreros". Goic ve en esta preferencia de Godoy el signo también de su generación, una que asume notas populares y plebeyas y que en Godoy reafirma su condición de estilista de su generación.
-¿Cuál cree usted que es el lugar de Juan Godoy dentro de las letras chilenas?
-En vida, y desde su primera novela publicada en edición limitada en 1940, recibió numerosos y entusiastas elogios. Críticos y especialistas acogieron sus obras y no escatimaron en hacer resaltar sus valores confiriéndole un sitial de selección en nuestras letras: se le señaló como el mejor estilista de la literatura chilena, el más excelente escritor de su generación y el más notable de los suyos. Luego de su muerte -cuando parecía que su persona y su obra estaban echadas al olvido, un novelista postergado y silenciado- la prensa literaria, con sesgo culposo, habló de una "institución mitológica de nuestra literatura secreta".
-¿Tiene imitadores o seguidores su estilo?
- En Godoy el término "estilo" apunta a una intensa y profunda calidad expresiva que le es personalísima en la medida en que implica una suerte de apropiación vital, existencial, de la lengua literaria. Lo "narrado" aquí adquiere existencia única en su gesto personalísimo. En suma, si Godoy no ha tenido "imitadores" es porque su estilo es sencillamente inimitable.
EXTRAMUROS
Apenas se deja el Cementerio Católico, y se sigue el callejón de Recoleta abajo, por donde se va a Conchalí, ha ido creciendo el barrio más allá de la muerte. Por el lado del cementerio, del cual asoman las rechonchas estatuas de hombres graves, desenrollando pergaminos, o de ángeles rollizos entre los cipreses, nidos de presagios y guairaos, canturrean las sartenes su fritanga irremediable de los barrios pobres. Mujeres gruesas y despeinadas soplan las brasas, las mejillas sollamadas, y muestran la sierra gorda de sus senos pulposos. En la misma esquina, está el almacén «El hombre feliz» donde beben su «litriao pa pasar la grasa de los muertos» los trabajadores del Cementerio Católico o los hombres hirsutos que suda la fábrica de calzado Ilharreborde, puesta detrás de los álamos que bordean el canal, cuyas aguas se tornan de sangre con los ácidos de la curtiembre.
Los huasos de Conchalí guían sus carretas, al anochecer, hacia la Vega. O las pipas de sus rubios mostos otoñales al depósito central.
Sin embargo, la gran fiesta del barrio es el Día de Todos los Santos. Las viejas, los muchachos, los hombres, se ocupan en los cementerios:
-¡Escalera! ¡Escaleeeraa! ¡Agüita pa las flores! -gritan los hombres, los chiquillos, las mujeres, haciendo sonar sus tarros y tropezándose en sus remendadas escaleras. Pero las viejas prefieren beber sus mates a la vera de sus muertos.
En los días ordinarios, los muchachos que estudian en el liceo rumian sus lecciones en el cementerio. Y también zurcen el paño de la vida sobre la propia tumba de los muertos. Es un lugar riguroso de amor.
Eulogio se asombró un día de ver que sus calzoncillos se habían llenado de tal modo de parches, que parecía que el tocuyo primitivo parchaba a sus calzoncillos. Y sus calzoncillos eran siempre sus mismos calzoncillos, cosa que no puede explicarse por la lógica, sino por la dialéctica. Y el camino baja, y todo es una hondonada. Un pequeño rincón. Nada más.
en la escritura de juan godoy están los personajes de la periferia social en chile.
archivo familiar
Por Amelia Carvallo
Adelanto del libro Angurrientos Por Juan Godoy
"Desde el momento en que Godoy se asomó a la literatura su residencia se convirtió en una colonia tolstoiana".
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