El Ofrecimiento universal de la salvación
Evangelio. Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. "Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos" (Lc. 13.22-30).
En el evangelio de hoy, alguien pregunta a Jesús sobre el número de los que se salvarán. Fue ésta una cuestión habitual en las escuelas rabínicas y frecuentemente repetida en todos los tiempos, hasta constituir para algunos una obsesión religiosa por la salvación o condenación eternas. Todos los rabinos del tiempo de Jesús estaban de acuerdo en afirmar que la salvación era monopolio de los judíos; pero según algunos, no todos la conseguirían.
El mensaje global de este evangelio, más que el número de los salvados e incluso, que las dificultades mismas para salvarse, como podría sugerir la imagen de la puerta estrecha, es el ofrecimiento universal de la salvación por parte de Dios.
Jesús lo repitió en numerosas parábolas, en contra de lo que pensaban los judíos y piensan todavía algunos cristianos: La salvación de Dios por Cristo no se vincula a un determinado pueblo, religión, raza o herencia familiar. Todo el que busca y sirve a Dios con un sincero corazón, se salvará, porque para Dios todos somos sus hijos.
Muchas veces uno escucha a cristianos que se preguntan angustiados: después de cumplir fielmente mis deberes religiosos ¿me salvaré o me condenaré? Interrogante por la salvación y desear la vida eterna es consecuencia lógica de nuestra fe en la vida futura, que es también objeto de nuestra esperanza. Pero no hay que incurrir en deformaciones religiosas.
Frente a la permisividad sociomoral de hoy, la puerta que puede cerrarse no apunta a un moralismo coaccionante, sino a la responsabilidad y lucidez de quienes se esfuerzan por ser fieles a Dios y a los principios evangélicos: solidaridad, fraternidad y servicio al hermano frente al egoísmo, la agresividad y la violencia; control y dominio del consumo frente a la idolatría del dinero y de los bienes materiales; asimilación, en fin, del programa evangélico de santidad que Cristo expuso en el discurso del monte, y cuya obertura son las bienaventuranzas.
La parábola de hoy es para todos una invitación de Jesús a la conversión radical del corazón a fin de conquistar el reino, ya que solamente los esforzados los alcanzarán. Conversión urgente, antes que se cierre la puerta; mañana puede ser tarde.
Jesús dijo de sí mismo que es el camino que lleva al Padre y la imagen visible de su rostro. Por eso es Jesús el camino hacia la santidad cristiana, el modelo que tenemos que imitar y tener continuamente ente nuestra vista para conformarnos plenamente con él. Entonces se nos abrirá la puerta que lleva a la vida eterna.