La historia de Chile está marcada a fuego por los terremotos. Nuestro país siempre está en constante movimiento y cada cierto tiempo sufre con fuerza los embates de la naturaleza.

Esta convivencia forzada con violentos sismos requiere estrategias de prevención de largo aliento, que convierten a nuestro país en uno de los mejor preparados para afrontar este tipo de emergencias a nivel mundial, tal como lo resalta la ONU y la prensa internacional por estos días.

A diferencia de lo ocurrido en el sur del país el 27/F, el terremoto del último miércoles marcó una correcta respuesta de organismos como el Shoa y la Onemi, además de contar con una cultura preventiva a la hora de evacuar masivamente hacia los puntos de encuentro tras la activación de las alarmas de tsunami.

Toda esta educación antitragedias permite estar preparados de la mejor manera ante un terremoto, fruto de un proceso que partió hace más de 10 años en la capital regional a través de una serie de simulacros y la instalación de las sirenas de tsunami.

Hay cosas que mejorar, por supuesto. Pero lo importante es estar siempre preparados, premisa que debe imperar en todos los hogares ante cualquier desastre natural.

Qué hacer, dónde ir y qué implementos tener en el hogar, son preguntas que la mayoría conoce y que pueden salvar la vida en una emergencia extrema. Obviamente, esto requiere de un aprendizaje en el tiempo tanto a nivel general como al interior de las propias familias.

Los terremotos de 2007 en Tocopilla, el 2010 en el sur, el 2014 en Iquique y del miércoles último dan cuenta que es necesario aprender a convivir de la mejor manera con este fenómeno natural. En este sentido, el país ha dado enormes pasos para también contar con eficaces normas sísmicas de construcción y además tener un conocimiento de qué hacer cuando la madre naturaleza entra en conflicto.

Sin duda, hemos aprendido a convivir con los terremotos y, quizás lo más importante, sacado valiosas lecciones de los errores del pasado.

-¿Cómo viviste la década de los noventa en la que está situada tu novela?

-El principio de los 90 lo viví en mi barrio de infancia en La Florida. Más hacia fin de la década, ya como universitaria, entre el Bellas Artes, el centro de Santiago, Bellavista, Plaza Italia y el Campus Oriente de la UC. Mi imagen de los 90 es mirar estos distintos retazos de la ciudad desde la micro amarilla, sentada o de pie, escuchando mi personal estéreo, leyendo un libro o simplemente escuchando conversaciones de la gente. Otra imagen que tengo es entrar a misa en la Iglesia San Francisco en la Alameda, a escuchar la primera lectura. Luego seguía mi rutina diaria. Estar ahí sentada entre oficinistas, indigentes, abuelos y abuelas que vivían en el sector me parecía necesario para comenzar el día.

-¿Por qué narrar una historia desde muchos puntos de vista?

-La elección de distintos narradores me gustó desde un principio. Relativiza el hecho de que existe una sola gran verdad. También me gusta evidenciar lo que la cultura mantiene escondido y en secreto. Tengo un recuerdo literario muy patente: leí con estupor el episodio de "El loco Estero" en el que Alberto Blest Gana relata cómo para un 19 de septiembre, en plena fiesta popular, se aparece el Chanfaina, un hombre deforme que pocas veces salía a la luz. Su aparición provoca el asco, la risa y la repulsión de los asistentes. Creo que desde esa vez me quedó dando vueltas la idea de que saliera un secreto de ese tipo a la luz, un secreto obsceno que provocara entre lástima y morbosidad en sus receptores.

-Piromanía y bondage en tu libro, ¿qué cuerdas pulsas con esas desviaciones?

-Los abordo como hechos que existen, pero que nadie menciona o, mejor aún, que nadie se atreve a confesar. Busqué información en libros de criminalística y ahí aparecían como "perversiones", lo cual me intrigó mucho más. El bondage aparece mencionado como sadismo y masoquismo. Así tal cual: separados. Y me gustó que el protagonista fuera sádico y al mismo tiempo pirómano. Pienso que al incorporar esas características en la personalidad del protagonista, evidencio un Santiago secreto, un Santiago vertido en el diario de vida de un joven que padece estas "anomalías", pero que nunca habla de ellas. Nos enteramos por el relato de los otros. Algo muy típico de nuestra cultura.

Paula Ilabaca evoca los años 90 desde la micro amarilla y desde el centro de Santiago, donde vivió cuando era universitaria.

"Estamos en crisis" son las palabras más frecuentes que circulan hoy en los medios de comunicación y discursos públicos. La o las crisis han sido parte de la vida humana asumiendo diversas formas, por ejemplo la Región de Atacama estuvo en crisis pero ocasionada por un desastre natural. Mas la crisis que hoy está en boga es causada por el ser humano, la crisis de la economía y de la política, por ejemplo, son producidas por la acción humana y que hoy rebosan porque las mismas sociedades y cada ser humano que la componemos hemos permitido que se vayan desarrollando sistemas económicos salvajes que destruyen la dignidad humana y que lo político se transforme en un asunto partidista y poco participativo, más que hacerse cargo del trabajo en pro del bien común.

Ahora bien, a pesar de estas crisis debemos ser capaces de ver que no son anormales, porque con un poco de memoria histórica podemos evidenciar que se repiten cada cierto tiempo (con algunas variaciones) y luego igualmente resultan más fortalecidos aquellos que más capital económico poseían, por lo tanto analizar la situación actual que atraviesa el país necesita de una mirada más aguda. Las reformas que hoy se están haciendo o gestando, más allá de su grado de excelencia, son reformas que venían siendo parte de las demandas sociales que circulaban entre los ciudadanos de hace un tiempo y algunas adeudadas desde el tránsito de la dictadura a la democracia, lo que visualiza una capacidad gubernamental de acoger demandas ciudadanas. Ahora, la acogida de demandas necesita de un fortalecimiento de la participación social como una constante en el quehacer del Estado, que permita hacer cambios en los momentos coyunturales adecuados.

Lo que buscamos aquí es enfatizar que no hay que temer a esta "crisis"; crisis es la que viven las familias que están excluidas material y simbólicamente de la participación social, política y económica e este país, crisis es vivir con sueldos mínimos indignos, crisis es no tener un hábitat, vivienda digna y servicios básicos. Como TECHO-Chile sabemos que los campamentos son contextos de crisis constante y esperamos que el gobierno y la ciudadanía no se confundan. Si las reformas sociales, políticas y económicas son para y por el bien común y tienen en su base una sólida capacidad de escucha de las demandas sociales, hay que sacarlas adelante. Ahora si falta la base social, entonces son los procesos participativos vinculantes los que hay que fortalecer para generar propuestas que logren calar en las vidas cotidianas de la mayoría de las personas que habitamos en Chile y no sólo lleguen a la vida de unos pocos.

Katherine Campos

Directora Regional, TECHO-Chile