Él y el mar
La fogata arde en el centro de la bahía, somos como 30 personas que armamos las carpas para compartir una noche de verano. Esteban sirve los choripanes y compartimos algunos tragos. A mi amigo Esteban, el animador de las fiestas, le encantan los asados y preparar tragos extravagantes.
Las chicas parecen alegres de este glorifico verano. El oleaje nos favorece con esa excelente armonía, y la sabrosa brisa marina se adhiere a la dermis fisonómica de nuestras almas juveniles. Miguel guitarrea mientras algunos corean los temas de siempre, otros molestan intentando llamar la atención de las compañeras. "Conversemos… deja de tocar un rato Miguel", le dice Luis un poco aburrido. Algunas chicas defienden a Miguel, mientras que otras apoyan a Luis en su rebelión.
Miguel es el típico músico que siempre tiene chicas a su lado, le favorece el buen gusto de tocar la guitarra, y no así a Luis cuando toca la guitarra, siempre queda solo. A Miguel lo conozco hace 5 años y siempre ha sido el mismo. Ahora trabaja en una empresa grande y obtiene un excelente sueldo, está en proyecciones de obtener su casa propia. Luis no tiene el mismo éxito con las chicas, es mal humorado y sus relaciones no perduran más allá de un mes. Lo conozco desde que nací, creo que nacimos en el mismo hospital.
Al rato vemos que se acercan unas linternas, son un par de marinos acompañados por dos hombres. Los uniformados nos cuestionan la edad, pero sin perjuicio de ello dejan que continuemos nuestra fiesta veraniega haciéndose los galanes delante de las chicas que los engatusan con su lado femenino, ¡las mujeres son de otro planeta!. Los marinos se van diciendo que no abusemos del consumo, y que disfrutemos. Nosotros sin interpretar con profundidad sus consejos los despedimos.
El cielo está despejado y nos obsequia esa apacible tranquilidad de acampar en este sector de la playa, conversamos de ovnis y contamos "Fantásticas Historias de Terror y Horror en Atacama". Algunas van al improvisado baño acompañadas de sus amigas, mientras que otros solitarios se alejan a desahogar sus ingestas.
Otros motivados por hacer algo divertido se meten al mar y bailan en medio de la nada. Unos cuantos desafían lo consumido y se zambullen hasta el final. Hacemos peligrosas apuestas por llegar a las boyas, y nos reímos de los que quedan atrás. La adrenalina parece estar en explosión y las chicas nos animan a nadar. "¡¡Vamos! ¡¡Rápido!!..." se escucha a los lejos.
Al día siguiente me despierto con ese molesto dolor de cabeza y ardor en el estómago. Estoy fuera de la carpa y observo a niños jugando con baldes, a familias traveseando con pelotas y a ancianos sentados tomando un helado. "Chicos vamos a bañarnos..." les digo con tono recluso, intentando sostener mi malestar y pensando en que un poco de agua marina me haría bien. El sol apesta y la arena raspilla mis pies, mis manos y cara. Nadie me acompaña, parecemos un campamento plagado de zombis.
Voy con pasos lerdos hasta la orilla del mar, comienzo a introducirme en el agua, lentamente tomo la confianza absoluta de nadar. Logro llegar hasta las boyas y ahí me quedo pensando y viendo a mis amigos arrojados sobre la arena caliente de la bahía. Pienso en las etapas que hemos quemado y el espacio en el que suprimimos de algún modo los viajes con nuestros padres. Cuando nos llevaban a una cabaña y nuestras madres nos tenían siempre dulces y comida exquisita. Me sumerjo y abro los ojos en la salada bahía, en las profundidades del mar observo rocas, arena y una guitarra hundida es la que me impresiona, se parece mucho a la guitarra de Miguel.
Emerjo de las saladas aguas y busco a los chicos, pero ha llegado demasiada gente y ya no los veo. Quizás me alejé demasiado del campamento, intento llegar a la orilla mirando siempre atrás para no perder de vista la guitarra hundida, pero un dolor intenso me paraliza las piernas, no logro salir, no logro subir, pareciera que la mar me quisiera para ella. Con dificultad combato para avanzar. Nadie me ve, nadie ha notado mi amargo sabor por surgir, el agua comienza a introducirse por mi nariz y boca, siento cómo me colmo de ese líquido en el interior de mis pulmones. Me estoy hundiendo y nadie ha escuchado mis silenciosas exclamaciones, ¡ya no puedo más! y comienzo a descender… lenta y brutalmente me estoy muriendo.
Llego al fondo y la suave arena se desparrama con mi caída. Siento como me reviento por dentro y me voy en recuerdos pasajeros, cuando mi madre apagaba las velas en sus cumpleaños, cuando mi abuela me regalaba dinero a escondidas de mi padre, cuando mi hermano me dijo "te quiero", luego de que mi otro hermano muriera, cuando con mis amigos salíamos a tomar fotografías urbanas, poco a poco comienzo a perder esa lucha por seguir viviendo, intranquilamente siento que no debería morir, que no me debería ocurrir esto, yo no debería estar acá. Sigo gritando y moviendo mi cuerpo para salir, pero tengo demasiado peso en mi interior.
La sangre sale de mí ser, y observo como el ADN que me regalaron mis padres se evapora por una idiotez, por un error. Sádicamente comienzo a comprender que no tengo salida y que este es mi fin. Cómo quisiera decirles a mis padres que me perdonen, que anoche cuando me sumergí en el mar estaba feliz, solamente queríamos compartir, queríamos disfrutar, estábamos jugando… cómo quisiera decirles a mis amigos que no lloren por mí, que solamente nos divertíamos. Cómo quisiera retroceder el tiempo y salir del mar… cómo quisiera haber hecho tantas cosas y que ya no podré hacer jamás.