Nos mueven mil batallas, pensamos que el mundo es nuestro, que somos eternos, que podemos engañar sin ser descubiertos, que únicamente el progreso depende de la voluntad de los poderosos, que nuestro amigo es don dinero y poco más, de ahí los dos linajes, los que tienen todo y los que no tienen nada. Mejor nos iría si no fuéramos de este pasto de intereses, y fuésemos más de la vida; de convivir con el ciudadano, pero no de vivir de su trabajo; evidentemente, cada uno tiene que buscarse su sustento en el mundo, pero no en la ciudadanía. Ciertamente, es difícil vivir en un espacio en el que todos hacen trampa.
Los fuertes siempre ganan. Los débiles siempre pierden. Por eso, el mundo precisa de otras manos, de menos muros, de otro coraje, de otros espacios más justos, de otro espíritu más ascendente y menos competitivo. Desde fuera no se salva este caos. Hace falta, en lugar de hablar tanto, escuchar más. La donación, el servicio, la amistad, germina del corazón de las gentes, del acercamiento. Está visto que las cosas que más nos conmueven, no pueden verse ni tocarse pero se sienten en el alma, se registran en el corazón de manera invisible; no en vano la felicidad no se consume, tampoco se produce, surge del bien que sembremos, del afecto que demos, siendo fieles a nosotros mismos y a la comunidad humanitaria.
Por desgracia, seguimos inspirándonos en mundos contradictorios, en mundos desconcertantes, donde la atención a vidas humanas es lo que menos importa. Todo lo mueve la economía cuando lo importante es la humanidad. Cada día más personas precisan asistencia. Muy pocos van a su encuentro con el corazón en la mano. Necesitamos trabajar sin descanso por esa gente que malvive en la miseria, que va de acá para allá, sin rumbo, buscando el sosiego y la paz que no encuentran en su país.
Requerimos la total eliminación de factores discriminantes en un mundo global. Tenemos que ahuyentar los discursos del odio y redoblar nuestros esfuerzos en salvar y en recomponer vidas humanas. Frente a una realidad de sufrimiento, el mundo precisa palabras de consuelo, llevar esperanza y promover una asistencia permanente.
Víctor Corcoba
Víctor Corcoba Escritor