Alicanto caudalosa ave del norte
Nadie me cree, seguramente tú tampoco lo harás luego de contarte este secreto que dejará de serlo porque así lo quiso mi nuevo y fiel amigo, ese de cuerpo dorado saturado de historia. Era temprano en la mañana, cuando la camanchaca cubría la mitad del cerro Bramador, uno de tantos cerros que guardan interesantes historias por el norte de Atacama. El asunto es que decidí subir al cerro, iba con mi perro. El agua de la camanchaca refrescaba la dificultosa subida empedrada. A medida que trepaba se observaba el pueblo de Toledo ubicado a los pies de ésta loma, había más casas que antes, incluso la ex escuela aún intentaba sostenerse de posibles derrumbes, productos de los temblores que ocurren por estos sectores. Desde la mitad del cerro veo a un par de niños jugando con otros perros del sector, y algunas señoras se preparan para ir a la misa. Se observan algunas plantaciones de la empresa que recibe al pueblo, aceitunas y limones son los que predominan, incluso hay cabritos arreados por unos caballos.
Pasaron un par de minutos cuando Frida, mi perro, comenzó a ladrar desde arriba, siempre me llevaba la delantera por la ventajosa naturaleza de tener cuatro patas. Yo intentaba subir rápido para ver que ocurría, sus ladridos estaban colmados de ansiedad, pero el camino era dificultoso para poder llegar tan pronto. Al descubrir lo que advertía mi fiel canina observé con ansiada conmoción al resplandeciente pájaro dorado, ahí estaba herido de sus alas y con temor a que le tocaran, era un ave formidable y brillante. Cada una de las patas del pájaro parecían fabricadas de plata, sus plumas eran grandes y radiantes como el oro, nos observaba con desconfianza evitando que nos acercáramos.
Me senté frente a él para observarlo con curiosidad. Al rato intenté verlo de cerca y una profunda herida lo tenía indefenso. Parecía un ave de metal, un pájaro fundido en oro con plata, preocupado me saqué la chaqueta para cubrirlo de posibles curiosos que quisieran llevárselo como un trofeo o hacia el museo. Parecía que lentamente tomaba confianza. Al registrarlo pude lavar su herida con un poco de agua que me quedaba, el pobre ave goteaba un brillante mineral, de pronto sus ojos de un azul profundo me comienzan a transportar a sus más intimas experiencias.
Me desvanezco del lugar y comienzo a viajar por el tiempo. Observo fechas del 1800, veo mineros, pirquineros con ropas antiguas, hay trabajadores del mineral que le siguen, rostros bondadosos y otros ambiciosos, planeos por cumbres y desierto, nos deslizamos con dilatados traslados por el aire como evadiendo el deseo de los hombres, veo al pájaro con escandaloso aleteos sobre las cabezas de unos mineros, hasta que de pronto se detiene su vuelo observando la infinita planicie del desierto de Atacama y a un pirquinero que lo observa impaciente, como si quisiera robarle el alma. Nuevamente comenzamos a sobrevolar y a rodear el hombre, que de rostro glotón intentaba decirle algo al ave... nos acercamos cada vez más, hasta que logro oír los gritos desesperados de alegría de aquel minero "¡Alicanto!, ¡Alicanto!, ¡llévame donde está el tesoro!"
El hombre agita sus manos haciendo señales de ayuda, muy gracioso se veía desde el aire. Lentamente nos alejamos del hombre y se ve desde lejos que intenta alcanzarnos a pasos irritados. Finalmente nos posamos sobre unas rocas y el ave con el pico comienza a hacer agujeros para extraer un mineral brillante que se comienza a digerir. Poco a poco comprendo que el astuto plumífero se alimenta de minerales que el hombre busca.
Se oyen los gritos del cateador y su anhelante impotencia por subir a la cumbre donde estábamos. Luego de unas horas de reposo emprendemos el vuelo hasta que vemos desde lejos como el hombre comienza a picar la tierra donde estaba el Alicanto. Nos vamos del lugar hasta alejarnos completamente sólo oyendo sus gritos de alegría. El ave sacude sus alas y a través de sus ojos azules me conduce a otros periodos. Vemos industrias y carros cargados con minerales, todos los hombres que lo ven lo persiguen y gritan sin dudarlo "¡el Alicanto!", su orgulloso pecho emplumado se luce por el cielo y los lleva hasta donde hay tesoros y minerales, riquezas y fantásticas promesas "¡Alicanto, fiel pájaro del norte, condúcenos a la veta de oro!, hay que seguirlo, él nos mostrará el camino", decían los pirquineros. Tal como cuenta la leyenda de éste magnánimo pájaro.
"Estoy cansado... pero verlos extraer mi alimento me hace sentir vivo" se escucha una voz aguda y profunda que expelía de las plumas del ave. No sé si ha sido mi imaginación… o el Alicanto habló. "¿Por qué todos te siguen?", le pregunto intentando entender sus paisajes. No responde, pero comprendo que he tenido la fortuna de entender que esta ave siempre comparte una porción de su comida con los mineros que buscan incansablemente el oro en el norte, para que ellos cuenten su historia y así poder seguir viviendo.
De pronto logro despojarme de sus recuerdos y vuelvo al Cerro Bramador, veo la sangre como se ha ido cicatrizando, le hago cariño a sus duras plumas. Nos miramos entendiendo que él sanará y que solo depende de nosotros seguir hablando de él para que perdure por siempre. Quizás está un poco triste porque el oro, la plata y minerales que ha ofrecido no lo han recordado ni nombrado, quizás sus heridas son consecuencias del olvido, como cuando se olvidan de los viejos que sentados sobre sillas de ruedas pasan a la indiferencia.
Con fuerza me levanto del lugar donde estábamos sentados, y le digo con tono seguro y fuerte "Alicato, todos te conocemos y sabemos que eres el guardián de las riquezas, conocemos tu historia y te prometo que cada niño, joven, adulto y viejo sabrá de tu historia, jamás te postergaremos, porque eres nuestra historia…" no pude terminar mis dramáticas exclamaciones hasta que mi perro Frida comenzó a aullar y nuestro fiel amigo plumífero comenzó a volar, merodeando sobre nuestras cabezas y expeliendo un aroma alejado de la tristeza, era un vuelo con libertad de esos planeos que un parapentista apetecería disfrutar.
Poco a poco el Alicanto se fue desvaneciendo detrás del cerro, solo un punto esplendoroso se divisó al final del perdurable cielo. Con claridad recuerdo la densidad de sus alas y su tristeza convertida en alegría, jamás olvidaré sus recuerdos y paisajes que con humildad compartió conmigo. Ahora guardo un gran tesoro, su verdadera historia junto a un trocito de piedra con pinceladas de oro, para no olvidarlo jamás y saber que las leyendas nacen de una realidad.